miércoles, 27 de febrero de 2013

revolvidar



"...verás, a mí me pone muy cachonda la bondad
me recuerda a esa gente
que ya lleva el piti en la mano
quince pasos antes de salir del metro..."
Juana la coja'



Durante meses velocidad y olvido han jugado a los cócteles molotov con mis derrotas, me han hecho huida, ahora que no busco a nadie,
me han hecho sangre que yo recogía en poesías tristes que apenas silabeaban
el horror, la grieta,
el espanto de ver que en los cimientos
había una nada
en donde quise edificar el amor,
que lo era todo.

A cuánto el error por desgracia,
podrás decir,
que aullaba en noches de luna hiena 
hambriento
como un cazador que mastica su cobardía
entre carroña
y se siente culpable por ello,
el muy infeliz.

a qué cenizas va a acordarse el viento de nosotros,
por qué demonios lloraremos
cuando los ángeles nos den la espalda,
en qué mueca habitará la risa
cuando comprenda
que se puede recordar
pero no recrearla,
durante toda la puta vida.

Creía que aguantaría una sin alcohol de sentimientos
pero
he puesto a Nacho
y he durado 3 canciones en decir te quiero,
voz muy baja,
como si fuera un secreto que yo no debiera escuchar,
las palabras de siempre
con su jodida necesidad de amuletos
pasándoselo pipa,
pero no te vayas por las  armas,
todavía.

¿Sabes? El suicidio es eso que planean los que no tienen planes.
Son como pájaros derrotados que aceptan su caída.

Sigo encendiéndome el piti 15 pasos antes de llegar a la salida del metro.
Con la prisa del que siempre llega tarde.

Un soñador mirando hacia el suelo.
Quizá ese sea el paisaje más bonito de Madrid.

jueves, 21 de febrero de 2013

y al recuerdo de ese segundo lo llamamos nostalgia


la felicidad es un segundo
y al recuerdo de ese segundo
lo llamamos nostalgia.

jorge frontela


La última vez que soñé un futuro teníamos 2 niños a los que quería menos que a ti. Y no me importaba decírselo porque a ellos les pasaba lo mismo. Nunca imaginé una casa, ni si tendríamos televisión o no, ni siquiera, en mi sueño, había una ciudad que dijeras: es aquí. O allí. Era como si nada de todo eso importara, y tan solo aparecierais los 3 sujetando la vida que yo reconstruía no sé en que parte de mí, supongo que en mi cabeza, como si cultivara tu risa lanzando semillas de detalles diarios, de problemas conjuntos, de pérdidas comunes, de aledaños. Y en ese constante punto de apoyo del nosotros contra el mundo, en ese pequeño equipo que formábamos de trincheras, juegos y paisajes, había algo como de seguridad y destino, esa fe y dignidad del que ha conseguido la comida, la música, y el refugio, y se mira sus manos ya viejas mientras fuma tranquilo un cigarrillo que le susurra: lo hiciste, tío, lo conseguiste, disfruta. Y eso hace.

Tengo un tren de lejanías en el pecho taladrándome a despedidas. Poco a poco, está haciendo un agujero tan negro que su gravedad podrá absorber todos los sentimientos  que estén a menos de una mirada de distancia, a la primera nota de música, a una simple intención de beso. Oigo tequieros dichos a toda prisa en los adoquines y números de teléfonos arrugados como el olvido en las papeleras, una pintada a navaja en un banco dice: es la velocidad lo que nos derrite. Lo que nos diluye hasta mezclarnos el orgullo y la osadía, hasta confundirnos la falta de fuerzas con excesos de nostalgias. ¿No queremos el regazo y las almohadas? Te das de ostias contra la vida porque en el fondo te mueres por dormir tranquilo en un colchón. Porque si no llegas destruido sabes que vendrá el monstruo de después de cerrar los ojos. A comerte. Venga, niñito, llora por tus miedos que ellos se van a reír de tus lágrimas. Igualmente. ¿A quién estás engañando? Te fías tan poco de ti que pones en sobre aviso al resto. Les estrechas las manos, les miras como pidiendo por anticipado el perdón, no querría contagiarte de lo que yo no soy, pero tampoco puedo evitarlo. Tengo en el pecho  un agujero negro que absorbe los sentimientos y la luz de todo lo que se acerca alrededor mío. Lo siento. Y lo guardo en mi vacío. Que nunca deja de ser negro.

Y que haya muchos columpios y canastas. Y yerba que pueda pisarse sobre todo descalzo, y lo desordenaría hasta hacerlo precioso, mi mundo, tendría un grifo de cerveza en cada plaza que se mezclaría con la risa de los niños y las guitarras de los juglares, y habría bares en las rotondas, o piscinas de bolas, y el castillo de los reyes, que no habría, sería hinchable, como nuestros pulmones al olor de la maría en los balcones, o como la poesía que late dentro de cualquier mujer embarazada, mi mundo, de jeans rotos y minifaldas en donde los jóvenes mochileros perderían el mapa y las costumbres al primer beso, y los viejos cascarrabias sonreirían al menos una vez después de cada taco, y el trabajo sería vocación, no habría ni políticos ni cías, ni abogados (lo siento dani, perdón), ni psicólogos (Isa, Irene, os quiero). Ni dentistas, qué coño. Y los maestros podrían ser jardineros en lugar de fumigadores, y se cerrarían todas las cárceles y sobre todo los museos, y los zoos, y las comisarías, parques de atracciones para todos, un mundo, joder, donde podrías plantar un árbol, tener un hijo y escribir un puto libro sin tener que vomitar tantas veces en el intento. Dices que mi utopía es imposible porque no puedes verla. Normal, ella está a tomar por culo y tú vas un poco ciego. Pero recuerda que ya hubo quien miró al mar allá donde se terminaba la tierra y dijo: al otro lado del océano tiene que haber otro mundo. Es mi mundo, y no tengo que convencerte de nada.

Otra vez esa pesadilla: mi madre y mi hermana llorando, y yo me despierto cuando echo a correr.

Lejos.       

martes, 19 de febrero de 2013


Querías la descripción de una lágrima porque decías que mis palabras podrían conseguir embellecerla, como si eso no fuera todavía más triste, mis palabras…

Querías que hablara de balas y de milagros como diamantes en nuestros dedos, que mis palabras se hicieran carbón y te calentaran, que recogiera la hoguera, el naufragio y las imposibilidades y los hiciera habitables, cómodos, modestos. Yo, que siempre tuve miedo a las celdas,  a los espacios vacíos o sin ti, mejor dicho, no sé, se me metió una libertad entre reja y reja, divisé horizontes y anhelos, me obsesioné con las ventanas abiertas del futuro…

qué pena las cosas bellas, qué manía tiene la tristeza de ponerse guapa.

Tengo una derrota en tu mejilla.
He podado los bordes y limado las grietas,
ya no tengo qué hacer
pero sí dónde ir, puede que no necesite mucho más,
a veces es verdad que paseo borracho por autopistas
de ciegos que juegan a las pistolas,
espera,
me voy a encender un cigarro
y regalar una sonrisa de casualidad al destino,
por sus chistes macabros
y su ansiedad de amuletos,
a veces es cierto que me deshago como polen entre los dedos,
como materia entre gusanos,
y este look de adicción y nicotina, de trapecista magullado,
de chico triste que sonríe sin pedir disculpas
por el arrebato de bailar en las recaídas,
esta estampa de coche empotrado contra la pared
soy yo.
También.

Tú querías la descripción de una lágrima.
No mis palabras.

Así que te hice el amor.

Y me corrí en tu cara.

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nos cierran los garitos donde aprendimos a escribir. en la misma semana chaparon el bukowski club, y el foro de extremoduro. como la poesía no va a cerrar, pues habrá que buscarse la vida hasta encontrarla. de nuevo. el Beber para contarlo es el recital que cada año junta a la peña que paseaba su mierda por el rincón del poeta del foro de extremoduro. el primer sitio donde empecé a compartir mis chorradas. este sábado, volvemos a hacerlo. en el Bella Ciao. nos han pedido puntualidad (puntualidad en poesía!!!) así que intentaremos tenerla. 
un abrazo a todos los que os pasáis por aquí. Un nuevo GRACIAS, en mayúsculas esta vez. porque me apetece gritároslo. joder.


jueves, 14 de febrero de 2013

Del infinito hasta aquí, te quiero un ahora.


La felicidad que se vive deriva del amor que se da
Isabel Allende

Podría haberte besado por encima de rascacielos y de torres gemelas,
haberte cedido la potestad de mando
a distancia,
de volante en todas las curvas,
de riendas y remos hasta el naufragio.

Y me habrías llevado, de la mano, como siempre hiciste.

caminamos hacia el refugio, traemos un cansancio de continentes
y dudas, hemos venido a hacer el amor
y a pasar de las palabras
a los pechos

Podría haber cedido mi egoísmo
a los relatos
y a poesías que no hablaran de nosotros,
y podría, por una vez,
haberme hecho daño a mí mismo
sin joder
con mis destrozos
a nadie más.

La de personas a las que he hecho llorar desde que no te hago reir a ti.

 Imposible ser feliz y reducir  tu vida a nuncas y parasiempres,
como imposible esta carga
que tendrás que llevar
si rechazas
lo que no viviste

Podría haberme pringado de horas, humedades y secretos
sólo
para contártelos,
para cerrar los ojos y dejarme caer
encima de ti, “dudo que pudiera estar debajo”.
Podría haber pisado el freno para esperarte,
haberte cogido en brazos,
despeinarte con mi velocidad.

La felicidad que se vive deriva del amor que se da, no del que se recibe.
No sabría cómo explicarte mejor lo de mi tristeza.

Puede que el amor sea una cárcel, pero al otro lado de su alambrada
tampoco está la libertad.
Lo supe desde el primer silencio en que no te vi.
Desde el primer te quiero en que no te tenía.

Podría haber esperado a que tus ojos inundaran
con su regazo
mi gris,
pero preferí el todo o nada
a esa espera.

Y aquí estoy, a mil canciones de ti,
pero sigo bailando.
Nena.



miércoles, 6 de febrero de 2013

para no dejar de creer en las minifaldas


Esta fue mi vida en la recaída. Si alguien les cuenta que volé, no le crean. La gente suele confundir caer con volar. Es tan fácil, lo uno. Y tan imposible, lo otro. No hay gravedad en estas palabras, solo el amor hacia el suelo que me sostiene, a todas las ostias prometidas con las que me perdonó y a su justicia de terrena mortalidad, a esos gusanos que salían de nuestras bocas después de los besos y los amaneceres. Nunca logré detener el tiempo, ni siquiera ralentizarlo. Mi apuesta fue: rápido, como si nos persiguieran. Y te cogí de la mano. Quería escapar contigo pero sin salir de mí. Y me llevé detrás nuestro o alrededor todos mis miedos que salivaban por darnos alcance, por mordernos en la caricia las heridas de las que nos habríamos curado. Lamiéndonos.

Este es el asalto en el que besé la lona. Y acostumbrado a tus labios, te cambié por el suelo. La sangre hablará por mí, es decir, los de la última fila: enfoquen sus prismáticos. Tu piel es como ausencia de azúcar cuando hago el desayuno y no es para ti. Apostaría no volver a ver el mar a que tus ojos pueden humedecer cualquier piedra, pero desde dentro, a que pueden atravesar un muro hasta hacerle llorar, a que toda la tierra que pisas suda tras tus pasos. El paisaje de tu dolor es fijarte en que contengo mis amagos por cogerte la mano. Que haya un invisible que no entiendas luchando por alejarme de ti. Que me deje follar por una vida loca en lugar de reinventar el amor, o de rehacerlo, orgasmo a orgasmo. Mi corazón y mi polla a veces hablan sobre tus caderas, y mi cabeza dice que sí, solamente.

A veces sueño con primaveras y con tu boca, así que vengo a pedir la flor y la mamada como si soñar otorgara derechos en lugar de obligaciones, como si pudiera patalear mi necedad de naufragio reclamando tu isla de ojos azul o asis. Y vendiendo tu ausencia a desconocidos, traficando con este vacío sólo por tener algo que sentir sin tener que mentir al respecto, mi incalculable necesidad de tirar de la cadena una vez te has metido la última raya, y este orfanato sin hijos a los que aferrarse que yo llamo casa, tú puedes llamar cuando quieras. Lo sabes, ¿no?

Perdona el ovillo que lanzo como si quisiera enredarlo todo. Ya sabes que a mí los sentimientos siempre me parecieron un poco laberinto, esquinas donde me perdía cuando tenía que coger un tren y llegaba tarde, excusas con las que aceptabas que no te pillaran nunca en los trabajos que de verdad querías. Un poco como una barra llena de gente pidiendo cerveza como si fuera auxilio. Dicen Mahou y escucho socorro. Un griterío. Que es, supongo, como también te amé. Gritando.

Mis miedos hacían fiestas en nuestro eco. En lo que venía después. En nuestras sombras, mis miedos jugaban a ver quién pedía en la primera mano. Y qué. Esperaban a la formación del recuerdo para emborracharse, y prometían pérdidas por su rescate, mis miedos trabajaban el ayer que jodería nuestras mañanas, tú con la toalla en la cabeza y yo metiéndote prisa, en lugar de otras cosas, otra vez. Lo bueno es que, aunque solo fuese un momento, les tuvimos acojonados, a mis miedos. Lo malo es que ellos tenían razón. Y yo solo sentimientos.

Cogías un palo fino y lo metías hasta el fondo para que saliese la araña. Había algo de atractivo en todo ello. Hurgabas en su comadreja tratando de que saliera asustada, dispuesta a picar o a huir como cualquier animal aferrándose a la supervivencia por encima de su dignidad. Nosotros ni siquiera teníamos que sobrevivir, y la dignidad indicaba solo el nivel de crueldad aprendida. Nos creíamos dioses matando insectos. Y ahora que creamos monstruos ¿por qué no hacerlo?

Cómo le diré al niño que vi llorar madres de camino al trabajo, resignándose a la rutina, pidiendo una vida de menos por un día de descanso. La sonrisa de quién me tendré que inventar para convencerle de que sueñe lo más lejos posible para vivir lo imposible más de cerca, en qué libertad morirán los payasos y las putas después de que les hayamos utilizado, ¿a qué precio están las cadenas, señor invierno?, y el viento haciendo crujir la madera, como diciendo: duérmete, niño bueno, duérmete…

Creo en las hogueras y el derroche. He sentido la noche a través de mí, y aullaba como un pergamino sin tesoro, a la desesperada por sentirse útil, diáfana, ávida de necesidad. He metido cada oportunidad en la coctelera y después la he agitado como si masturbara mi odio. Señorita, no soy digno de que entres en mi cama, pero una mamada tuya bastará para sanarme. Yo rezaba cada noche pensando en tu coño. ¿De verdad querrías querer a alguien así?

Siempre he creído que la resaca era la parte final de la borrachera. Ahora la reconvierto también como parte inicial. De otra. Y así, se van pasando las semanas. A toda ostia. Metiéndomelas. 
  
“tú quieres a mucha gente, pero nunca se lo dices a nadie”. Me dijo, mientras deshacía las maletas de su próximo viaje. “Quédate con eso. Yo no lo necesito, porque te quiero y te lo digo, así que déjate de gilipolleces y empieza a decirlo, ¿vale?”.

Me verás fugaz o eterno, caído como el ángel aquel que montó un infierno solo por rebeldía, lejos como una estrella que no sirve para iluminar la puesta en escena de siquiera un sueño, o triste como este mundo de andenes cruzados y ciegos suicidas, como el porqué que nadie responde cuando le preguntan por la muerte.

Me verás como en las nubes o las casualidades, buscando, ya me conoces, la felicidad que no me corresponde de tus piernas.

Me verás, quizá con mi nudo en la garganta bien apretado, tratando de no toser, sonriendo mientras te digo:

He venido a besarte y a hacerte el café.
He venido para ser tu desayuno.