lunes, 1 de junio de 2009

la niña del pelo blanco

Me crié en una casa con 6 mujeres donde yo era un niño travieso que jugaba al futbol en el pasillo con una pelota hecha de bolsas de plástico. Por aquel entonces vivíamos en un piso alquilado en casado del alisal, que ahora ya no existe. Recuerdo a mi padre yendo a la universidad de Oviedo para terminar la carrera, y recuerdo cómo después decidió alquilar un hostal durante los siguientes 11 años de mi infancia. Así que me crié con 6 mujeres que me llevaron en volandas hasta ser el chico/hombre que soy hoy en día. Hasta ser la persona llena de altibajos, defectos camuflados, buen humor, algunos detalles y muchas gracias guardadas en el paladar. Hasta ser lo que soy, que no es tan malo.
Durante aquellos años de piso con tres habitaciones dobles, nos dividíamos de dos en dos para repartir las camas. Yo dormía con mi tía pili, que me dejaba acurrucarme en el lado de la pared, una manía que quizás heredé de por aquel entonces, pero que hasta ahora no me había dado cuenta. Cuantas manías heredadas me quedan por descubrir es algo que empiezan a preguntarse en mi cabeza. Hoy me volví a tumbar en una cama con la pili, me extendí a través de ella y las únicas diferencias que vi es que esta vez era yo quien la sacaba un par de cabezas, y que en lugar de ser yo un niño que crecía, ella era toda una mujer que se estaba muriendo.
No debería contarlo así. Quizá debería ir por un camino de muchos años en donde ella se levantaba por las mañanas para hacer chocolate fundido, me cortaba media barra de pan, y me lo ponía en la mesa para que algún día yo llegara a ser todo un hombre preparado y fuerte. Listo. Valiente. Y un montón de adjetivos que mezclaba entre refranes, y que yo me aprendía. “la práctica hace maestros” y por eso, supongo, ella fue mi maestra en muchísimas guerras contra los granos. En muchísimos primeros pasos que no me habría atrevido a dar de no ser porque ella me sujetaba la mano.
Teníamos un 127 que mi madre conducía para llevarnos al pueblo. Yo iba sobre sus rodillas sosteniéndome y mirando por la ventana. Mi hermana iba en las rodillas de la Tere, y no importa el articulo delante del nombre, para aquellos dos jovencitos en ciernes y para toda una familia hecha de supervivencia, ellas siempre fueron la pili y la tere.
Ahora la tere está en una silla de ruedas, usa pañales, y hay que darla de comer papillas porque no logra masticar nada. La pili, ya lo he dicho, está tumbada en su cama de nuestro piso en propiedad, con los riñones reventados y diciéndole adiós a una vida que la ha llevado por casi 94 años de despedidas constantes. Me arrepiento de no haberla preguntado más por su padre, un hombre que se pasó no sé cuantos años en otra silla de ruedas y que ella tuvo que cuidar en un pueblo perdido de castilla. Me arrepiento de no haberla sacado todos esos detalles que guardaba en una privilegiada memoria llena de cifras y calles, casas maltrechas de adobe, lugares donde ir a merendar y bailes de nombres y letras que solo ella podría explicarnos, y es casi seguro que ya no lo hará.
No sé de lo que hablo, es verdad. Me tiemblan un poco las manos al pulsar las letras. No sé si pretendo un homenaje o es una simple pataleta contra el tiempo. Un no saber estarme callado. Pero admiro y mucho a ese equipo de mujeres que un día se propusieron criarme, y así hicieron. La figura de mi madre cuidando de todos, una médico que aunque no lo diga, no conoce mejor medicina que una caricia bien dada. Mi hermana, que me fue filtrando los consejos y peligros para que yo no tuviera que tragarme los golpes tan de cabeza. Y mis tías mairespe y marian, que siempre se llevan el olvido por mi parte, quizá porque los sentimientos no son delicados, ni mis palabras del todo justas. Quién sabe. Pero hoy me tumbé en esa cama y vi mi pasado, un pasado que puedo contar con la cabeza bien alta, porque siempre fui de la mano de una mujer al colegio, y eso, los que me conocen, saben que yo lo llamo ser un privilegiado.
La pili me peinaba con un peine y me dejaba la raya un lado. Creo que eso hace una buena idea de qué tipo de cuidados hablo. En los últimos años la hacía gracia lo de mis sombreros, pero ni pizca que llevara los vaqueros arrastrados. Hoy me advirtió casi casi seriamente que ni se me ocurra presentarme a su entierro con estas zarandajas. Y yo, que no sé en qué momento dejé de hacerla caso, volveré a ser un niño entre sus brazos y la besaré tan fuerte que no habrá que muerte que valga para separarnos.
Debería explicar que hablo de una de esas mujeres que les parece mal que un hombre friegue los platos, ponga la mesa, o cocine la comida del día siguiente. Habría muchas feministas que deberían conocerla, no para que dejen de gritar, sino todo lo contrario, para que quizá lo hagan más fuerte. Hablo de una de esas mujeres que se han pasado la vida cuidando, sin más. Primero de sus hermanas y hermanos, porque eran pequeños. Después de sus padres porque eran mayores. Y después de sobrinos y nietos que aprendieron a mirar con sus ojos como referencia.
Creo que por eso la gustaba tan poco que jugara con el balón en el patio, porque puestos a cuidar se sentían casi madres hasta de las plantas, esos tiestos que yo a veces, descuidado, rompía y lo intentaba disimular colocando la flor sin que se notara. Ingenuidad, claro, pero la historia que quiero contar no comienza en un punto pero si termina en un lugar. Una cama donde trata de dormir esta noche la niña del pelo blanco y millones de arrugas. Aprendí a bailar con su cojera y a rebelarme viéndola callar. Intuyo que no soy capaz de saber cuántos sentimientos iban en el pack de besos que nos dimos esta tarde. Y supongo que la echaré mucho de menos cuando no consiga dormir en las noches tristes que como el de todos, también tendrá mi futuro. Me dijo “tienes que ser bueno y ayudar” y ojalá pudiera hacer algo para volver atrás en algunos momentos. Una vez te haces viejo empiezas a recordar y los demás empiezan a verte como una foto en blanco y negro. Cuando nací un 10 de agosto del 84 ella tenía 69, así que ya me dirán. 24 tacos del tramo final de una vida hecha a base de dignidad y aguante, lágrimas contenidas, alguna distancia y muchas noches de insomnio.
Cuando murió su hermano compartíamos cama en la habitación de adelante en el pueblo y se pasó la noche llorando. Supongo que se pasó alguna más, pero eso yo ya no lo recuerdo.
Siempre quise que ella fuera mi acompañante en la entrega de unos goya. Y haberla visto pisar la arena y mojarse los pies en la orilla de algún mar. Pero nunca la vi fuera de Palencia. Ese lugar donde chavales inquietos nos criábamos para ser fuertes algún día y dar guerra. Dar mucha guerra.
Los detalles no comentados están en otros relatos, en poesías enteras que dediqué a su manera de andar o de llevar unos últimos años a cuestas que la estaban costando demasiado. Hoy me tumbé en la cama para que ella supiera que aprendí a soñar soñando con ella. Para que ella supiera que fue una mujer buena, muy buena, una mujer de esas de las que puedes hablar pero jamás podrás explicarlo todo. Y se me va, y eso me duele porque demuestra la fragilidad de la que está hecha una realidad tan injusta como mis palabras. Se me va, y yo me voy a recostar en la cama, respirando los últimos tragos de un mundo que mañana o pasado o al siguiente será un poco más amargo. Y bastante más hiriente. Quizá soy un ingenuo que piensa que todo esto sirve de algo. Pero hay huellas que nuestra especie debería a toda costa conservar. Para que recordemos que en algún momento no fuimos tan malos. Que hubo gente hinchada de dignidad. Los que se van, pero no se mueren. La niña del pelo blanco. Mi cuna y mi nana.
Apaga las luces.
Hasta mañana, pequeña, duerme.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin entrar en pormenores ortográficos, me gusta. Es un grato recuerdo y como tal lo he tratado de entender. Hermoso. Un saludo.

REYES dijo...

Escandar me gustaría decirte tantas cosas, pero ya sabes que eres una de las personas que me hacen llorar y no puedo evitarlo. Estoy segura de que está muy orgullosa de ti aunque lleves los pantalones caídos. Un beso enorme.

Bibiana Poveda dijo...

Intenso, emotivo, de esos relatos en los que la vida no te deja de golpear y de acariciar, al mismo tiempo.
Un enorme gusto poder leerte.
Abrazos.

Jara Santamaría dijo...

Mucho ánimo.

El texto, como siempre, precioso.

Lousie Eph. dijo...

me lo he leído entero, y me ha gustado, ha habido palabras y detalles, que me han transmitido mucho..


Me gusta conocer recuerdos de personas anónimas.

Lehian dijo...

Un placer enkontrar blogs komo este... un enorme placer... te agrego a amigos para poder seguirte más trankilamente.

Abel dijo...

Grande escandar, siempre te digo lo mismo, pero es que siempre pienso lo mismo.
Nos debemos una cerveza

Saludos

Anónimo dijo...

Me parece un último homenaje lleno de sentimiento.
Conocía a Pilar y se de lo que hablas,..Ánimo

Anónimo dijo...

Se de lo que hablas...y me emocionaste....yo no tendre problemas de vestimenta ese dia...a mi me dijeron de muy chiquita: "Cuando me muera, no quiero nada de lloros, ¡AL TEATRO A DIVERTIRTE ES LO QUE TIENES QUE HACER!