domingo, 27 de abril de 2014

Fue que al primer telón ya nos habíamos venido abajo
envejecidos como esos niños que soñaban
con ser árbitros.

Convencidos de sus paredes blancas
y de sus silenciosos muros
fuimos, nosotros mismos, colocando los barrotes
con los que íbamos a defendernos
de todo aquello que fuera
primero en acto
después en potencia
distinto.

Y tachamos al error de cobardía
para no tener que arrepentirnos
e insistimos
en bajar la mirada
cada vez más por si acaso.

El suelo cotidiano de la rutina.
Ese es el horizonte hacia el que caminamos.

Cabizbajos, como un sueño disuelto entre las cenizas de una nada
a la que nunca llegamos.
Contando nuestras monedas de plata.

Estoy de acuerdo.
Tenemos que  levantarnos, sí.


Sobre todo la mirada.  

martes, 8 de abril de 2014

Nadie que ha visto el fuego desmiente la luz
nadie ha dejado de temblar por una respuesta sin balas
o se ha dormido porque quisiera soñar
nadie que crea en los sueños
nadie que los crea
 nadie deja su espada en el alfeizar para contar a los animales que no va a matar
nadie que no sea una asesino deja una página en blanco después del sudor
nadie sabe
nadie contesta…

Este es el cóctel de los últimos días. El recuerdo de una sola conversación a metro y medio del suelo. Mi abuela preguntaba: quién es. Y yo le decía: mi chica, abuela, mi chica. Y aunque no es mía, es a la que quiero. Cuidar. La que me cuida. Ella.

Supongo que al principio fueron tus ojos cielo y los míos tierra, y los dos niños de primavera y viaje, que los dos cosechábamos hierba de paisaje y mar manchando sábanas y encontrando calor, supongo que después fue el refugio de manos agarradas como si el futuro y todo eso que se supone ya sabes pero nunca nadie y sin embargo, lo que más he echado de menos desde la huida (cuando yo suponía ciudades donde uno pudiera derrumbarse de alcohol y tú y yo no existiéramos) ha sido tu voz caricia y tu voz perdón, tu voz de sílabas y musicales abanicando el silencio estremecedor de este horror a solas, de este quién soy a cuestas, de este voy a andar hasta la última piedra o correr hasta reventarme, de este impuesto cansancio de ojeras que ha sido el desnudo y la vergüenza del error repetido y ninguna respuesta, soy lo que soy y aquí estoy, otra vez, buscándote.

Entre la niebla los gritos parecían un rock&roll, la muchedumbre de una fiesta que huía, las represalias de una partitura maltrecha. Sólo hicieron falta 3 llamadas seguidas para despertarme. 2 de mi madre y una de mi hermana. Para contarme que la niña de la casa había dejado de olvidarnos para olvidarse. De ella misma.
Me cago en Dios. Fueron mis únicas palabras.

A cuánto está la lágrima en este pozo, señor, a cuánto el dolor de frío, a cuánto rebajas el olvido ahora que nadie canturrea en la mesa de familia, que no hay reinas en la baraja, que la partida es un as de guillotinas en la manga y todos buscan en la oración un recuerdo que les salve. De ellos mismos.
Me acurruco en la voz de mi madre que vuelve una y otra vez a susurrarme aquello de: tranquilo, Escandar, tranquilo…

He soñado que el amor me apretaba la garganta y me he acordado de aquel primer beso en Alcalá de Henares. Hasta asfixiarme. Luego he imaginado un ejército de desastres contra los que no podía hacer nada y al vomitarte he asimilado que no hay derecho de lágrima para los cobardes. Así que he llorado, para sentirme todavía más injusto. Todavida más culpable.

Sólo hay que posarlo sobra unas tablas de madera. Rodearlo de los extremos con una cuerda. Levantarlo entre cuatro y dejar que se vaya posando bajo la tierra. Taparlo con unos ladrillos. Ponerle cemento encima. Y con la misma cuerda, colocar después la lápida. Qué extraña sensación la de estar vivo cuando estás enterrando a tus muertos. Qué sencilla contradicción.

Nacer en un rincón de castilla y acurrucarse. Dedicarse al cuidado casero, al manejo cotidiano, a la caricia diaria. Enhebrar al tacto las agujas de un ovillo en descomposición. Vivir al margen sin premios ni represalias en un mundo cada vez más y más grande hasta que poco a poco el sollozo sea la única adaptación posible, la voz apagada del televisor y los quehaceres de una vida que pasa. Deprisa y en otra dirección. Mi abuela camina por el pasillo. Tiene el frío de siempre, las manos heladas, y ni sabe dónde está ni hacia dónde se dirige. Mi abuela camina a tientas, encogida y desgastada, apoyándose en paredes que no reconoce, incapaz de calcular su edad, de decir mi nombre, de entender nada. Y es en esa soledad que detiene la cojera que la sostiene para preguntar: ¿a dónde voy? Y le da igual la respuesta, porque es la misma de siempre: a casa, abuela, a casa. 

Tus pies descalzos que yo besaba con timidez, tus pequeñas manos de curar heridas, tus labios de amor y mamada, tus mejillas rosadas y tu espalda constelación. Cada detalle insignificante, cada discusión de cada viaje al fin del mundo empezando en ti… tengo tantas maneras de hacerme daño recordándote y me importa tan poco el dolor.
Qué me haces. Qué no.

Una casa con 6 camas vacías. Dos salones. Dos baños y una cocina enorme. Mis padres teniendo la intimidad que nunca tuvieron. Y 3 fantasmas que se aparecen como en sueños. Cojean. Te abrazan. Y te echan la bronca porque no entienden el mundo que no les toca. 3 fantasmas con arrugas y canciones. Con un silencio enorme de tiempo en retirada. 3 fantasmas como ángeles de la guarda, cuidándonos, ayudándonos a ser mejores. 3 fantasmas. Cada noche.

Normal sentirse vacío si me llené de ruido y pérdidas, si ciego de libertad me alojé en la excusa de una vida de imposibles posibilidades, si no tuve la dedicación ni la paciencia, si olvidé la educación y los principios, si asumí la traición como un oficio propicio para el desgaste, un adicto a la erosión, un tramposo refugiado de alcohol y sangre. Ajena.
Al menos puedo decir que te vi reír cuando nadie te miraba.
Y que el amor no estaba hecho de palabras.
Sino de ti.
Gracias.

Con los pies descalzos y llenos de arena. Con los dedos torcidos por los zapatos apretados del pasado siglo. Arrugados y con marcas. Caminan por la playa como nunca las vi. Las tres. Llevan las mismas arrugas y las mismas canas. Los mismos ojos llenos de grietas que no cerré. Pasean, mojándose los pies en un mar que se detiene ante su belleza. La de ellas. Mis fantasmas. Es tanta su bondad que con un solo aire de su boca se me llenan de fuerzas las ganas. Pórtate bien, me dicen una y otra vez. Sé bueno, por favor, me insisten. Traen la frescura de un cálido regazo para el dolor. Huelen a eternidad y tararean una canción de cura:
por los ríos de los ríos, amar.

No hay derrotas en las que encontrarte ni freno que pisar, ya no hay nadie en la contra ni terror en la pelea, ya no hay drogas ni piedad.
Bienvenido al desastre. Ponte incómodo. Y deja de rendirte ante las cuentas.
El amor no es  una deuda de víctimas y culpables.
El amor tiene muchos sentidos y solo una dirección.
De ida. Pero no de vuelta.

Allá voy.