Sabes todos mis secretos porque te he visto mirarme
y callarte después,
evitando la pregunta porque sabías ya la respuesta.
Puede ser que haya hecho fatal muchas cosas
y que en otras
fui tan mediocre que siquiera lo hice mal.
No es que sepa olvidar entre líneas,
pero sigues siendo esa chica bailarina e irreal
que una vez me tomó de las manos
“vamos, sígueme”
y no pude no hacerte caso.
Todos hemos librado la peor batalla alguna vez.
Yo también tengo mañanas con sabor a nada,
esa especie de caricia íntima con lo vulgar de estar vivo.
Hace tiempo que cambié mi futuro por sueños imposibles de barro
y sigo empeñado en empeñar mi trozo de tierra de nadie para jugármelo a doble o nada.
Tus hombros saben de sobra que sí he llorado.
Y hay veces que me he odiado por el daño hecho.
El “no sé no ser” que tanto buscaba resultó ser un tesoro artificial que se podía usar
como excusa.
Y tú, que ibas de musa, me dejaste sin palabras.
Así que ven,
mírame y dime que no diga nada
para que yo pueda mirarte
y contártelo todo.
lunes, 10 de diciembre de 2007
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