jueves, 27 de enero de 2011

este sabado, en los diablos azules, recital con garcía montero


cada uno crece con sus propias marcas de juventud. Vas pasito a pasito sin pensar muchas veces hasta donde llegarás (hasta donde llegue, hasta donde pueda llegar) y en ese camino te vas empapando de la lluvia que otros pusieron sobre el papel, aprendes a mirar según el tacto o metáforas de las personas que tienes cerca, según las cunetas y sus paisajes de tiempo en stand by.
me metí en la poesía con una antología de benedetti. en tardes de 17 años leía y cogía aire de aquel viejo bonachón al que siempre (me quedé con las ganas) quise dar un abrazo. subrayaba con lápiz sus libros en prestamo de la biblioteca pública y llenaba los apuntes de literatura de segundo de bachillerato con frases sueltas en todos sus márgenes. aprender imitando. eso lo hemos hecho todos, supongo.
al poco, en la feria del libro de palencia, en las casetas del salón, dando una vuelta una tarde -seguramente de domingo- con frontela, me paré ante un librito rojo de un tal luis garcía montero. casi 100 poemas, se titulaba. me dije: son bastantes, aunque no todos sean buenos alguno merecerá la pena. y me lo pillé. mi segundo libro de poesía.
aun conservo estos dos libros. son dificiles de encontrar porque nunca están en la estantería y mi habitación (quien la ha visto puede corroborarlo) es un completo desastre. y son de esos libros que no dejo a nadie que no viva conmigo.
benedetti y montero. esa fue mi primeriza bandera.
durante mucho tiempo (9 años me dicen las cuentas) los he utilizado para entender la amistad, para ver el mundo, conocer la historia, juzgar la justicia o intuir que el amor y la libertad van de la mano aunque otros quieran venderlo al revés.
y por supuesto, para ligar con algunas chicas que entendían
de poesía pero en otra de sus formas. distintas posturas. como aquel pacto que firmé con guille cuando le conocí: si es para un polvo vale robar un verso. y eso hecho unas cuantas veces. lo reconozco.
la suerte es un capricho que la vida no siempre te concede. visto así, solo puedo decir que soy un niño mimado: he tenido la suerte de compartir charlas, micros, noches o cervezas con los mejores poetas de hoy en día. he salido a dar un paseo por el mundo literario bien sujeto de la mano de gigantes de la literatura. he sido testigo de una generación sin nombre que todavía no sabe hasta dónde llegará, pero se les ve con fuerzas.
y he cumplido sueños. bastantes. más de los que quizá me haya merecido. quién sabe. el caso es que marcus e isa han hecho que tache otro más de la lista de cuentas pendientes conmigo mismo. este sábado, en los diablo azules, compartiré local, escenario y micro con garcía montero. imaginense la cara que pude poner cuando los jefes de casimiro me lo dijeron. las veces que no he querido pensar demasiado en ello desde entonces. el respeto que me supone escribir todo esto para anunciar un recital.
y dar las gracias.
de nuevo.
a marcus e isa, por volver a hacerlo. y otros muchos, muchisimos más, por seguir estando.
dejó el cartel aquí colgado.
para el que le pueda interesar.


lunes, 24 de enero de 2011

hoguera de posibilidades

Uno tras otro los cigarros van cayendo
como cerezas maduras
de primavera tardía.
Se acumulan las páginas en blanco
y las alternativas
son gajos de cansancio derretido,
de historias sin primera frase,
de finales insípidos faltos de un apretón de tuercas.
En los escombros de la papelera
hay restos de rutina precocinada
y algún billete usado del metro
que no llevarán ya
nunca jamás
a nadie
a ninguna parte.
Las condolencias estallan en mi cabeza
para conmigo mismo,
la artrosis del pianista
le juega malas pasadas
y en el cielo
las nubes toman forma
de corte de mangas.
No hay misterio, ni nada tan atroz que dé miedo
por encima del día a día,
esa colección sucesiva de resacas
que escondes entre el desorden
del álbum de cromos de tu memoria.
Decir una palabra tras otra
como estos cigarros
que se van acumulando en el cenicero,
restos ambiguos de nada,
kamikazes sin arma ni valentía,
un despropósito constante en la espera
de que en la siguiente jugada
al fin o quizá de nuevo
(no seas injusto con tus estados de ánimo)
vuelvan a tocarte buenas cartas
ahora que en la baraja hay 6 ases,
los 4 de inicio
y los 2 que escondías en la manga y que ya utilizaste.
Ya no puedes hacer trampas.
Ni resignarte.
Mirar a otro lado no vale
y a ti mismo es un chiste sin gracia.
Tirar palante como los funambulistas
a mitad de camino,
aunque tiembles de vértigo
y al otro lado no haya nada esperándote
(que tampoco es así, reconócelo anda),
y solo quede ver como se hace de noche
al otro lado de la ventana
mientras enciendes
un cigarro tras otro
quien sabe
si buscándote en el humo
o incendiándote las ganas...

martes, 11 de enero de 2011

7 birras tiene un rato

la mierda sigue creciendo.
sospecho que el día a día es su fuente de abono.
la lluvia empeora las cosas, Nacho Vegas no ayuda,
todo es como un ejercito de ojeras.
la opción B es cerrar las grietas, tapar el sumidero,
asfixiarte de nostalgias y no comprar más el periódico.
no eres bueno, y cuentas los días de neftalina
como un cul de sac envejecido, el aliento es de polillas.
si pulsas play, no esperes ningún juego.
pero.
estábamos en la barra. mirábamos las botellas con cierto encanto,
dulzaina de cobra, movimiento de caderas, un cigarro
tras otro, pose de cerveza recién echada
y un leve gesto de afirmación
cada que vez que pasaba la camarera.
el silencio era de rock, y en el escenario
la chica de la minifalda
decía que había perdido un lunar, si podíamos ayudarla
a encontrarlo,
y se mojaba la boca con su barra de larios
y miraba a los baños de reojo
tocándose con interés la nariz.
eres droga de la buena, nena, te oí decir antes de apurar mi último trago.
pero
no era todo lo que te iba a decir antes de que sonara el despertador.
en un rincón el abuelo sacaba su baraja de palos
y contaba los triunfos con tristeza,
se alegraba por las derrotas
y no recordaba ningún empate, "pal que los quiera, los arrojé por el water
y tiré de la cadena",
luego palpaba su lija de barba y un sonido de rasguños
inundaba el ambiente como de bar en calma,
la gente se sentaba en la arena
y algunos hasta mojaban los pies en sus propios vasos
de lágrimas.
pero
hay todavía unas cuantos, y voy a pedirte paciencia.
el chino estaba en la puerta soñando con garabatos
y en la mochila guardaba el último trago de la peña,
cuando nadie miraba
el volvía a su parnaso de manantial y bambúes,
los ojos se le desgarraban mirando nostálgico el suelo
y salíamos del bar tambaleando a comprarle los sueños
por dos euros de realidad, celveza sí, glacias,
y seguimos caminando calle arriba,
viniéndose abajo,
unos pasos más allá
el joven actor sin suerte
volvía a sentirse en la cola del paro
y miraba a las bailarinas de la coquette
jugar a las pin up con los porteros de la discoteca,
10 euros la entrada, chicas,
oh vamos encanto, prometemos quedarnos hasta el final...
y el joven actor sin suerte
se apoyaba en la pared
y sacaba un paquete tabaco de liar
pensando en el papel protagonista
de todas esas películas que jamás haría.
mientras, dejame que te lo cuente,
junto al portal del última de la fila
una chica de veintialgo probaba suerte con la vomitona
y masticaba un "estoy bien" entre los dientes
cuando una amiga se acercaba a sujetarle la cabeza,
estaba tirada de medio lado
y con las manos se preocupaba de bajarse torpemente la falda
y de taparse la cara para que nadie la viera,
qué vergüenza, llevame a casa, lo siento tía y etcetera,
la lograron levantar y nos miró con ingenuidad al pasar por su lado,
no era bonita, "pero tiene algo" dijiste,
"como todas las mujeres cuando se desnudan",
no dijimos nada más hasta pasado un buen rato,
la feria seguía vendiendo billetes de lotería
y algunos festejaban con humildad el premio de peluche
que les había tocado,
nosotros fuimos caminando entre casetas, bares a punto de cerrar
y listas de espera para el baño, los fuegos artificiales
estaban en el suelo brillando y el confeti de estrellas
no permitía pedir más de tres deseos por noche
y tampoco prometía nada de que fueran a cumplirse.
sacaste el último cigarro que nos quedaba,
te lo pusiste en los labios y me miraste antes de despedirte:
¿tienes fuego, tío?
y el frío me llegó a los huesos con tu pregunta,
metí en las manos en los bolsillos
y saqué el mechero que habíamos robado en el primer garito,
pues claro, amigo, pues claro.