inicio rasta con humo y luces,
te beso en frente por pensamiento impuro,
camino cabizbajo entre tus cejas,
me paro en ojos, azul destiño,
bajo en vino rosado de mejilla,
me pliego en pliegues antes de labios,
me bebo en jugo saliba sueños,
baile de lengua,
quien sabe cuando miro al vacío,
salto a través del deslizate, pellizco al oído,
llamador de angeles, qué redundancia de soga al cuello,
qué onda curva cuesta montaña,
final en alto, picos de eureka,
algún lunar extraviado al que no importó haberse perdido,
pista de esquí hasta el ombligo,
escalera de costillas,
vientre bendito y caderas,
qué caderas, dios mío,
algún leve abánico de inicio de extenuación,
descripción que me ahorro por principios de génesis,
oda y mirada por todo lo alto,
elegido sui generis de labio inferior,
de la silaba afónica que adivino al doblarte,
te toco por ingle y por france,
por pierna pálida, jaguar en ciernes, hija del mambú,
rodilla clara sin punto debil al que aferrarse,
gemelos de camisas de once varas,
tobillo inquieto de niña combate,
los pies pequeños, huella descalza,
viernes, canción, todo paréntesis en una cama,
en un charquito de sudor con marcas,
caricia adrede de edredón,
amor, estaba jugando con las palabras,
no hay quien escriba belleza en brazos,
andaba lidiando con los fantasmas
pero ya se marcharon,
ya se marcharon nada más verte,
siempre tardas o parece demasiado
y luego va, espera, no apagues la luz,
tengo toda una espalda por retenerte
constelación constelación constelación...
jueves, 15 de octubre de 2009
mientras me rasco la cabeza
sé que te lavas de temeridad cuando juegas a la insolencia con los amaneceres,
al despiste con la rutina de asombro de mis ojos tristes sonriendo al mirarte.
sé que lidias guerras de risa con mis tantos tontos temores
y que has soltado más de alguna bofetada a los monstruos que de noche venían a no dejarme dormir.
desde que soy feliz hago impros de sueños como listas de la compra:
cervecitas, marejada y carne.
lo estuve pensando y sabes? yo no sé qué cojones hace la primavera con los cerezos
pero lo nuestro
seguro que es mucho más guarro.
y mucho más bello.
al despiste con la rutina de asombro de mis ojos tristes sonriendo al mirarte.
sé que lidias guerras de risa con mis tantos tontos temores
y que has soltado más de alguna bofetada a los monstruos que de noche venían a no dejarme dormir.
desde que soy feliz hago impros de sueños como listas de la compra:
cervecitas, marejada y carne.
lo estuve pensando y sabes? yo no sé qué cojones hace la primavera con los cerezos
pero lo nuestro
seguro que es mucho más guarro.
y mucho más bello.
luz de domingo
la respuesta está en el baño, sobre la taza del wc, pon 4.
4 respuestas.
deberías haber hecho primero la pregunta, pero ultimamente preguntas poco, miras menos y no te enteras de ná. tienes un bullicio de neuronas desperdigado, los ojos vidriosos sin venir a cuento y eso de las siestas, reconocelo, te está matando. así que te propongo que bajes al baño y pongas 4 respuestas de cuarto gramo antes de que venga el bajón con las rebajas.
vista una noche, vistas todas.
las mujeres, claro. las minifaldas, taconcitos, ajuste ceñido de caderas, tres dedos saliendo de la punta del zapato, la incoherencia en forma de risita casual, el toque de queda rollo mirada asesina, las mujeres, te decía, son esa ruleta mitad "de la fortuna" mitad "rusa" que esperan apoyadas en un tercio medio vacío fumando luky strike con tus deseos más ocultos. y hay veces, gracias, que te ofrecen una calada.
pero si quieres sacarle la gracia al asunto, tendrás que reirte de la miseria. porque en la tele seguirá ronroneando el ejercito de vendedores a cómodos plazos, la publicidad y el chute de dormidera cerebral que te mete el gusanillo en el cuerpo. prueba a apagar ese aparato. y después me llamas a mi drogadicto.
y el problema no sabes si es de tiempo o es de espacio. tú me decías: quiero dejar las drogas, pero no sé dónde ni cuando. así que sacabas una segunda respuesta del bolsillo pequeño del pantalón y desdoblabas mis propias contradicciones intentando no hacerte demasiado caso. me decías: hay un laberinto en cada ser humano, y no creo que tenga salida. a mi me venía bien que fuera así, porque en el fondo me sentía como un cuadro de pollok pero en barato. una baratija llena de fuerza pero ningun objetivo. de qué sirve tener armas si no tienes a quien matar.
la crónica era una resaca sin desencanto, arbitraria, triste como una canción en día de lluvia, apagado como un verano sin ceniceros, y nada que sirviera para salvar el cuello iba a servirte esta vez.
dejaste de avisar cuando vienieron las grúas, cuando volvieron de aquellos amaneceres sin nada a cambio, te miraste en el brillo de los ascensores y es por eso que tomaste el rumbo de las escaleras, aun te sentías cansado pero preferías eso a esperar a que se abriera una puerta.
con 17 tacos uno no espera ni al autobús.
en cierta manera era normal que no llevaras esparadrapo, que no supieras a qué sabía, que intentaras parecerte a las fábulas a pesar de toda la torpeza. no querías tener hijos, ni casa, ni manual de instrucciones. pero en el fondo hay sitio, así que te sentaste, miraste a los viejos amigos, a la camarera, a los signos de exclamación de al otro lado de la puerta, y como no te sentiste vacío quisiste volver a comprobarlo.
y en eso andamos un poco todos. en mitad del camino, conformandonos con entender unas pocas cosas y sentir el resto. llega un punto en el que como humano no exiges a la especie grandes sacrificios. un poquito de dignidad, algún que otro principio y mantenerse en pie si llegan las bombas.
pero has visto el pozo vacío donde otros se ahogan y te conformas con que no te salpique la mala sangre que hierve en ciertos artificios, en algunas escopetas de feria, en el paisaje de las postales de los todo a 100 con pancartas de belleza por 4 duros.
en fin, un día dios dijo: hagase la luz
y entonces llamó a iberdrola
donde le informaron que tardarían en dar el alta en un plazo de 2 a 5 días. laborables, nos ha jodido.
y lo único que pensó fue que tendría que bajar al bar para ver el partido del domingo.
4 respuestas.
deberías haber hecho primero la pregunta, pero ultimamente preguntas poco, miras menos y no te enteras de ná. tienes un bullicio de neuronas desperdigado, los ojos vidriosos sin venir a cuento y eso de las siestas, reconocelo, te está matando. así que te propongo que bajes al baño y pongas 4 respuestas de cuarto gramo antes de que venga el bajón con las rebajas.
vista una noche, vistas todas.
las mujeres, claro. las minifaldas, taconcitos, ajuste ceñido de caderas, tres dedos saliendo de la punta del zapato, la incoherencia en forma de risita casual, el toque de queda rollo mirada asesina, las mujeres, te decía, son esa ruleta mitad "de la fortuna" mitad "rusa" que esperan apoyadas en un tercio medio vacío fumando luky strike con tus deseos más ocultos. y hay veces, gracias, que te ofrecen una calada.
pero si quieres sacarle la gracia al asunto, tendrás que reirte de la miseria. porque en la tele seguirá ronroneando el ejercito de vendedores a cómodos plazos, la publicidad y el chute de dormidera cerebral que te mete el gusanillo en el cuerpo. prueba a apagar ese aparato. y después me llamas a mi drogadicto.
y el problema no sabes si es de tiempo o es de espacio. tú me decías: quiero dejar las drogas, pero no sé dónde ni cuando. así que sacabas una segunda respuesta del bolsillo pequeño del pantalón y desdoblabas mis propias contradicciones intentando no hacerte demasiado caso. me decías: hay un laberinto en cada ser humano, y no creo que tenga salida. a mi me venía bien que fuera así, porque en el fondo me sentía como un cuadro de pollok pero en barato. una baratija llena de fuerza pero ningun objetivo. de qué sirve tener armas si no tienes a quien matar.
la crónica era una resaca sin desencanto, arbitraria, triste como una canción en día de lluvia, apagado como un verano sin ceniceros, y nada que sirviera para salvar el cuello iba a servirte esta vez.
dejaste de avisar cuando vienieron las grúas, cuando volvieron de aquellos amaneceres sin nada a cambio, te miraste en el brillo de los ascensores y es por eso que tomaste el rumbo de las escaleras, aun te sentías cansado pero preferías eso a esperar a que se abriera una puerta.
con 17 tacos uno no espera ni al autobús.
en cierta manera era normal que no llevaras esparadrapo, que no supieras a qué sabía, que intentaras parecerte a las fábulas a pesar de toda la torpeza. no querías tener hijos, ni casa, ni manual de instrucciones. pero en el fondo hay sitio, así que te sentaste, miraste a los viejos amigos, a la camarera, a los signos de exclamación de al otro lado de la puerta, y como no te sentiste vacío quisiste volver a comprobarlo.
y en eso andamos un poco todos. en mitad del camino, conformandonos con entender unas pocas cosas y sentir el resto. llega un punto en el que como humano no exiges a la especie grandes sacrificios. un poquito de dignidad, algún que otro principio y mantenerse en pie si llegan las bombas.
pero has visto el pozo vacío donde otros se ahogan y te conformas con que no te salpique la mala sangre que hierve en ciertos artificios, en algunas escopetas de feria, en el paisaje de las postales de los todo a 100 con pancartas de belleza por 4 duros.
en fin, un día dios dijo: hagase la luz
y entonces llamó a iberdrola
donde le informaron que tardarían en dar el alta en un plazo de 2 a 5 días. laborables, nos ha jodido.
y lo único que pensó fue que tendría que bajar al bar para ver el partido del domingo.
ganas de fábrica
cómo conjugar
el pasado imperfecto de mis miedos
con el futuro incondicional de mis valentías.
cómo saber dónde pisar
si las huellas que no dejé
jamás fueron
y las que no haré
nunca serán.
mierda.
cómo luchar ante la inspiración de la culpa
si solo tengo un deseo de inocencia.
cómo lidiar las asperezas de tantos años rasgando paredes
si ahora entiendo
que la única forma de suavidad
es besar la piel a caricias.
cómo fundir este rostro de hielo
con el fuego que me quema en la garganta.
cómo vivir a pesar de la muerte
o morir sin saber que la vida
y en fin,
cómo nadar contracorriente
y no dudar de que son ellos los que están equivocados.
cómo salir a la calle con ganas de reir y no llorar
o cómo llorar sin reir en el intento.
tantas monedas,
tantos dados
que uno termina por confundir el destino con el azar,
el juego con el ahorcado.
¿no será que acaso es eso?
un ir y venir dislocado,
inconexo,
tan sencillo de entender como dificil de explicar,
un niño con voz de viejo, un edificio de ruinas,
un cristal de reflejos,
un desguace de coche con motor y sueños,
adicto al asfalto,
con ganas de fábrica de acelerar.
el pasado imperfecto de mis miedos
con el futuro incondicional de mis valentías.
cómo saber dónde pisar
si las huellas que no dejé
jamás fueron
y las que no haré
nunca serán.
mierda.
cómo luchar ante la inspiración de la culpa
si solo tengo un deseo de inocencia.
cómo lidiar las asperezas de tantos años rasgando paredes
si ahora entiendo
que la única forma de suavidad
es besar la piel a caricias.
cómo fundir este rostro de hielo
con el fuego que me quema en la garganta.
cómo vivir a pesar de la muerte
o morir sin saber que la vida
y en fin,
cómo nadar contracorriente
y no dudar de que son ellos los que están equivocados.
cómo salir a la calle con ganas de reir y no llorar
o cómo llorar sin reir en el intento.
tantas monedas,
tantos dados
que uno termina por confundir el destino con el azar,
el juego con el ahorcado.
¿no será que acaso es eso?
un ir y venir dislocado,
inconexo,
tan sencillo de entender como dificil de explicar,
un niño con voz de viejo, un edificio de ruinas,
un cristal de reflejos,
un desguace de coche con motor y sueños,
adicto al asfalto,
con ganas de fábrica de acelerar.
lunes, 7 de septiembre de 2009
putas e hijos de puta
van a seguir tirando piedras infundados en su disfraz de desprecio,
van a ir los de siempre a por las de siempre
y ellas seguirán con su terapia de besos
comiendoles la polla a los que dictan las leyes por un, digamoslo cruelmente, módico precio.
mal que las pese, porque hay quien no tiene otra.
van a seguir con su terapia de ciudades limpias
disimulando las grietas y las alcantarillas,
esta sociedad incivilizada, estupìda hasta la inmundicia, donde el cristal de la hipocresía
se clava entre las piernas de todas esas mujeres de polvo a 20.
rabia de vómito ante el dictamen aplastante de la supuesta buena gente.
asco de viandantes callados y adormecidos,
adictos al linchamiento de quien no tiene con qué defenderse
ni mucho menos a qué agarrarse.
¿quién se tira a todas esas mujeres? decidme quién y que salgan a la palestra
porque habría que juzgarles no por sus actos sino por sus cobardías,
hartos de tanto silencio cómplice, de tanta mierda de portada de diario,
de tanto bulto escondido entre los pantalones de una bragueta que no duda en bajarse
justo antes de callarse la boca.
¿dónde están sus cojones? decidme dónde, porque alza la voz
quien jamás ha pagado, porque vergüenza me da que sea yo
y no otros los que hablen claro,
asco de tanta mirada para otro lado, de tanta idilio de somnolencia,
vosotros que jugáis a los orgasmos como profesionales
porque no decís ahora en donde descargáis vuestras miserias,
quienes os escuchan de noche,
quienes aguantan vuestra insoportable necesidad de existencia,
por qué no salís a luchar esta guerra y sí permitís
que ellas traguen y traguen y traguen,
por qué, decidme, por qué no se os cae de una vez la cara de vergüenza
y la sombra de pánico en el azulejo
no rompe al fin el espejo del que tanto teméis.
ellas seguirán ahí, abiertas de penas
tratando la soledad de la gente, acariciandole el lomo a las hienas,
paliando su innato temor a la muerte, su desconsolado llanto de olvido,
su almacén de mentiras a cuestas.
visto lo visto escribo, con mi grito en la mirada de todos esos cobardes,
que vosotros, hijos de puta
jamás seréis dignos
de la honrada profesión de vuestras madres.
van a ir los de siempre a por las de siempre
y ellas seguirán con su terapia de besos
comiendoles la polla a los que dictan las leyes por un, digamoslo cruelmente, módico precio.
mal que las pese, porque hay quien no tiene otra.
van a seguir con su terapia de ciudades limpias
disimulando las grietas y las alcantarillas,
esta sociedad incivilizada, estupìda hasta la inmundicia, donde el cristal de la hipocresía
se clava entre las piernas de todas esas mujeres de polvo a 20.
rabia de vómito ante el dictamen aplastante de la supuesta buena gente.
asco de viandantes callados y adormecidos,
adictos al linchamiento de quien no tiene con qué defenderse
ni mucho menos a qué agarrarse.
¿quién se tira a todas esas mujeres? decidme quién y que salgan a la palestra
porque habría que juzgarles no por sus actos sino por sus cobardías,
hartos de tanto silencio cómplice, de tanta mierda de portada de diario,
de tanto bulto escondido entre los pantalones de una bragueta que no duda en bajarse
justo antes de callarse la boca.
¿dónde están sus cojones? decidme dónde, porque alza la voz
quien jamás ha pagado, porque vergüenza me da que sea yo
y no otros los que hablen claro,
asco de tanta mirada para otro lado, de tanta idilio de somnolencia,
vosotros que jugáis a los orgasmos como profesionales
porque no decís ahora en donde descargáis vuestras miserias,
quienes os escuchan de noche,
quienes aguantan vuestra insoportable necesidad de existencia,
por qué no salís a luchar esta guerra y sí permitís
que ellas traguen y traguen y traguen,
por qué, decidme, por qué no se os cae de una vez la cara de vergüenza
y la sombra de pánico en el azulejo
no rompe al fin el espejo del que tanto teméis.
ellas seguirán ahí, abiertas de penas
tratando la soledad de la gente, acariciandole el lomo a las hienas,
paliando su innato temor a la muerte, su desconsolado llanto de olvido,
su almacén de mentiras a cuestas.
visto lo visto escribo, con mi grito en la mirada de todos esos cobardes,
que vosotros, hijos de puta
jamás seréis dignos
de la honrada profesión de vuestras madres.
lunes, 31 de agosto de 2009
pajas y pipas
las palabras siguen en la mente siguiendo su danza de metáforas,
nadie silba las melodías de los omnipresentes,
la cerveza bulle a través de la tarde
y todo se mide en humo, en ausencia de enumeraciones,
en limites de hasta dónde se puede aguantar.
quizá resistamos ante la mierda de muerte que a todos nos espera,
nos conviratmos en héroes enamorados de villanos,
inútiles parcelas con rascacielos apuntado hacia el pensamiento,
ascender como los campos de trigo de abuelos que contaban las guerras
de dos en dos, hacer el zig zag de las decepciones
y aspirar a romper la ruleta de la baraja porque los esclavos
son aquellos que miran el reloj cada cuarto de hora.
la risa cotiza tan alto como el miedo, pero el miedo te trata de tu a tu cada noche,
en cada esquina hay una vomitona dispuesta a escribirte tu vida
y tu sigues zumbando con las avejas, baladeando a través de la noche,
lisiado como ciertas carcajadas maltrechas de tanto pasado a cuestas,
desquiciado porque el amor era una puta barata que no aceptó tu dinero,
al otro lado habrá cuentagotas con recuerdos de niño emborronados,
cabreados con tus ojos incapaces de resistir a las lágrimas,
besuqueando la ceniza de los ceniceros mientras compras cigarrillos
a 3,30 la hora, dos caladas y un punto negro que podría llamarse futuro
pero prefiere mantenerse en el anonimato,
ahora puedes decir que el dolor es una aguja entrando por las arterias
y quizá un adulterio contra tus propios principios,
nadie te obligó a arrodillar la poesía para poder respartir de nuevo las cartas,
pero lo hiciste y no digas entonces que el final fue una palabra tan solo,
tu te rendiste,
tu dijiste un paso más pero no lo diste,
tú sabrás en la hora de los espejos qué grietas vendrán a defenderte
pero hasta entonces tendrás este triste hormiguero de pajas y pipas,
esta fría mañana de multitud,
este linaje de hombre vulgar dispuesto al olvido
mientras la miseria del arrastrarse sin más es un espejismo sin oasis,
un grano de arena tras otro,
un plaga de hiedras subidas a lo alto del colocón, donde el alcohol quema
y las miradas hacen de invitadas de excepción a tu despedida,
pero no estás muerto y si lo estás, nadie te lo ha dicho todavía,
dejemos que sea así, engañemonos, hagamos un reguero de saliba tras los aspersores,
lidiemos con el odio acumulado de desencuentros y mierda,
finjamos, joder, hasta que el último vuelo llegué con su libre caída de suelos
a recordarnos que las letras más oscuras
siguen bailando entre poesías.
nadie silba las melodías de los omnipresentes,
la cerveza bulle a través de la tarde
y todo se mide en humo, en ausencia de enumeraciones,
en limites de hasta dónde se puede aguantar.
quizá resistamos ante la mierda de muerte que a todos nos espera,
nos conviratmos en héroes enamorados de villanos,
inútiles parcelas con rascacielos apuntado hacia el pensamiento,
ascender como los campos de trigo de abuelos que contaban las guerras
de dos en dos, hacer el zig zag de las decepciones
y aspirar a romper la ruleta de la baraja porque los esclavos
son aquellos que miran el reloj cada cuarto de hora.
la risa cotiza tan alto como el miedo, pero el miedo te trata de tu a tu cada noche,
en cada esquina hay una vomitona dispuesta a escribirte tu vida
y tu sigues zumbando con las avejas, baladeando a través de la noche,
lisiado como ciertas carcajadas maltrechas de tanto pasado a cuestas,
desquiciado porque el amor era una puta barata que no aceptó tu dinero,
al otro lado habrá cuentagotas con recuerdos de niño emborronados,
cabreados con tus ojos incapaces de resistir a las lágrimas,
besuqueando la ceniza de los ceniceros mientras compras cigarrillos
a 3,30 la hora, dos caladas y un punto negro que podría llamarse futuro
pero prefiere mantenerse en el anonimato,
ahora puedes decir que el dolor es una aguja entrando por las arterias
y quizá un adulterio contra tus propios principios,
nadie te obligó a arrodillar la poesía para poder respartir de nuevo las cartas,
pero lo hiciste y no digas entonces que el final fue una palabra tan solo,
tu te rendiste,
tu dijiste un paso más pero no lo diste,
tú sabrás en la hora de los espejos qué grietas vendrán a defenderte
pero hasta entonces tendrás este triste hormiguero de pajas y pipas,
esta fría mañana de multitud,
este linaje de hombre vulgar dispuesto al olvido
mientras la miseria del arrastrarse sin más es un espejismo sin oasis,
un grano de arena tras otro,
un plaga de hiedras subidas a lo alto del colocón, donde el alcohol quema
y las miradas hacen de invitadas de excepción a tu despedida,
pero no estás muerto y si lo estás, nadie te lo ha dicho todavía,
dejemos que sea así, engañemonos, hagamos un reguero de saliba tras los aspersores,
lidiemos con el odio acumulado de desencuentros y mierda,
finjamos, joder, hasta que el último vuelo llegué con su libre caída de suelos
a recordarnos que las letras más oscuras
siguen bailando entre poesías.
palabras secas
hablar del paisaje con estas palabras, buscarle un sujeto que siempre es primera persona,
bailar entre metáforas que hablan de dientes, de hambre,
de formas infinitisimales y detalles sin importancia,
besar el precio de la compra como un bolsillo al que no le quedan monedas,
tirar de chantaje, de lirios cortados a través de la somnoloncia,
sudores en ciernes vistos con el filtro de la literatura,
buscar un sentimiento al abrir una página,
morir por falta de marcapasos, por ganas de arena,
lidiar con el fracaso de fondo, la inconsistencia, la ausencia de inmaterialidad que te da un folio en blanco,
llorar por si acaso se te olvida mañana,
hacerte el daño que no es justo pero sí necesario,
batirse a vuelo de pájaro que pisa por primera vez la tierra
y escapar de los nidos en el estómago, de las charcas de viernes,
el tiempo de los olvidados no pasó de refugio de guerra,
la memoria lloviznó batalleando,
el silbato fue un silbido de amigo y la estación se llamaba primavera,
el tren destino,
y el billete desconocía el significado de la palabra vuelta.
no tenía más valor que un puñado de granos de trigo,
es decir, muchas promesas, y el cartel de neón anunciaba un futuro en oferta
y el portero en la puerta cobraba con principios la entrada.
pocos se dieron cuenta hasta que la vergüenza fue el plato frío de la madrugada,
se salvaron por un chasquido de risa a tientas,
por unas piernas de minifalda, por tener en la cartera algo que pudiera identificarles.
he pasado a través de este sigilo como un mimo al que tienen que subirle la bragueta,
me quema su paladar de letras y la señal de stop al final de cada calle,
las ventanas cerradas,
una colección de puertas donde poder resguardarse,
el escondite de la hojarasca
y las aceras tintadas de huellas de nadie.
sobre todo
me quema el hecho de que ahí seguirá el paisaje,
con sus montañas heladas de rocío en hierba,
con su filo de cuerpo y caderas mirando a través de las legañas,
el culo pompa de la naturaleza
me quema
al ver lo poco que tendrá que ver
con nuestras palabras...¿de mierda?
bailar entre metáforas que hablan de dientes, de hambre,
de formas infinitisimales y detalles sin importancia,
besar el precio de la compra como un bolsillo al que no le quedan monedas,
tirar de chantaje, de lirios cortados a través de la somnoloncia,
sudores en ciernes vistos con el filtro de la literatura,
buscar un sentimiento al abrir una página,
morir por falta de marcapasos, por ganas de arena,
lidiar con el fracaso de fondo, la inconsistencia, la ausencia de inmaterialidad que te da un folio en blanco,
llorar por si acaso se te olvida mañana,
hacerte el daño que no es justo pero sí necesario,
batirse a vuelo de pájaro que pisa por primera vez la tierra
y escapar de los nidos en el estómago, de las charcas de viernes,
el tiempo de los olvidados no pasó de refugio de guerra,
la memoria lloviznó batalleando,
el silbato fue un silbido de amigo y la estación se llamaba primavera,
el tren destino,
y el billete desconocía el significado de la palabra vuelta.
no tenía más valor que un puñado de granos de trigo,
es decir, muchas promesas, y el cartel de neón anunciaba un futuro en oferta
y el portero en la puerta cobraba con principios la entrada.
pocos se dieron cuenta hasta que la vergüenza fue el plato frío de la madrugada,
se salvaron por un chasquido de risa a tientas,
por unas piernas de minifalda, por tener en la cartera algo que pudiera identificarles.
he pasado a través de este sigilo como un mimo al que tienen que subirle la bragueta,
me quema su paladar de letras y la señal de stop al final de cada calle,
las ventanas cerradas,
una colección de puertas donde poder resguardarse,
el escondite de la hojarasca
y las aceras tintadas de huellas de nadie.
sobre todo
me quema el hecho de que ahí seguirá el paisaje,
con sus montañas heladas de rocío en hierba,
con su filo de cuerpo y caderas mirando a través de las legañas,
el culo pompa de la naturaleza
me quema
al ver lo poco que tendrá que ver
con nuestras palabras...¿de mierda?
radiografía con acuarelas
nunca había jugado al despite sin palanganas. yo, verán, no sabía esconderme antes de que contaran 100, así que buscaba visibilidad, un sitio donde pudiera depender de mis fuerzas para correr antes que de mi habilidad para cerrar los ojos. no quería sentirme presa, y por eso era más de cazar.
pero ay, tampoco sabía asustar a los monstruos de mi armario, así que procuraba no tener armarios, o si los tenía, que fueran cómodos. no es bueno incomodar a los monstruos, me decía. seguro que a ellos tampoco les gustan las guerras.
cuando aprendí a enceder las cerillas creí que ya sabía hacer fuego. siempre me pasa algo así. un día lancé una piedra y empecé a soñar con fusiles. al otro era un paseo en bicicleta, o bajar la ventanilla del coche, y decirme bah!! este mundo se ve a base de dar pedales.
pero nunca le tuve miedo al mar. y el respeto se lo concedí estos ultimos años. será que crecí entre demasiada tierra, o que leí un cuento de borges que terminaba con un desierto haciendo de laberinto.
en verdad que pocas veces entendí que se puede saborear la madera. que los miedos van con raíz, y hay que sangrar para estirparlos de adentro. que la risa es lo más importante. lo más bonito.
más incluso que los gemidos, ese gesto tan recordado. ese gesto, ay, no quiero pornografiarme en estos momentos. quería una radiografía con acuarelas. algo que diga: no, si yo solo quería suelto para tabaco, pero si hay que tomarse una cerveza...
total, que terminé borracho. y no se crean, a ratos hasta me siento viejo. aunque piso la arena y me lo paso como un enano. pero a ratos, eso, parece que en cualquier momento me fuera a poner a escribir a mano las cartas que ahora mando via mail.
pero qué va. soy un falsoalarmista. un pedrolobista. un exagerametaforas. una blablablador. un tremendimensionista. un enciendeincendios. un inseguroquesiqueno.
vamos, que no me pongo de acuerdo y exagero hasta hacer de todo un pequeño detalle, un delicado gesto, una minima afirmación resolutiva. yo es que entre la teoría gravitacional y la mecanica cuantica siempre he ido con los más pequeños.
será que un mechón de pelo me dice más que la larga cabellera.
que me fijo en la uñas más que en los dedos.
en las pecas ominosas, los lunares contados, el rosa de mejilla sin rubor.
será que ella mide poco más de metro y medio, y se diluye como acuarela en celo,
como mancha de grafito con sudor.
pero ay, tampoco sabía asustar a los monstruos de mi armario, así que procuraba no tener armarios, o si los tenía, que fueran cómodos. no es bueno incomodar a los monstruos, me decía. seguro que a ellos tampoco les gustan las guerras.
cuando aprendí a enceder las cerillas creí que ya sabía hacer fuego. siempre me pasa algo así. un día lancé una piedra y empecé a soñar con fusiles. al otro era un paseo en bicicleta, o bajar la ventanilla del coche, y decirme bah!! este mundo se ve a base de dar pedales.
pero nunca le tuve miedo al mar. y el respeto se lo concedí estos ultimos años. será que crecí entre demasiada tierra, o que leí un cuento de borges que terminaba con un desierto haciendo de laberinto.
en verdad que pocas veces entendí que se puede saborear la madera. que los miedos van con raíz, y hay que sangrar para estirparlos de adentro. que la risa es lo más importante. lo más bonito.
más incluso que los gemidos, ese gesto tan recordado. ese gesto, ay, no quiero pornografiarme en estos momentos. quería una radiografía con acuarelas. algo que diga: no, si yo solo quería suelto para tabaco, pero si hay que tomarse una cerveza...
total, que terminé borracho. y no se crean, a ratos hasta me siento viejo. aunque piso la arena y me lo paso como un enano. pero a ratos, eso, parece que en cualquier momento me fuera a poner a escribir a mano las cartas que ahora mando via mail.
pero qué va. soy un falsoalarmista. un pedrolobista. un exagerametaforas. una blablablador. un tremendimensionista. un enciendeincendios. un inseguroquesiqueno.
vamos, que no me pongo de acuerdo y exagero hasta hacer de todo un pequeño detalle, un delicado gesto, una minima afirmación resolutiva. yo es que entre la teoría gravitacional y la mecanica cuantica siempre he ido con los más pequeños.
será que un mechón de pelo me dice más que la larga cabellera.
que me fijo en la uñas más que en los dedos.
en las pecas ominosas, los lunares contados, el rosa de mejilla sin rubor.
será que ella mide poco más de metro y medio, y se diluye como acuarela en celo,
como mancha de grafito con sudor.
domingo, 23 de agosto de 2009
hand up
como te confesé la primera noche: solo tengo un puñado de palabras.
y prometí usarlas para hacerte reir.
me puse peluca y sombrero, la cara pintada
y el disfraz de aprendiz ingenuo que juega a subirte las faldas.
puedo decir que tu risa es algo que siempre me he tomado muy en serio.
cada cual tiene su gasolina para rugir, la mía es mezcla de labios y cuentos
con leve inclinación de gesto cuando la risa te desborda la boca.
por supuesto el tiempo es tiempo, y la arena no siempre es playa.
estar ahí, cogerte la mano al dar un paseo, ayudarte a dormir, todo eso.
alguna vez te vi llorar
y alguna vez también te vi contener las lágrimas.
te escuché hablar con voz cansada de cuna
mientras por dentro
había una hoguera de hielos que te quemaban.
y me quedé en silencio.
sin saber qué decir, yo, que te confesé que solo tenía un puñado de palabras
y prometí usarlas para hacerte reir.
me quedé en silencio. roto al verte resquebrajada.
asustado y muerto de miedo, como un niño feliz
que al mirarse solo ve la pálida cara de un hombre triste al otro lado del espejo.
tragué saliva, respiré, y pellizqué mis heridas para entender
que lo bueno de los malos momentos es que se pasan.
lo malo, es que lo buenos también.
y prometí usarlas para hacerte reir.
me puse peluca y sombrero, la cara pintada
y el disfraz de aprendiz ingenuo que juega a subirte las faldas.
puedo decir que tu risa es algo que siempre me he tomado muy en serio.
cada cual tiene su gasolina para rugir, la mía es mezcla de labios y cuentos
con leve inclinación de gesto cuando la risa te desborda la boca.
por supuesto el tiempo es tiempo, y la arena no siempre es playa.
estar ahí, cogerte la mano al dar un paseo, ayudarte a dormir, todo eso.
alguna vez te vi llorar
y alguna vez también te vi contener las lágrimas.
te escuché hablar con voz cansada de cuna
mientras por dentro
había una hoguera de hielos que te quemaban.
y me quedé en silencio.
sin saber qué decir, yo, que te confesé que solo tenía un puñado de palabras
y prometí usarlas para hacerte reir.
me quedé en silencio. roto al verte resquebrajada.
asustado y muerto de miedo, como un niño feliz
que al mirarse solo ve la pálida cara de un hombre triste al otro lado del espejo.
tragué saliva, respiré, y pellizqué mis heridas para entender
que lo bueno de los malos momentos es que se pasan.
lo malo, es que lo buenos también.
martes, 4 de agosto de 2009
vacaciones
cuando digo que ella tiene algo que el resto no tienen
no sé si me refiero en concreto a millones de detalles insignificantes
que la llenan de significado
o más bien a un sino cerrado como una palabra que no aciertas a acertar en un crucigrama.
el caso es que se quita las zapatillas al subir a los coches,
al entrar en casas
se queda descalza y yo miro de reojo sus pequeños dedos medio pintados,
rimel corrido por dientes a través de la lengua,
y le da pena los perros de los punkis porque beben de los charcos
donde ellos están de juerga
y a veces no me deja matar los insectos a pesar de las picaduras
y se toca cada grano que le sale en la cara
y trata, mezcla exacta de picaresca y ternura, de quitarme los puntos blancos a base de uñas,
ella a veces aparece recién depilada y yo abro la boca inconscientemente
y ella entiende que es mi forma de pedir permiso
luego explota y me agarra con los brazos y yo entre bromas pido auxilio ante tanta belleza cercana a la rabia
grado máximo de concentración,
dice qué lástima muy bajito cuando hay alguien que tropieza por segunda vez en la misma piedra
y si yo me río ella se pone seria
y si tenso la cuerda se pone orgullosa
y si hay que dejarse el tipo, para por completo el bullicio y se erige como una superguerrera capacitada
para soportar mil veces su propio peso.
hay veces que amanece caprichosa y a mí eso me encanta,
hay otras que anochece con la lujuria en las piernas y un "puedes correrte cariño" en los labios,
la he visto quedarse dormida en mis brazos y nunca creí que en mis manos cabrían tantísimos sueños,
la he escuchado cantar a pedazos canciones de madera y he notado crujir en el aire las notas que ella balbuceaba,
tiene un pentagrama a prueba de malos acordes
y mil soluciones distintas para mis mismos problemas de siempre,
yo no sé muy bien cómo es
que entre todos los tipos que pisan este planeta
fue a mí a quien señaló con el dedo y me dijo "ven aquí",
no entiendo del todo que es lo que hice tan bien cómo para merecerme esta lluvia de logros,
este premio de mirarla a los ojos en cada orgasmo,
este ir de la mano con el mundo girando alrededor nuestra,
ser el pesao que va con ella en formato tienda sprint 24 horas al día, animal de compañía para lo que tú quieras,
y a mi me recuerda a determinadas estrellas que no sabes cuanto son capaces de brillar
porque antes te ciegan,
vaya, que no me sé explicar y acumulo detalles incapaz de resumirlo en pocas palabras,
tal vez solo sea una, quien sabe, o tal vez solo sea cuestión de no preguntar
y observar el paisaje: ortigueira estaba preciosa gracias a ti,
palencia volvió a sentirse diluvio de fiera,
no hay nada como un go and trip si te veo reir todo el rato,
me elegiste y doy gracias de que sea así,
qué demonios
y qué de angeles,
todas las preguntas del mundo
y ninguna respuesta, yo que jugaba a inventar personajes entre arbitrios de magia
y casualidades
un día me di de bruces con la vida
y me enamoré de ella.
no sé si me refiero en concreto a millones de detalles insignificantes
que la llenan de significado
o más bien a un sino cerrado como una palabra que no aciertas a acertar en un crucigrama.
el caso es que se quita las zapatillas al subir a los coches,
al entrar en casas
se queda descalza y yo miro de reojo sus pequeños dedos medio pintados,
rimel corrido por dientes a través de la lengua,
y le da pena los perros de los punkis porque beben de los charcos
donde ellos están de juerga
y a veces no me deja matar los insectos a pesar de las picaduras
y se toca cada grano que le sale en la cara
y trata, mezcla exacta de picaresca y ternura, de quitarme los puntos blancos a base de uñas,
ella a veces aparece recién depilada y yo abro la boca inconscientemente
y ella entiende que es mi forma de pedir permiso
luego explota y me agarra con los brazos y yo entre bromas pido auxilio ante tanta belleza cercana a la rabia
grado máximo de concentración,
dice qué lástima muy bajito cuando hay alguien que tropieza por segunda vez en la misma piedra
y si yo me río ella se pone seria
y si tenso la cuerda se pone orgullosa
y si hay que dejarse el tipo, para por completo el bullicio y se erige como una superguerrera capacitada
para soportar mil veces su propio peso.
hay veces que amanece caprichosa y a mí eso me encanta,
hay otras que anochece con la lujuria en las piernas y un "puedes correrte cariño" en los labios,
la he visto quedarse dormida en mis brazos y nunca creí que en mis manos cabrían tantísimos sueños,
la he escuchado cantar a pedazos canciones de madera y he notado crujir en el aire las notas que ella balbuceaba,
tiene un pentagrama a prueba de malos acordes
y mil soluciones distintas para mis mismos problemas de siempre,
yo no sé muy bien cómo es
que entre todos los tipos que pisan este planeta
fue a mí a quien señaló con el dedo y me dijo "ven aquí",
no entiendo del todo que es lo que hice tan bien cómo para merecerme esta lluvia de logros,
este premio de mirarla a los ojos en cada orgasmo,
este ir de la mano con el mundo girando alrededor nuestra,
ser el pesao que va con ella en formato tienda sprint 24 horas al día, animal de compañía para lo que tú quieras,
y a mi me recuerda a determinadas estrellas que no sabes cuanto son capaces de brillar
porque antes te ciegan,
vaya, que no me sé explicar y acumulo detalles incapaz de resumirlo en pocas palabras,
tal vez solo sea una, quien sabe, o tal vez solo sea cuestión de no preguntar
y observar el paisaje: ortigueira estaba preciosa gracias a ti,
palencia volvió a sentirse diluvio de fiera,
no hay nada como un go and trip si te veo reir todo el rato,
me elegiste y doy gracias de que sea así,
qué demonios
y qué de angeles,
todas las preguntas del mundo
y ninguna respuesta, yo que jugaba a inventar personajes entre arbitrios de magia
y casualidades
un día me di de bruces con la vida
y me enamoré de ella.
cerdos y moscas
En el peor de todos los posibles nadie se atreve a dar un paso al frente
por miedo al fusil en la cabeza, al tachón en la palabra,
a la condena de pedir auxilio en un tiempo donde pedir es sinónimo de que fallaste contigo mismo.
Es así que los nadies de galeano caminan por las aceras
sin apenas tartamudeos, con las manos quietas y el corazón en un puño de nudillos rotos.
Las paredes cuentan las miserias de cada uno y en las portadas de los diarios
solo relatan que este mundo es una mierda: las colillas en los ceniceros lo demuestran,
los culos de cerveza de un último trago que no quieres dar para no tener que irte a casa,
dos filas puestas en el baño esperando un suspiro camino de la intranquilidad,
la taquicardia de los pulmones cada vez que alguien pregunta por el aire fresco,
y sueños, sueños tan muertos que mejor ni recordar cada mañana que toca levantarse.
Pudimos hacer algo grande pero nos dejamos ganar.
Nos autoexpulsamos de la partida, nos autojustificamos por ello, y nos automatizamos no fuera a ser que los espejos
vinieran a recordarnos ciertas promesas.
En esas estamos, cansados de tanto aferrarnos a la moneda que sigue dando vueltas en el aire,
pensando que quizá algún día las cosas cambien pero sin darnos cuenta de que nosotros ya no vamos a cambiar por ello.
Seguimos con los mismos argumentos pero esta historia no es nuestra y entendemos, ahora, que nunca lo ha sido.
Pudimos hacer algo grande pero tiramos por el camino sencillo de la borrachera, nos quisimos disfrazar de ombligo
y lo hicimos: nos comimos lo que nos pusieron en la mesa y nos olvidamos de que el éxito, simplemente, era respirar
y seguir vivo.
Dijimos "para qué hablar de trincheras si no vamos a luchar", y en la noche confundimos
el extasis con pastillas para el dolor de cabeza,
el amor con unas piernas, la pasión con escupirse en la mano antes de ponerse a follar.
Nisiquiera pensamos que sangrar fuese un acto de rebeldía
y dejamos de vomitar artos de que todos nos cerraran los portales.
Ahora cuidamos nuestros trajes y miramos desde la ventana, sudamos frente a una pantalla
y hacemos la cama para que nadie note las vueltas que damos cada noche antes de conseguir dormir.
No puedo dejar de imaginarnos como una broma macabra a la que nadie le encuentra el sentido.
Los que tienen ni lo saben, y los que no tienen prefieren no pensar.
Fuimos directos al punto final y en muchos momentos echamos de menos el camino que nos hemos perdido,
somos niños pequeños envejecidos, libros llenos de páginas rotas, cuerpos muertos engreídos que respiran cada cierto tiempo
y por eso se creen algo más,
somos con mucho la mayor estupidez que podría haber ocurrido, y además nos encanta jactarnos de ello:
nos colocamos el busto frente el espejo y nos corremos del susto cada vez que alguien suelta una verdad a cambio.
Con las manos oxidadas de olvido de tierra, acariciamos el muro de las limitaciones
y lo besamos para que todos vean que no lo dudamos ni un segundo.
En un mundo de mierda solo los cerdos se sienten a gusto.
Y millones de moscas cojoneras.
por miedo al fusil en la cabeza, al tachón en la palabra,
a la condena de pedir auxilio en un tiempo donde pedir es sinónimo de que fallaste contigo mismo.
Es así que los nadies de galeano caminan por las aceras
sin apenas tartamudeos, con las manos quietas y el corazón en un puño de nudillos rotos.
Las paredes cuentan las miserias de cada uno y en las portadas de los diarios
solo relatan que este mundo es una mierda: las colillas en los ceniceros lo demuestran,
los culos de cerveza de un último trago que no quieres dar para no tener que irte a casa,
dos filas puestas en el baño esperando un suspiro camino de la intranquilidad,
la taquicardia de los pulmones cada vez que alguien pregunta por el aire fresco,
y sueños, sueños tan muertos que mejor ni recordar cada mañana que toca levantarse.
Pudimos hacer algo grande pero nos dejamos ganar.
Nos autoexpulsamos de la partida, nos autojustificamos por ello, y nos automatizamos no fuera a ser que los espejos
vinieran a recordarnos ciertas promesas.
En esas estamos, cansados de tanto aferrarnos a la moneda que sigue dando vueltas en el aire,
pensando que quizá algún día las cosas cambien pero sin darnos cuenta de que nosotros ya no vamos a cambiar por ello.
Seguimos con los mismos argumentos pero esta historia no es nuestra y entendemos, ahora, que nunca lo ha sido.
Pudimos hacer algo grande pero tiramos por el camino sencillo de la borrachera, nos quisimos disfrazar de ombligo
y lo hicimos: nos comimos lo que nos pusieron en la mesa y nos olvidamos de que el éxito, simplemente, era respirar
y seguir vivo.
Dijimos "para qué hablar de trincheras si no vamos a luchar", y en la noche confundimos
el extasis con pastillas para el dolor de cabeza,
el amor con unas piernas, la pasión con escupirse en la mano antes de ponerse a follar.
Nisiquiera pensamos que sangrar fuese un acto de rebeldía
y dejamos de vomitar artos de que todos nos cerraran los portales.
Ahora cuidamos nuestros trajes y miramos desde la ventana, sudamos frente a una pantalla
y hacemos la cama para que nadie note las vueltas que damos cada noche antes de conseguir dormir.
No puedo dejar de imaginarnos como una broma macabra a la que nadie le encuentra el sentido.
Los que tienen ni lo saben, y los que no tienen prefieren no pensar.
Fuimos directos al punto final y en muchos momentos echamos de menos el camino que nos hemos perdido,
somos niños pequeños envejecidos, libros llenos de páginas rotas, cuerpos muertos engreídos que respiran cada cierto tiempo
y por eso se creen algo más,
somos con mucho la mayor estupidez que podría haber ocurrido, y además nos encanta jactarnos de ello:
nos colocamos el busto frente el espejo y nos corremos del susto cada vez que alguien suelta una verdad a cambio.
Con las manos oxidadas de olvido de tierra, acariciamos el muro de las limitaciones
y lo besamos para que todos vean que no lo dudamos ni un segundo.
En un mundo de mierda solo los cerdos se sienten a gusto.
Y millones de moscas cojoneras.
achique de deudas
nunca viajo con más equipaje del que puedo cargar
porque nunca se sabe
si al sitio donde vas quedará un taxi libre que quiera llevarte,
una mano guía dispuesta a echar un cable con las escaleras
o una taquilla vacía donde poderte ocultar.
por eso trato de ajustarme el peso a las fuerzas,
de poder ser yo solo capaz,
de no tener que pedirle ayuda a nadie.
aprendí con mi primera maleta
que nunca se sabe.
que a veces nadie contesta.
y como fui llenando mi historia de estaciones a modo de hotel,
de bancos a modo de cama,
de algunos paisajes con forma de horario
y una fecha en un billete,
como fui de esos que con un orgullo implacable
prefieren quemarse a pedir ayuda
no distinguí el grito del alarido
la suplica de la impaciencia
la petición del ruego
y pude ver muy de cerca la soledad de algún vagón de cercanías.
fui llevando mi vida al borde de unos vaqueros
con las manos llenas a veces
con la mierda al cuello otras
con la lengua fuera siempre.
lleno de golpes de los que bien presumía
pero alejado de la osadía de cualquier cicatriz.
viví pensando que vivía sin tener nada que pedir.
pero luego eché un vistazo por la ventanilla
y vi que había llegado
por el dinero de otros, la valentía de otros
y las alas de otros
a tantos sitios que no me dejaron ni cerrar los ojos.
es curioso, ahora que sé que las deudas siempre están ahí
no solo viajo ajustando maletas a las fuerzas que tengo
si no que siempre que puedo trato al menos de dejar una mano vacía
por si alguno de esos qe nunca piden ayuda
necesita un cable con las escaleras.
porque nunca se sabe
si al sitio donde vas quedará un taxi libre que quiera llevarte,
una mano guía dispuesta a echar un cable con las escaleras
o una taquilla vacía donde poderte ocultar.
por eso trato de ajustarme el peso a las fuerzas,
de poder ser yo solo capaz,
de no tener que pedirle ayuda a nadie.
aprendí con mi primera maleta
que nunca se sabe.
que a veces nadie contesta.
y como fui llenando mi historia de estaciones a modo de hotel,
de bancos a modo de cama,
de algunos paisajes con forma de horario
y una fecha en un billete,
como fui de esos que con un orgullo implacable
prefieren quemarse a pedir ayuda
no distinguí el grito del alarido
la suplica de la impaciencia
la petición del ruego
y pude ver muy de cerca la soledad de algún vagón de cercanías.
fui llevando mi vida al borde de unos vaqueros
con las manos llenas a veces
con la mierda al cuello otras
con la lengua fuera siempre.
lleno de golpes de los que bien presumía
pero alejado de la osadía de cualquier cicatriz.
viví pensando que vivía sin tener nada que pedir.
pero luego eché un vistazo por la ventanilla
y vi que había llegado
por el dinero de otros, la valentía de otros
y las alas de otros
a tantos sitios que no me dejaron ni cerrar los ojos.
es curioso, ahora que sé que las deudas siempre están ahí
no solo viajo ajustando maletas a las fuerzas que tengo
si no que siempre que puedo trato al menos de dejar una mano vacía
por si alguno de esos qe nunca piden ayuda
necesita un cable con las escaleras.
inteligibilidad
antes de cada guerra la busco en labios para poder obviar profecías.
así me hago menos daño y cuando me lo hago igual
al menos me curo antes
y no duelen tanto tantas heridas.
sé que ella juega al scrabble con los sentimientos
y al silencio de gestos le llama intimided,
a la vergüenza pespuntes de sosadías
y me dice orikete en mensajes porque tanto te quiero
como tanto satura: rojo chillón sabor labios
y el personaje que René Goscinny nunca se atrevió a inventar
porque Albert Uderzo no habría sabido dibujarlo: clitorix,
la sirena con rastas y miedo al mar
que doblaba los dedos de los pies al pellizcar la arena.
entre tanta fantasía uno olvida la realidad del trabajo,
el firme inconformismo a las firmas,
la falta de tacto al hablar de separar camas.
hay días que la azohía apuntala un sábado por la mañana
y las terrazas se llenan de hilo musical y playas de piedras,
cervecitas y sal de piel mi amol cuando salgas del agua.
tonterías (te admiro ramiro) para no dormir
y risas que rozan el límite de la borrachera.
no voy a ocultarle al viento que el mejor escondite está entre tus piernas.
no voy a mirar a otro lado ni a soltarte la mano cuando prohiban los auxilios en carretera.
he crecido lo suficiente para partirme el pecho por una simple y puta idea,
he servido tantas mierdas y tantas mierdas he tenido que tragar
que no me da igual callar cuando a otros les da por tirar las cartas a la hora de ponerlas sobre la mesa.
no se puede amordazar a quien fusila el qué dirán con la fuerza que da un sueño.
no hay redes ni verjas, no hay paredes ni mucho menos ética o justicia moral
ante el milagro real de un tu y yo modalidad cuerpo a cuerpo.
no me vengan con esas.
el amor es algo más que decir sí quiero en un contrato de propiedad.
en mi casilla, lo he dicho siempre, lucho y muero.
a mí manera.
podrán decir que me faltó ingenio.
que no supe usar otras palabras. que me quedé un poco lejos de saber gritar
o de hacerlo con talento
pero no dirán, porque eso jamás lo podrán decir,
que no me dejé la garganta
en el intento.
ahora, con su permiso, y sin él también, me voy a desnudar.
porque a ella no le gusta verme con ropa en sus sueños.
así me hago menos daño y cuando me lo hago igual
al menos me curo antes
y no duelen tanto tantas heridas.
sé que ella juega al scrabble con los sentimientos
y al silencio de gestos le llama intimided,
a la vergüenza pespuntes de sosadías
y me dice orikete en mensajes porque tanto te quiero
como tanto satura: rojo chillón sabor labios
y el personaje que René Goscinny nunca se atrevió a inventar
porque Albert Uderzo no habría sabido dibujarlo: clitorix,
la sirena con rastas y miedo al mar
que doblaba los dedos de los pies al pellizcar la arena.
entre tanta fantasía uno olvida la realidad del trabajo,
el firme inconformismo a las firmas,
la falta de tacto al hablar de separar camas.
hay días que la azohía apuntala un sábado por la mañana
y las terrazas se llenan de hilo musical y playas de piedras,
cervecitas y sal de piel mi amol cuando salgas del agua.
tonterías (te admiro ramiro) para no dormir
y risas que rozan el límite de la borrachera.
no voy a ocultarle al viento que el mejor escondite está entre tus piernas.
no voy a mirar a otro lado ni a soltarte la mano cuando prohiban los auxilios en carretera.
he crecido lo suficiente para partirme el pecho por una simple y puta idea,
he servido tantas mierdas y tantas mierdas he tenido que tragar
que no me da igual callar cuando a otros les da por tirar las cartas a la hora de ponerlas sobre la mesa.
no se puede amordazar a quien fusila el qué dirán con la fuerza que da un sueño.
no hay redes ni verjas, no hay paredes ni mucho menos ética o justicia moral
ante el milagro real de un tu y yo modalidad cuerpo a cuerpo.
no me vengan con esas.
el amor es algo más que decir sí quiero en un contrato de propiedad.
en mi casilla, lo he dicho siempre, lucho y muero.
a mí manera.
podrán decir que me faltó ingenio.
que no supe usar otras palabras. que me quedé un poco lejos de saber gritar
o de hacerlo con talento
pero no dirán, porque eso jamás lo podrán decir,
que no me dejé la garganta
en el intento.
ahora, con su permiso, y sin él también, me voy a desnudar.
porque a ella no le gusta verme con ropa en sus sueños.
lunes, 15 de junio de 2009
sol
La primera vez que lo hizo a mí me pilló de resaca. Por aquel entonces hacía dos días que nos conocíamos y era imposible imaginarse nada. El término imposible es algo modificable. Puedo decir que eso es lo que fui aprendiendo en todo este tiempo. Que lo imposible normalmente va ligado con la falta de imaginación, pero ¿cómo imaginarlo? Así que después de la segunda noche ella estaba dormida en mi cama y a mí me faltaban muchísimas cosas por saber aun. Y aquel domingo por la mañana me limité a disfrutar del sol que ella me ofrecía. Cuando la luz empezó a taladrar nuestros sueños, nos fuimos revolviendo hacia la esquina de la cama, hasta que estuvimos tan juntos que terminamos tirando de sudor y carne para despertarnos definitivamente. Estuvimos bebiendo por el parque rodeados de punkis y abuelos que bebían de la misma litrona. Luego dimos vueltas por el rastro, ¿o fue antes? No lo sé, el caso es que también estuvimos en una terraza de Lavapiés bebiendo cerveza. Si pienso en aquella mañana, creo que no sabría trazar un mapa de todos los sitios donde estuvimos, pero fueron muchos. Muchísimos. Y en ninguno de ellos fui capaz de pensar (porque lo imposible es solo falta de imaginación) que fuera ella quien estuviera controlando el tiempo.
Como nos conocimos en primavera, siempre tomé como algo normal aquellas tardes en que el sol iba cayendo despidiéndose de nosotros mientras nosotros nos cogíamos de la mano para cruzar las aceras. Si miro hacia atrás, lo cierto es que no logro recordar días grises entre tanto azul de ojos. Una tarde, totalmente sobrio en casa, sí pensé (y fue el principio de los indicios posteriores) en que la luz reflejada del cielo podía tener algo que ver con sus pupilas. Pero solo algo, y no entendía qué.
Fue una noche de después cuando vi lo imposible por primera vez, y no quise hacerle caso. Me había quedado dormido en un portal y ella me sujetaba la cabeza. Se me cerraban los ojos y para mí eso era una buena excusa para que ella no viera mis inevitables ganas de llorar. Me pasa cada cierto tiempo. Me entran ganas de llorar, y no puedo evitarlo. Pero no quería que lo viera ella. Me había visto emocionado alguna vez que yo la había leído mis tripas hasta que tenía que dejarlo por ausencia de garganta. O de saliva. Pero no quería que ella viera mi ruina de vida a través de mis ojos. Y aun así allí estaba, sujetándome la cabeza mientras yo me dejaba dormir para poder llorar a gusto en el cuarto solitario de mis sueños. Me tuve que despertar, porque no era justo estar en aquel portal con ella aguantando. Lo hice, pero me temblaban los ojos. Ella me miraba como pidiendo permiso para hacer algo. Yo no decía nada, solo balbuceaba entre las metáforas y la borrachera, y ella se incorporó de golpe y me tendió su mano. Yo dudaba de mis fuerzas y de mis posibilidades de hacerme el valiente. Pero agarré su mano y me levanté del suelo. Como tantas otras veces. Mantuve el equilibrio sostenido en ella, y en el centro justo de nuestras manos, cayó la primera gota. Pensé (y lo dije, creo) en aquella frase, “lluvia entre los dedos”, que me habían dicho mucho tiempo antes. A la primera gota le siguió la segunda y después vinieron cientos, miles, un ejército de gotas de agua que poco a poco nos fue empapando. Ella me miraba y estaba preciosa, por el efecto de la lluvia parecía toda sudada, y no pude dejar de pensar que era como si acabáramos de follar en mitad de la calle. Ella entonces, muy muy despacio, como pronosticándome su gesto, me quitó el sombrero de la cabeza y el agua comenzó a golpearme en la cara, los ojos, a escurrirse por mis mejillas. Y empecé a llorar. Empapado hasta los huesos, mis lágrimas se fueron diluyendo entre la lluvia, mezclándose, disimulando todas mis miserias. Regateando portales, nos fuimos caminando a casa, mirando los riachuelos que se forman entre las aceras, pisando algún charco, jugando con el reflejo de las farolas en el suelo mojado.
Sin embargo, La noche de la primera despedida, cuando todavía era el ciego viajero que buscaba billetes de ida para cerrar los ojos ante el paisaje que dejaba a mis espaldas, no llovió, y yo no entendí por qué no lo hizo. Ante esos columpios vacíos, ella me abrazó en una noche de estrellas como pocas antes. Por dentro, me había llenado de injusticia y no era justo que ella pasara por eso. Así que la noche de la primera despedida no sirvió de nada que ella no llevara sombrero. Y por sus mejillas, tuve que ver el miedo al vacío deslizándose como una jarra de vino rosado caída en mitad de una barra. Pero ni viéndolo dejé de creer en lo imposible.
Cambié de vida y me mantuve al margen. Hice cosas muy buenas, y también muy malas. Me dejé llevar y al dejar llevarme, terminé cruzándome con ella. Fue en la gran vía, yo estaba buscando un piso nuevo y acababan de darme un buen golpe en la cara. Recién caído, la vi de lejos ir de la mano de alguien. Y cuando quise evitarlo, ya había pronunciado su nombre y ella se había girado. No miento, lo juro, si digo que no recuerdo ni una palabra de aquella breve y artificiosa conversación. Yo le miraba a los ojos y eso sí podría describirlo, pero sería otra poesía. Dije un par de chorradas torpes y me di cuenta de que ella tampoco estaba tranquila. Era finales de agosto, y en mitad del calor contagioso de Madrid, sobre nosotros, se formó una nube. “esa nube me sigue a mí” pensé, recordando el libro de Carlos. Pero seguía sin entender. Seguía faltándome la imaginación, y seguía dando vueltas a mi propio ombligo.
La noche del primer rencuentro me llevó a un garito por Moncloa. Creo que ha sido la única vez que he salido por allí. Terminamos en un portal comiendo sándwiches del sprint porque yo tenía hambre y estaba arto de tanto whiski. Saqué un poquito de hachís, y lo mezclé con tabaco mientras esperábamos a que llegara un colega que la iba a llevar a su casa. Estuvimos fumando a través de la calle vacía, contándonos las superficialidades, pero mirándonos de nuevo a los ojos. Cuando llegaron a recogerla, ella me llevó de la mano hasta la puerta del metro. Y yo me fui dándola un beso, pero sin decir nada. Durante 6 paradas, estuve sonriendo viendo el subsuelo de un Madrid que recogía sus sobras. Cuando salí, estaba amaneciendo. Caminando la recta a casa, el sol se fue abriendo paso a la velocidad de mis piernas de tal manera que yo avanzaba pisando suelo recién amanecido. Suelo virgen de luz. Si la luz, como el cemento fresco, dejara huellas al recién ponerse, esa mañana habría habido un rastro de sombras de pisadas hasta el portal 21 de la calle valencia. Me metí en la cama, y me dormí.
La noche del segundo rencuentro fue una noche sin ropa. Abrazados a ese momento, ninguno de los dos quería moverse demasiado. En mi nueva habitación ya no entraba un sol que pudiera arrinconarnos. La ventana daba un patio interior al que, debido a la altura del edificio, nunca llegaban los rayos del sol. Así que era muy fácil quedarse dormido hasta muy tarde si no ponías el despertador. Y aquel día no lo habíamos puesto. Creo. O tal vez sí. No recuerdo ese detalle. Porque en una de esas veces que entreabres y cierras los ojos, como por inercia, como si estuvieras resituándote antes de continuar durmiendo, vi un punto de luz dando contra las sábanas. Era como un rayo puntual de sol, a modo de haz de linterna, totalmente imposible de ocurrir en aquella habitación. Así que levemente me incorporé, y ella se desperezó un poco y quizá, supongo, pensó que iba a beber agua. Me incliné para que el rayo ese me diera en los ojos, estaba confundido e incluso no rechazaba el estar soñando. Incliné mi rostro buscando un origen, una causa, y vi un espejo que había dejado alguien junto a una ventana de un tercer o cuarto piso del edificio de enfrente. El espejo estaba bruscamente inclinado y en él se reflejaba un punto de luz gigante que por supuesto era el sol. Volví a dormirme creyendo que entendía las cosas.
Pero cuando aquel día nevó fue cuando dejé de creer en las casualidades. Siempre he sido uno de esos tipos desconfiados, casi cínicos, ante la magia y las chorradas del destino. Aquí a todos nos toca hacernos un camino y no seguirlo. No tengo las ideas muy claras al respecto, pero cuando aquel día nevó tuve que rendirme ante las evidencias. Nos despedíamos en mitad de la calle. Íbamos super abrigados porque hacía mucho frío. Estaba nevando y Madrid estaba precioso. Nos estábamos dando los últimos besos antes de tirar cada uno para un lado, disfrutando de la tontería de la nieve, de su belleza. Yo tenía que pillar el 34 y a lo lejos venía. Así que cerré los ojos para dar un último beso y sentir más el frío sobre el rostro. Es verdad que la vista distrae los otros sentidos y por eso cerré los ojos, quería saborear ese instante y no limitarme a verlo. Luego ella se fue a lo lejos y yo me subí al autobús. Dentro, mientras sacaba el abono para ticar, giré la vista para ver el paseo de las acacias nevado y la puerta de Toledo al fondo. Y allí estaba, un alfiler de sol abriéndose paso entre las nubes. Un punzada de luz que se reflejaba en el blanco de los copos que caían del cielo. Me quedé boquiabierto y casi tonto, aturdido como el explorador que al girar una esquina descubre babilonia ante sus ojos. Fue el conductor el que me dijo “pasa, venga”, y yo le sonreí con mi cara de tonto.
Desde entonces me empecé a fijar, y lo que vi fueron noches de invierno que terminaban en mañanas de verano, empecé a ver sombras que hacían formas extrañas como claves musicales. Días de lluvia que se cerraban con un cielo abierto enseñándonos las estrellas. O tardes en las que nevaba cuando yo estaba en clase, y todos se asomaban por la ventana mientras yo ojeaba los mensajes del móvil para ver a qué hora habíamos quedado. No podía enfrentarme a ello, y tampoco quería, así que me limitaba a disfrutarlo. ¿Qué puedes hacer con una persona que controla el tiempo?
Hubo un par de personas que me creyeron, pero el resto me tomaron por loco, o por tonto simplemente. No me importaba demasiado, pero me daba miedo que aquellos que no se lo creían pudieran estropearlo. Trataba de no darle más vueltas y seguía disfrutándolo. Hasta que una tarde no pasó nada. Creo que fue mi culpa por querer forzarlo. Yo la había expuesto mi teoría de que era una superguerrera con poderes y que podía controlar el tiempo. Ella se reía y a mí me parecía genial que ella se riera. Ella riéndose daría para otro relato entero, así que no me voy a desviar. Ella se reía y yo hablaba como un loco y enumeraba y exponía y bueno, la resumía todo lo que aquí he contado mezclando palabras y sin orden alguno. Era el comienzo de la tarde y quería tener una prueba. Quería confirmarlo de una vez por todas y así quitarme las dudas de la cabeza. La tuve toda la tarde dando vueltas de un lado a otro. Hacía un frío de mil demonios, ni siquiera llovía, o nevaba, pero yo estaba convencido de que en cualquier momento ocurriría. Pero no ocurrió nada. Creo que ella se dio cuenta, pero me dejó seguir con mi experimento. Poco a poco, como en los sueños de Traveller, empecé a perder la fe en que ocurriera, “y sin fe sabía que no ocurriría”. Me entristecí un poco. No mucho. Las cosas estaban bien y ella se reía aun. Aun así, me entristecí un poco y ella me cogió mis manos heladas, temblando por el frío, me miro a los ojos y me dijo: “vamos a casa, anda”. Y volvimos. En la habitación, me quitó la ropa y después se desnudó. Yo me tumbé contra la pared, y dudaba de si cerrar los ojos. Sabía que no tenía por qué estar triste. Al fin y al cabo eso no significaba nada. Lo que no había visto con mis ojos no podía borrar lo que sí había visto. Ella se acercó a mi espalda y me abrazó. Estaba ardiendo y por un momento pensé que incluso podría tener fiebre. Me giré para mirarla, y allí estaba ella, sonriéndome de nuevo. Sin dejar de sonreír, sopló y de su boca salió un vaho que me inundó los ojos. Miré la habitación y vi el frío rodeándonos, agazapado contra nosotros, las paredes heladas, los libros llenos de escarcha, la madera de la puerta crujía. Pero ella ardía. Ardía y me abrazaba. Se reía como si fuera una niña gastándome una broma. Sabía que si me alejaba de ella me congelaría. Y entendí que lo imposible es solo falta de imaginación. Que siempre había sido así. Que lo bueno de la magia no es entenderla, sino disfrutarla. Así que cerré los ojos al borde del precipicio, y me dejé caer hasta el nido de las tormentas. Abrazado a ella en esa cama dije un gracias bajito, muy bajito, que apenas lo pudo oír, y así era mejor porque sabía que a ella no le gustaba que le dieran las gracias.
Como nos conocimos en primavera, siempre tomé como algo normal aquellas tardes en que el sol iba cayendo despidiéndose de nosotros mientras nosotros nos cogíamos de la mano para cruzar las aceras. Si miro hacia atrás, lo cierto es que no logro recordar días grises entre tanto azul de ojos. Una tarde, totalmente sobrio en casa, sí pensé (y fue el principio de los indicios posteriores) en que la luz reflejada del cielo podía tener algo que ver con sus pupilas. Pero solo algo, y no entendía qué.
Fue una noche de después cuando vi lo imposible por primera vez, y no quise hacerle caso. Me había quedado dormido en un portal y ella me sujetaba la cabeza. Se me cerraban los ojos y para mí eso era una buena excusa para que ella no viera mis inevitables ganas de llorar. Me pasa cada cierto tiempo. Me entran ganas de llorar, y no puedo evitarlo. Pero no quería que lo viera ella. Me había visto emocionado alguna vez que yo la había leído mis tripas hasta que tenía que dejarlo por ausencia de garganta. O de saliva. Pero no quería que ella viera mi ruina de vida a través de mis ojos. Y aun así allí estaba, sujetándome la cabeza mientras yo me dejaba dormir para poder llorar a gusto en el cuarto solitario de mis sueños. Me tuve que despertar, porque no era justo estar en aquel portal con ella aguantando. Lo hice, pero me temblaban los ojos. Ella me miraba como pidiendo permiso para hacer algo. Yo no decía nada, solo balbuceaba entre las metáforas y la borrachera, y ella se incorporó de golpe y me tendió su mano. Yo dudaba de mis fuerzas y de mis posibilidades de hacerme el valiente. Pero agarré su mano y me levanté del suelo. Como tantas otras veces. Mantuve el equilibrio sostenido en ella, y en el centro justo de nuestras manos, cayó la primera gota. Pensé (y lo dije, creo) en aquella frase, “lluvia entre los dedos”, que me habían dicho mucho tiempo antes. A la primera gota le siguió la segunda y después vinieron cientos, miles, un ejército de gotas de agua que poco a poco nos fue empapando. Ella me miraba y estaba preciosa, por el efecto de la lluvia parecía toda sudada, y no pude dejar de pensar que era como si acabáramos de follar en mitad de la calle. Ella entonces, muy muy despacio, como pronosticándome su gesto, me quitó el sombrero de la cabeza y el agua comenzó a golpearme en la cara, los ojos, a escurrirse por mis mejillas. Y empecé a llorar. Empapado hasta los huesos, mis lágrimas se fueron diluyendo entre la lluvia, mezclándose, disimulando todas mis miserias. Regateando portales, nos fuimos caminando a casa, mirando los riachuelos que se forman entre las aceras, pisando algún charco, jugando con el reflejo de las farolas en el suelo mojado.
Sin embargo, La noche de la primera despedida, cuando todavía era el ciego viajero que buscaba billetes de ida para cerrar los ojos ante el paisaje que dejaba a mis espaldas, no llovió, y yo no entendí por qué no lo hizo. Ante esos columpios vacíos, ella me abrazó en una noche de estrellas como pocas antes. Por dentro, me había llenado de injusticia y no era justo que ella pasara por eso. Así que la noche de la primera despedida no sirvió de nada que ella no llevara sombrero. Y por sus mejillas, tuve que ver el miedo al vacío deslizándose como una jarra de vino rosado caída en mitad de una barra. Pero ni viéndolo dejé de creer en lo imposible.
Cambié de vida y me mantuve al margen. Hice cosas muy buenas, y también muy malas. Me dejé llevar y al dejar llevarme, terminé cruzándome con ella. Fue en la gran vía, yo estaba buscando un piso nuevo y acababan de darme un buen golpe en la cara. Recién caído, la vi de lejos ir de la mano de alguien. Y cuando quise evitarlo, ya había pronunciado su nombre y ella se había girado. No miento, lo juro, si digo que no recuerdo ni una palabra de aquella breve y artificiosa conversación. Yo le miraba a los ojos y eso sí podría describirlo, pero sería otra poesía. Dije un par de chorradas torpes y me di cuenta de que ella tampoco estaba tranquila. Era finales de agosto, y en mitad del calor contagioso de Madrid, sobre nosotros, se formó una nube. “esa nube me sigue a mí” pensé, recordando el libro de Carlos. Pero seguía sin entender. Seguía faltándome la imaginación, y seguía dando vueltas a mi propio ombligo.
La noche del primer rencuentro me llevó a un garito por Moncloa. Creo que ha sido la única vez que he salido por allí. Terminamos en un portal comiendo sándwiches del sprint porque yo tenía hambre y estaba arto de tanto whiski. Saqué un poquito de hachís, y lo mezclé con tabaco mientras esperábamos a que llegara un colega que la iba a llevar a su casa. Estuvimos fumando a través de la calle vacía, contándonos las superficialidades, pero mirándonos de nuevo a los ojos. Cuando llegaron a recogerla, ella me llevó de la mano hasta la puerta del metro. Y yo me fui dándola un beso, pero sin decir nada. Durante 6 paradas, estuve sonriendo viendo el subsuelo de un Madrid que recogía sus sobras. Cuando salí, estaba amaneciendo. Caminando la recta a casa, el sol se fue abriendo paso a la velocidad de mis piernas de tal manera que yo avanzaba pisando suelo recién amanecido. Suelo virgen de luz. Si la luz, como el cemento fresco, dejara huellas al recién ponerse, esa mañana habría habido un rastro de sombras de pisadas hasta el portal 21 de la calle valencia. Me metí en la cama, y me dormí.
La noche del segundo rencuentro fue una noche sin ropa. Abrazados a ese momento, ninguno de los dos quería moverse demasiado. En mi nueva habitación ya no entraba un sol que pudiera arrinconarnos. La ventana daba un patio interior al que, debido a la altura del edificio, nunca llegaban los rayos del sol. Así que era muy fácil quedarse dormido hasta muy tarde si no ponías el despertador. Y aquel día no lo habíamos puesto. Creo. O tal vez sí. No recuerdo ese detalle. Porque en una de esas veces que entreabres y cierras los ojos, como por inercia, como si estuvieras resituándote antes de continuar durmiendo, vi un punto de luz dando contra las sábanas. Era como un rayo puntual de sol, a modo de haz de linterna, totalmente imposible de ocurrir en aquella habitación. Así que levemente me incorporé, y ella se desperezó un poco y quizá, supongo, pensó que iba a beber agua. Me incliné para que el rayo ese me diera en los ojos, estaba confundido e incluso no rechazaba el estar soñando. Incliné mi rostro buscando un origen, una causa, y vi un espejo que había dejado alguien junto a una ventana de un tercer o cuarto piso del edificio de enfrente. El espejo estaba bruscamente inclinado y en él se reflejaba un punto de luz gigante que por supuesto era el sol. Volví a dormirme creyendo que entendía las cosas.
Pero cuando aquel día nevó fue cuando dejé de creer en las casualidades. Siempre he sido uno de esos tipos desconfiados, casi cínicos, ante la magia y las chorradas del destino. Aquí a todos nos toca hacernos un camino y no seguirlo. No tengo las ideas muy claras al respecto, pero cuando aquel día nevó tuve que rendirme ante las evidencias. Nos despedíamos en mitad de la calle. Íbamos super abrigados porque hacía mucho frío. Estaba nevando y Madrid estaba precioso. Nos estábamos dando los últimos besos antes de tirar cada uno para un lado, disfrutando de la tontería de la nieve, de su belleza. Yo tenía que pillar el 34 y a lo lejos venía. Así que cerré los ojos para dar un último beso y sentir más el frío sobre el rostro. Es verdad que la vista distrae los otros sentidos y por eso cerré los ojos, quería saborear ese instante y no limitarme a verlo. Luego ella se fue a lo lejos y yo me subí al autobús. Dentro, mientras sacaba el abono para ticar, giré la vista para ver el paseo de las acacias nevado y la puerta de Toledo al fondo. Y allí estaba, un alfiler de sol abriéndose paso entre las nubes. Un punzada de luz que se reflejaba en el blanco de los copos que caían del cielo. Me quedé boquiabierto y casi tonto, aturdido como el explorador que al girar una esquina descubre babilonia ante sus ojos. Fue el conductor el que me dijo “pasa, venga”, y yo le sonreí con mi cara de tonto.
Desde entonces me empecé a fijar, y lo que vi fueron noches de invierno que terminaban en mañanas de verano, empecé a ver sombras que hacían formas extrañas como claves musicales. Días de lluvia que se cerraban con un cielo abierto enseñándonos las estrellas. O tardes en las que nevaba cuando yo estaba en clase, y todos se asomaban por la ventana mientras yo ojeaba los mensajes del móvil para ver a qué hora habíamos quedado. No podía enfrentarme a ello, y tampoco quería, así que me limitaba a disfrutarlo. ¿Qué puedes hacer con una persona que controla el tiempo?
Hubo un par de personas que me creyeron, pero el resto me tomaron por loco, o por tonto simplemente. No me importaba demasiado, pero me daba miedo que aquellos que no se lo creían pudieran estropearlo. Trataba de no darle más vueltas y seguía disfrutándolo. Hasta que una tarde no pasó nada. Creo que fue mi culpa por querer forzarlo. Yo la había expuesto mi teoría de que era una superguerrera con poderes y que podía controlar el tiempo. Ella se reía y a mí me parecía genial que ella se riera. Ella riéndose daría para otro relato entero, así que no me voy a desviar. Ella se reía y yo hablaba como un loco y enumeraba y exponía y bueno, la resumía todo lo que aquí he contado mezclando palabras y sin orden alguno. Era el comienzo de la tarde y quería tener una prueba. Quería confirmarlo de una vez por todas y así quitarme las dudas de la cabeza. La tuve toda la tarde dando vueltas de un lado a otro. Hacía un frío de mil demonios, ni siquiera llovía, o nevaba, pero yo estaba convencido de que en cualquier momento ocurriría. Pero no ocurrió nada. Creo que ella se dio cuenta, pero me dejó seguir con mi experimento. Poco a poco, como en los sueños de Traveller, empecé a perder la fe en que ocurriera, “y sin fe sabía que no ocurriría”. Me entristecí un poco. No mucho. Las cosas estaban bien y ella se reía aun. Aun así, me entristecí un poco y ella me cogió mis manos heladas, temblando por el frío, me miro a los ojos y me dijo: “vamos a casa, anda”. Y volvimos. En la habitación, me quitó la ropa y después se desnudó. Yo me tumbé contra la pared, y dudaba de si cerrar los ojos. Sabía que no tenía por qué estar triste. Al fin y al cabo eso no significaba nada. Lo que no había visto con mis ojos no podía borrar lo que sí había visto. Ella se acercó a mi espalda y me abrazó. Estaba ardiendo y por un momento pensé que incluso podría tener fiebre. Me giré para mirarla, y allí estaba ella, sonriéndome de nuevo. Sin dejar de sonreír, sopló y de su boca salió un vaho que me inundó los ojos. Miré la habitación y vi el frío rodeándonos, agazapado contra nosotros, las paredes heladas, los libros llenos de escarcha, la madera de la puerta crujía. Pero ella ardía. Ardía y me abrazaba. Se reía como si fuera una niña gastándome una broma. Sabía que si me alejaba de ella me congelaría. Y entendí que lo imposible es solo falta de imaginación. Que siempre había sido así. Que lo bueno de la magia no es entenderla, sino disfrutarla. Así que cerré los ojos al borde del precipicio, y me dejé caer hasta el nido de las tormentas. Abrazado a ella en esa cama dije un gracias bajito, muy bajito, que apenas lo pudo oír, y así era mejor porque sabía que a ella no le gustaba que le dieran las gracias.
miércoles, 3 de junio de 2009
podría contar los detalles de la última noche. un último desahogo.
el domingo por la tarde se esforzó para decirme que mi madre se quedara con el sello que la regaló su hermano Tomás después de la guerra y que tuvimos que cortar anoche, media hora después de su muerte, porque nunca se lo había quitado y no salía de sus dedos envejecidos. o el rosario de su primera comunión, que quería que se lo quedara mi tía marian. una estampa de la virgen con las iniciales de su madre que eran para mi tía presen, porque se llama igual. la pulsera de la Tere era para mariespe.
lo demás, que ellos vieran cómo lo repartían.
"solo el amor es duro" decía montero. pero mentía. el amor es genial, y da vida. lo duro y cruel es la muerte. verla de cerca en un vómito final que significa game over en esta partida impredecible.
y hoy había un álito triste en la mesa de la cena. 9 personas hablando y sin embargo.
vivió mucho, y a veces le dolió el vivir tanto.
el último día apenas podía hablar. ella sabía, y a veces, eso es peor que no saber. por la noche dejó de hacer ruido al respirar y a mí me pilló fumando. mi hermana se despertó al oirme besarla, y se fue corriendo a despertar a mi madre. eran las 4 de la mañana, y me había quedado despierto. estaba obsesionado con la idea de que cuando ocurriera no estuviera sola. que supiera hasta el final que allí estabamos. no sé hasta qué punto pudo darse cuenta. había aguantado hasta el martes, estoy seguro, porque el lunes mi hermana llegaba de australia y se lo habíamos estado recordando todo el fin de semana. una vez la vio, supe (y todos lo sabíamos) que no duraría demasiado. el martes lo pasó fatal. apenas decía sí o no si la ofrecías agua, y por la tarde ya ni eso. tampoco era plan de alargarlo. y hasta ella sabía eso.
"en vosotros aprendo que la vida tiene menos que ver con los principios que con la dignidad de los finales" decía montero. y eso sí que es verdad.
ok pili, si ves a ese Dios en el que crees, cuidale, ¿vale? y dile que hacemos lo que podemos por hacerlo bien.
muchas gracias a todos. muchisimas. un abrazo gente.
el domingo por la tarde se esforzó para decirme que mi madre se quedara con el sello que la regaló su hermano Tomás después de la guerra y que tuvimos que cortar anoche, media hora después de su muerte, porque nunca se lo había quitado y no salía de sus dedos envejecidos. o el rosario de su primera comunión, que quería que se lo quedara mi tía marian. una estampa de la virgen con las iniciales de su madre que eran para mi tía presen, porque se llama igual. la pulsera de la Tere era para mariespe.
lo demás, que ellos vieran cómo lo repartían.
"solo el amor es duro" decía montero. pero mentía. el amor es genial, y da vida. lo duro y cruel es la muerte. verla de cerca en un vómito final que significa game over en esta partida impredecible.
y hoy había un álito triste en la mesa de la cena. 9 personas hablando y sin embargo.
vivió mucho, y a veces le dolió el vivir tanto.
el último día apenas podía hablar. ella sabía, y a veces, eso es peor que no saber. por la noche dejó de hacer ruido al respirar y a mí me pilló fumando. mi hermana se despertó al oirme besarla, y se fue corriendo a despertar a mi madre. eran las 4 de la mañana, y me había quedado despierto. estaba obsesionado con la idea de que cuando ocurriera no estuviera sola. que supiera hasta el final que allí estabamos. no sé hasta qué punto pudo darse cuenta. había aguantado hasta el martes, estoy seguro, porque el lunes mi hermana llegaba de australia y se lo habíamos estado recordando todo el fin de semana. una vez la vio, supe (y todos lo sabíamos) que no duraría demasiado. el martes lo pasó fatal. apenas decía sí o no si la ofrecías agua, y por la tarde ya ni eso. tampoco era plan de alargarlo. y hasta ella sabía eso.
"en vosotros aprendo que la vida tiene menos que ver con los principios que con la dignidad de los finales" decía montero. y eso sí que es verdad.
ok pili, si ves a ese Dios en el que crees, cuidale, ¿vale? y dile que hacemos lo que podemos por hacerlo bien.
muchas gracias a todos. muchisimas. un abrazo gente.
lunes, 1 de junio de 2009
la niña del pelo blanco
Me crié en una casa con 6 mujeres donde yo era un niño travieso que jugaba al futbol en el pasillo con una pelota hecha de bolsas de plástico. Por aquel entonces vivíamos en un piso alquilado en casado del alisal, que ahora ya no existe. Recuerdo a mi padre yendo a la universidad de Oviedo para terminar la carrera, y recuerdo cómo después decidió alquilar un hostal durante los siguientes 11 años de mi infancia. Así que me crié con 6 mujeres que me llevaron en volandas hasta ser el chico/hombre que soy hoy en día. Hasta ser la persona llena de altibajos, defectos camuflados, buen humor, algunos detalles y muchas gracias guardadas en el paladar. Hasta ser lo que soy, que no es tan malo.
Durante aquellos años de piso con tres habitaciones dobles, nos dividíamos de dos en dos para repartir las camas. Yo dormía con mi tía pili, que me dejaba acurrucarme en el lado de la pared, una manía que quizás heredé de por aquel entonces, pero que hasta ahora no me había dado cuenta. Cuantas manías heredadas me quedan por descubrir es algo que empiezan a preguntarse en mi cabeza. Hoy me volví a tumbar en una cama con la pili, me extendí a través de ella y las únicas diferencias que vi es que esta vez era yo quien la sacaba un par de cabezas, y que en lugar de ser yo un niño que crecía, ella era toda una mujer que se estaba muriendo.
No debería contarlo así. Quizá debería ir por un camino de muchos años en donde ella se levantaba por las mañanas para hacer chocolate fundido, me cortaba media barra de pan, y me lo ponía en la mesa para que algún día yo llegara a ser todo un hombre preparado y fuerte. Listo. Valiente. Y un montón de adjetivos que mezclaba entre refranes, y que yo me aprendía. “la práctica hace maestros” y por eso, supongo, ella fue mi maestra en muchísimas guerras contra los granos. En muchísimos primeros pasos que no me habría atrevido a dar de no ser porque ella me sujetaba la mano.
Teníamos un 127 que mi madre conducía para llevarnos al pueblo. Yo iba sobre sus rodillas sosteniéndome y mirando por la ventana. Mi hermana iba en las rodillas de la Tere, y no importa el articulo delante del nombre, para aquellos dos jovencitos en ciernes y para toda una familia hecha de supervivencia, ellas siempre fueron la pili y la tere.
Ahora la tere está en una silla de ruedas, usa pañales, y hay que darla de comer papillas porque no logra masticar nada. La pili, ya lo he dicho, está tumbada en su cama de nuestro piso en propiedad, con los riñones reventados y diciéndole adiós a una vida que la ha llevado por casi 94 años de despedidas constantes. Me arrepiento de no haberla preguntado más por su padre, un hombre que se pasó no sé cuantos años en otra silla de ruedas y que ella tuvo que cuidar en un pueblo perdido de castilla. Me arrepiento de no haberla sacado todos esos detalles que guardaba en una privilegiada memoria llena de cifras y calles, casas maltrechas de adobe, lugares donde ir a merendar y bailes de nombres y letras que solo ella podría explicarnos, y es casi seguro que ya no lo hará.
No sé de lo que hablo, es verdad. Me tiemblan un poco las manos al pulsar las letras. No sé si pretendo un homenaje o es una simple pataleta contra el tiempo. Un no saber estarme callado. Pero admiro y mucho a ese equipo de mujeres que un día se propusieron criarme, y así hicieron. La figura de mi madre cuidando de todos, una médico que aunque no lo diga, no conoce mejor medicina que una caricia bien dada. Mi hermana, que me fue filtrando los consejos y peligros para que yo no tuviera que tragarme los golpes tan de cabeza. Y mis tías mairespe y marian, que siempre se llevan el olvido por mi parte, quizá porque los sentimientos no son delicados, ni mis palabras del todo justas. Quién sabe. Pero hoy me tumbé en esa cama y vi mi pasado, un pasado que puedo contar con la cabeza bien alta, porque siempre fui de la mano de una mujer al colegio, y eso, los que me conocen, saben que yo lo llamo ser un privilegiado.
La pili me peinaba con un peine y me dejaba la raya un lado. Creo que eso hace una buena idea de qué tipo de cuidados hablo. En los últimos años la hacía gracia lo de mis sombreros, pero ni pizca que llevara los vaqueros arrastrados. Hoy me advirtió casi casi seriamente que ni se me ocurra presentarme a su entierro con estas zarandajas. Y yo, que no sé en qué momento dejé de hacerla caso, volveré a ser un niño entre sus brazos y la besaré tan fuerte que no habrá que muerte que valga para separarnos.
Debería explicar que hablo de una de esas mujeres que les parece mal que un hombre friegue los platos, ponga la mesa, o cocine la comida del día siguiente. Habría muchas feministas que deberían conocerla, no para que dejen de gritar, sino todo lo contrario, para que quizá lo hagan más fuerte. Hablo de una de esas mujeres que se han pasado la vida cuidando, sin más. Primero de sus hermanas y hermanos, porque eran pequeños. Después de sus padres porque eran mayores. Y después de sobrinos y nietos que aprendieron a mirar con sus ojos como referencia.
Creo que por eso la gustaba tan poco que jugara con el balón en el patio, porque puestos a cuidar se sentían casi madres hasta de las plantas, esos tiestos que yo a veces, descuidado, rompía y lo intentaba disimular colocando la flor sin que se notara. Ingenuidad, claro, pero la historia que quiero contar no comienza en un punto pero si termina en un lugar. Una cama donde trata de dormir esta noche la niña del pelo blanco y millones de arrugas. Aprendí a bailar con su cojera y a rebelarme viéndola callar. Intuyo que no soy capaz de saber cuántos sentimientos iban en el pack de besos que nos dimos esta tarde. Y supongo que la echaré mucho de menos cuando no consiga dormir en las noches tristes que como el de todos, también tendrá mi futuro. Me dijo “tienes que ser bueno y ayudar” y ojalá pudiera hacer algo para volver atrás en algunos momentos. Una vez te haces viejo empiezas a recordar y los demás empiezan a verte como una foto en blanco y negro. Cuando nací un 10 de agosto del 84 ella tenía 69, así que ya me dirán. 24 tacos del tramo final de una vida hecha a base de dignidad y aguante, lágrimas contenidas, alguna distancia y muchas noches de insomnio.
Cuando murió su hermano compartíamos cama en la habitación de adelante en el pueblo y se pasó la noche llorando. Supongo que se pasó alguna más, pero eso yo ya no lo recuerdo.
Siempre quise que ella fuera mi acompañante en la entrega de unos goya. Y haberla visto pisar la arena y mojarse los pies en la orilla de algún mar. Pero nunca la vi fuera de Palencia. Ese lugar donde chavales inquietos nos criábamos para ser fuertes algún día y dar guerra. Dar mucha guerra.
Los detalles no comentados están en otros relatos, en poesías enteras que dediqué a su manera de andar o de llevar unos últimos años a cuestas que la estaban costando demasiado. Hoy me tumbé en la cama para que ella supiera que aprendí a soñar soñando con ella. Para que ella supiera que fue una mujer buena, muy buena, una mujer de esas de las que puedes hablar pero jamás podrás explicarlo todo. Y se me va, y eso me duele porque demuestra la fragilidad de la que está hecha una realidad tan injusta como mis palabras. Se me va, y yo me voy a recostar en la cama, respirando los últimos tragos de un mundo que mañana o pasado o al siguiente será un poco más amargo. Y bastante más hiriente. Quizá soy un ingenuo que piensa que todo esto sirve de algo. Pero hay huellas que nuestra especie debería a toda costa conservar. Para que recordemos que en algún momento no fuimos tan malos. Que hubo gente hinchada de dignidad. Los que se van, pero no se mueren. La niña del pelo blanco. Mi cuna y mi nana.
Apaga las luces.
Hasta mañana, pequeña, duerme.
Durante aquellos años de piso con tres habitaciones dobles, nos dividíamos de dos en dos para repartir las camas. Yo dormía con mi tía pili, que me dejaba acurrucarme en el lado de la pared, una manía que quizás heredé de por aquel entonces, pero que hasta ahora no me había dado cuenta. Cuantas manías heredadas me quedan por descubrir es algo que empiezan a preguntarse en mi cabeza. Hoy me volví a tumbar en una cama con la pili, me extendí a través de ella y las únicas diferencias que vi es que esta vez era yo quien la sacaba un par de cabezas, y que en lugar de ser yo un niño que crecía, ella era toda una mujer que se estaba muriendo.
No debería contarlo así. Quizá debería ir por un camino de muchos años en donde ella se levantaba por las mañanas para hacer chocolate fundido, me cortaba media barra de pan, y me lo ponía en la mesa para que algún día yo llegara a ser todo un hombre preparado y fuerte. Listo. Valiente. Y un montón de adjetivos que mezclaba entre refranes, y que yo me aprendía. “la práctica hace maestros” y por eso, supongo, ella fue mi maestra en muchísimas guerras contra los granos. En muchísimos primeros pasos que no me habría atrevido a dar de no ser porque ella me sujetaba la mano.
Teníamos un 127 que mi madre conducía para llevarnos al pueblo. Yo iba sobre sus rodillas sosteniéndome y mirando por la ventana. Mi hermana iba en las rodillas de la Tere, y no importa el articulo delante del nombre, para aquellos dos jovencitos en ciernes y para toda una familia hecha de supervivencia, ellas siempre fueron la pili y la tere.
Ahora la tere está en una silla de ruedas, usa pañales, y hay que darla de comer papillas porque no logra masticar nada. La pili, ya lo he dicho, está tumbada en su cama de nuestro piso en propiedad, con los riñones reventados y diciéndole adiós a una vida que la ha llevado por casi 94 años de despedidas constantes. Me arrepiento de no haberla preguntado más por su padre, un hombre que se pasó no sé cuantos años en otra silla de ruedas y que ella tuvo que cuidar en un pueblo perdido de castilla. Me arrepiento de no haberla sacado todos esos detalles que guardaba en una privilegiada memoria llena de cifras y calles, casas maltrechas de adobe, lugares donde ir a merendar y bailes de nombres y letras que solo ella podría explicarnos, y es casi seguro que ya no lo hará.
No sé de lo que hablo, es verdad. Me tiemblan un poco las manos al pulsar las letras. No sé si pretendo un homenaje o es una simple pataleta contra el tiempo. Un no saber estarme callado. Pero admiro y mucho a ese equipo de mujeres que un día se propusieron criarme, y así hicieron. La figura de mi madre cuidando de todos, una médico que aunque no lo diga, no conoce mejor medicina que una caricia bien dada. Mi hermana, que me fue filtrando los consejos y peligros para que yo no tuviera que tragarme los golpes tan de cabeza. Y mis tías mairespe y marian, que siempre se llevan el olvido por mi parte, quizá porque los sentimientos no son delicados, ni mis palabras del todo justas. Quién sabe. Pero hoy me tumbé en esa cama y vi mi pasado, un pasado que puedo contar con la cabeza bien alta, porque siempre fui de la mano de una mujer al colegio, y eso, los que me conocen, saben que yo lo llamo ser un privilegiado.
La pili me peinaba con un peine y me dejaba la raya un lado. Creo que eso hace una buena idea de qué tipo de cuidados hablo. En los últimos años la hacía gracia lo de mis sombreros, pero ni pizca que llevara los vaqueros arrastrados. Hoy me advirtió casi casi seriamente que ni se me ocurra presentarme a su entierro con estas zarandajas. Y yo, que no sé en qué momento dejé de hacerla caso, volveré a ser un niño entre sus brazos y la besaré tan fuerte que no habrá que muerte que valga para separarnos.
Debería explicar que hablo de una de esas mujeres que les parece mal que un hombre friegue los platos, ponga la mesa, o cocine la comida del día siguiente. Habría muchas feministas que deberían conocerla, no para que dejen de gritar, sino todo lo contrario, para que quizá lo hagan más fuerte. Hablo de una de esas mujeres que se han pasado la vida cuidando, sin más. Primero de sus hermanas y hermanos, porque eran pequeños. Después de sus padres porque eran mayores. Y después de sobrinos y nietos que aprendieron a mirar con sus ojos como referencia.
Creo que por eso la gustaba tan poco que jugara con el balón en el patio, porque puestos a cuidar se sentían casi madres hasta de las plantas, esos tiestos que yo a veces, descuidado, rompía y lo intentaba disimular colocando la flor sin que se notara. Ingenuidad, claro, pero la historia que quiero contar no comienza en un punto pero si termina en un lugar. Una cama donde trata de dormir esta noche la niña del pelo blanco y millones de arrugas. Aprendí a bailar con su cojera y a rebelarme viéndola callar. Intuyo que no soy capaz de saber cuántos sentimientos iban en el pack de besos que nos dimos esta tarde. Y supongo que la echaré mucho de menos cuando no consiga dormir en las noches tristes que como el de todos, también tendrá mi futuro. Me dijo “tienes que ser bueno y ayudar” y ojalá pudiera hacer algo para volver atrás en algunos momentos. Una vez te haces viejo empiezas a recordar y los demás empiezan a verte como una foto en blanco y negro. Cuando nací un 10 de agosto del 84 ella tenía 69, así que ya me dirán. 24 tacos del tramo final de una vida hecha a base de dignidad y aguante, lágrimas contenidas, alguna distancia y muchas noches de insomnio.
Cuando murió su hermano compartíamos cama en la habitación de adelante en el pueblo y se pasó la noche llorando. Supongo que se pasó alguna más, pero eso yo ya no lo recuerdo.
Siempre quise que ella fuera mi acompañante en la entrega de unos goya. Y haberla visto pisar la arena y mojarse los pies en la orilla de algún mar. Pero nunca la vi fuera de Palencia. Ese lugar donde chavales inquietos nos criábamos para ser fuertes algún día y dar guerra. Dar mucha guerra.
Los detalles no comentados están en otros relatos, en poesías enteras que dediqué a su manera de andar o de llevar unos últimos años a cuestas que la estaban costando demasiado. Hoy me tumbé en la cama para que ella supiera que aprendí a soñar soñando con ella. Para que ella supiera que fue una mujer buena, muy buena, una mujer de esas de las que puedes hablar pero jamás podrás explicarlo todo. Y se me va, y eso me duele porque demuestra la fragilidad de la que está hecha una realidad tan injusta como mis palabras. Se me va, y yo me voy a recostar en la cama, respirando los últimos tragos de un mundo que mañana o pasado o al siguiente será un poco más amargo. Y bastante más hiriente. Quizá soy un ingenuo que piensa que todo esto sirve de algo. Pero hay huellas que nuestra especie debería a toda costa conservar. Para que recordemos que en algún momento no fuimos tan malos. Que hubo gente hinchada de dignidad. Los que se van, pero no se mueren. La niña del pelo blanco. Mi cuna y mi nana.
Apaga las luces.
Hasta mañana, pequeña, duerme.
domingo, 31 de mayo de 2009
motivos de leña
es una actitud ante las letras.
fumar tranquilo frente a las palabras. obviar la rabia.
el llanto.
puedes centrarte en el color de las lágrimas, pero no olvides contar
que siempre son del color de las mejillas que hay detrás.
las cosas se dirimen por su importancia.
y escribir se escribe para dar un empujón. soltar un puñetazo.
o ganarte un beso. un polvo si acaso.
siempre la misma batalla rozando la lona.
el escritor y su hoja, como si eso en el metro importara.
las crestas de las olas son como los punkis de malasaña: cada uno cuenta con sus propios poetas, esa fea palabra.
será que hablo demasiado con gente que sueña o que nunca hago caso de las señales de prohibido el paso.
lo cierto es que sigo buscandoles las metáforas
a todas esas manos que te sujetan para que no te caigas.
las mismas que te levantan una vez estás en el suelo.
y te limpian luego, y te dicen no pasa nada, y te dan un beso para que puedas dormir por las noches.
porque hace frío y las sábanas solas no bastan.
y no me creo que se pueda morir de calor.
¿que para quien escribo?
para los míos.
para quién si no.
fumar tranquilo frente a las palabras. obviar la rabia.
el llanto.
puedes centrarte en el color de las lágrimas, pero no olvides contar
que siempre son del color de las mejillas que hay detrás.
las cosas se dirimen por su importancia.
y escribir se escribe para dar un empujón. soltar un puñetazo.
o ganarte un beso. un polvo si acaso.
siempre la misma batalla rozando la lona.
el escritor y su hoja, como si eso en el metro importara.
las crestas de las olas son como los punkis de malasaña: cada uno cuenta con sus propios poetas, esa fea palabra.
será que hablo demasiado con gente que sueña o que nunca hago caso de las señales de prohibido el paso.
lo cierto es que sigo buscandoles las metáforas
a todas esas manos que te sujetan para que no te caigas.
las mismas que te levantan una vez estás en el suelo.
y te limpian luego, y te dicen no pasa nada, y te dan un beso para que puedas dormir por las noches.
porque hace frío y las sábanas solas no bastan.
y no me creo que se pueda morir de calor.
¿que para quien escribo?
para los míos.
para quién si no.
uñas mordidas
hay tantos momentos de los que querría hablarte, tantos desvanes alquilados
ahi esperándonos esparcidos por las noches,
dejando las treguas a un lado porque no hacen falta descansos existiendo tu risa,
el juego maravilloso de conocerte en gestos cotidianos que tiemblan de alegorías,
de presagios,
de columpios donde lanzarnos al aire de las primeras mañanas de verano
y tu tienes que estudiar toda la tarde y yo llego tarde al trabajo
pero están todos esos domingos que ahora imaginamos en los que no tendremos que salir de la cama
ni jugar al despiste
ni buscar huecos entre agenda y horarios, esa lucha infatigable que a veces nos gana la partida
y hace que terminemos enfadados por pedir horas libres,
por dejar a deber cuentas, por costar a veces tanto ser feliz
más allá de un sabado por la noche, te acuerdas?
hay un sentimiento más allá del amor y yo apelo a ti,
te lo dije cabizbajo para que me creyeras, para que vieras que no solo soy
un cúmulo de groserías que forcejean por todas las cosas que querría hacerte
y que no me pierdo entre letras tecleando imposibles de cuentos de buenos y malos,
hay pequeños rincones de inocencia, extractos de rutina en una vida a medias
a conciencia elegida, aunque querer, he aprendido, solo sea un acto inconsciente,
un naufragio,
un camino precioso esperando la próxima curva en tu cuerpo,
ese impredecible que me vuelve loco cada vez que asoman tus pies al quitarte los calcetines,
el cálido vértigo de llama en reposo cuando te veo dormirte desnuda en la cama,
ardiendo como fuego a la espera,
metida en sueños que a veces me cuentas y otras muchas te guardas: hay tantas preguntas
entre las uñas que me clavas en la espalda que tienes que entender que yo me las muerda,
que a veces "maldiga injustamente a los que antes"
o tiemble con miedo por los de después
pero me contenga mientras,
en mitad de un brindis porque sé que la suerte son tres días a la semana
y cuatro en reposo esperando, agazapado en mi tela de araña,
cuatro en reposo esperando a que vengas con tu lote de fuerzas y de ganas
a plantarte en mitad de todas mis guerras y me digas: vamos, que esta noche te toca otro tipo de batalla.
ahi esperándonos esparcidos por las noches,
dejando las treguas a un lado porque no hacen falta descansos existiendo tu risa,
el juego maravilloso de conocerte en gestos cotidianos que tiemblan de alegorías,
de presagios,
de columpios donde lanzarnos al aire de las primeras mañanas de verano
y tu tienes que estudiar toda la tarde y yo llego tarde al trabajo
pero están todos esos domingos que ahora imaginamos en los que no tendremos que salir de la cama
ni jugar al despiste
ni buscar huecos entre agenda y horarios, esa lucha infatigable que a veces nos gana la partida
y hace que terminemos enfadados por pedir horas libres,
por dejar a deber cuentas, por costar a veces tanto ser feliz
más allá de un sabado por la noche, te acuerdas?
hay un sentimiento más allá del amor y yo apelo a ti,
te lo dije cabizbajo para que me creyeras, para que vieras que no solo soy
un cúmulo de groserías que forcejean por todas las cosas que querría hacerte
y que no me pierdo entre letras tecleando imposibles de cuentos de buenos y malos,
hay pequeños rincones de inocencia, extractos de rutina en una vida a medias
a conciencia elegida, aunque querer, he aprendido, solo sea un acto inconsciente,
un naufragio,
un camino precioso esperando la próxima curva en tu cuerpo,
ese impredecible que me vuelve loco cada vez que asoman tus pies al quitarte los calcetines,
el cálido vértigo de llama en reposo cuando te veo dormirte desnuda en la cama,
ardiendo como fuego a la espera,
metida en sueños que a veces me cuentas y otras muchas te guardas: hay tantas preguntas
entre las uñas que me clavas en la espalda que tienes que entender que yo me las muerda,
que a veces "maldiga injustamente a los que antes"
o tiemble con miedo por los de después
pero me contenga mientras,
en mitad de un brindis porque sé que la suerte son tres días a la semana
y cuatro en reposo esperando, agazapado en mi tela de araña,
cuatro en reposo esperando a que vengas con tu lote de fuerzas y de ganas
a plantarte en mitad de todas mis guerras y me digas: vamos, que esta noche te toca otro tipo de batalla.
martes, 19 de mayo de 2009
gracias por el fuego
Voy a intentar que no sea triste, aunque lo sea.
Voy a respirar con la noche y el whisky, y no voy a llorar aunque me duela
tan adentro que me sienta fatal por este intento de despedida tardía.
No pude ir allá a darte el abrazo, viejo, y no seré yo el que diga descanse en paz
porque los vivos nunca lo hacen, y tú no estás muerto.
No lo estás.
Te conocí de casualidad, que es como se tiene que conocer a las personas.
Y no hablo del destino, ese cabrón traicionero que solo se apunta los tantos cuando ganas por goleada.
Hablo de una señal que te apunta con el dedo y te dice ¡dispara!, ¡dispara ya!.
O cállate para siempre.
Y no sé si después fueron las palabras
o los hechos, porque en tu caso eso da igual, pero fueron
y yo me llené con ellos
y con ellas
y fui creciendo mirando de reojo a la gente buena,
a los últimos , los de atrás,
todos esos no-dueños de la tierra de los que siempre hablabas,
de los que siempre hablarás, porque siempre habrá alguien que necesite escucharte.
En algún lugar, da igual cómo
o de qué manera, habrá una pareja cogiéndose a escondidas de la mano
o tallando un corazón con dos nombres en un árbol,
esos finos gestos de la inmortalidad,
sea como sea siempre será primavera en el primer beso de marzo
y habrá quien levante la voz por encima de las rejas
y habrá exiliados, claro que los habrá, tomando cerveza en la calle
mientras discuten por el partido del domingo.
Estamos vivos, y ante eso no hay muerte que valga,
no hay olvido que nos pare,
no hay nada que detenga las risas de los niños en los parques
o el delicado vals de los transeúntes en el metro.
Tú querías que así fuera y algún día sueño con poder decirte
“lo conseguimos”
Aunque tu estés allá y no me conozcas,
aunque este trago sepa a suspiro y las ganas de llorar
a veces puedan
a las ganas de reír, pero quien va a evitar los guiños en las escaleras,
las pintadas de las paredes,
quien va a callar los gritos de la gente que no morirá jamás,
de todos esos hombres
y mujeres
valientes
que cargaron el asfalto a sus espaldas y siguieron su propio camino.
Quién podrá ocultar el himno que hay detrás de cada puño cerrado,
de cada herida abierta,
de cada jueves en la plaza de mayo
o cada viernes en la puerta de este bar.
Ahora que te fuiste no descanses en paz
porque llueve, y todo está lleno de barro,
de simiente,
de augurios y fuentes con agua tan cristalina que parecen ojos,
nos dejaste el telegrama marcado con un “tenéis que ser fuertes”
y te haremos caso, aunque el desgarro duela
y no tenerte sea uno de esos actos imperdonables de la muerte,
aunque nos cueste acostarnos por este infatigable mes de mayo
que nunca tuvo a los malos tan de su parte,
haremos de este mundo un mundo de manos
que tocarán la hierba
y de pies descalzos como huellas sobre el cemento,
y serán los de siempre, los de más abajo, los que saldrán a la calle
sin fusiles
ni publicidad,
sin pancartas ni medios de información masiva,
serán los de siempre, los de más abajo,
los que con más fuerza se reirán en la noche de todas las hogueras,
tu tendrás una libreta en la mano
por si acaso es necesario firmar un recibo por cada ceniza
o leernos las caricias de buenas noches,
los susurros de buenos días,
los inconformistas latidos latinoamericanos de un planeta
a la búsqueda de su especie, porque estamos más perdidos que encontrados,
es bueno decirlo y ser fuertes,
andamos jodidos y cabizbajos, pero andamos
y nunca hubo horizonte que quedara cerca,
nunca hubo un pañuelo blanco que no soñara con sangre
o con lágrimas,
pero sobre todo nunca hubo un sueño que no estuviera manchado de imposibilidad,
es duro el rival
y luego, además, las circunstancias,
y es duro ver que te vas diciéndonos “venga”
porque es una mezcla de fuerza y debilidad,
de no saber cuándo parará esta rueda en la que andamos metidos,
y están los crucigramas en la cola del paro,
los silencios de parejas que dudan como dos seres humanos más,
está el chirrío de los trenes que se van
y quién sabe lo que se llevan
o lo que dejan detrás,
en verdad que está todo lleno de pequeñas poesías,
de gestos cotidianos como la escarcha,
como el hierro oxidado
o las paredes de un baño de cualquier bar de Malasaña
donde alguien, quién sabe quién,
quién sabe cuándo,
un día le dio por pintar:
Mario Benedetti no ha muerto porque los hombres buenos no mueren jamás.
Voy a respirar con la noche y el whisky, y no voy a llorar aunque me duela
tan adentro que me sienta fatal por este intento de despedida tardía.
No pude ir allá a darte el abrazo, viejo, y no seré yo el que diga descanse en paz
porque los vivos nunca lo hacen, y tú no estás muerto.
No lo estás.
Te conocí de casualidad, que es como se tiene que conocer a las personas.
Y no hablo del destino, ese cabrón traicionero que solo se apunta los tantos cuando ganas por goleada.
Hablo de una señal que te apunta con el dedo y te dice ¡dispara!, ¡dispara ya!.
O cállate para siempre.
Y no sé si después fueron las palabras
o los hechos, porque en tu caso eso da igual, pero fueron
y yo me llené con ellos
y con ellas
y fui creciendo mirando de reojo a la gente buena,
a los últimos , los de atrás,
todos esos no-dueños de la tierra de los que siempre hablabas,
de los que siempre hablarás, porque siempre habrá alguien que necesite escucharte.
En algún lugar, da igual cómo
o de qué manera, habrá una pareja cogiéndose a escondidas de la mano
o tallando un corazón con dos nombres en un árbol,
esos finos gestos de la inmortalidad,
sea como sea siempre será primavera en el primer beso de marzo
y habrá quien levante la voz por encima de las rejas
y habrá exiliados, claro que los habrá, tomando cerveza en la calle
mientras discuten por el partido del domingo.
Estamos vivos, y ante eso no hay muerte que valga,
no hay olvido que nos pare,
no hay nada que detenga las risas de los niños en los parques
o el delicado vals de los transeúntes en el metro.
Tú querías que así fuera y algún día sueño con poder decirte
“lo conseguimos”
Aunque tu estés allá y no me conozcas,
aunque este trago sepa a suspiro y las ganas de llorar
a veces puedan
a las ganas de reír, pero quien va a evitar los guiños en las escaleras,
las pintadas de las paredes,
quien va a callar los gritos de la gente que no morirá jamás,
de todos esos hombres
y mujeres
valientes
que cargaron el asfalto a sus espaldas y siguieron su propio camino.
Quién podrá ocultar el himno que hay detrás de cada puño cerrado,
de cada herida abierta,
de cada jueves en la plaza de mayo
o cada viernes en la puerta de este bar.
Ahora que te fuiste no descanses en paz
porque llueve, y todo está lleno de barro,
de simiente,
de augurios y fuentes con agua tan cristalina que parecen ojos,
nos dejaste el telegrama marcado con un “tenéis que ser fuertes”
y te haremos caso, aunque el desgarro duela
y no tenerte sea uno de esos actos imperdonables de la muerte,
aunque nos cueste acostarnos por este infatigable mes de mayo
que nunca tuvo a los malos tan de su parte,
haremos de este mundo un mundo de manos
que tocarán la hierba
y de pies descalzos como huellas sobre el cemento,
y serán los de siempre, los de más abajo, los que saldrán a la calle
sin fusiles
ni publicidad,
sin pancartas ni medios de información masiva,
serán los de siempre, los de más abajo,
los que con más fuerza se reirán en la noche de todas las hogueras,
tu tendrás una libreta en la mano
por si acaso es necesario firmar un recibo por cada ceniza
o leernos las caricias de buenas noches,
los susurros de buenos días,
los inconformistas latidos latinoamericanos de un planeta
a la búsqueda de su especie, porque estamos más perdidos que encontrados,
es bueno decirlo y ser fuertes,
andamos jodidos y cabizbajos, pero andamos
y nunca hubo horizonte que quedara cerca,
nunca hubo un pañuelo blanco que no soñara con sangre
o con lágrimas,
pero sobre todo nunca hubo un sueño que no estuviera manchado de imposibilidad,
es duro el rival
y luego, además, las circunstancias,
y es duro ver que te vas diciéndonos “venga”
porque es una mezcla de fuerza y debilidad,
de no saber cuándo parará esta rueda en la que andamos metidos,
y están los crucigramas en la cola del paro,
los silencios de parejas que dudan como dos seres humanos más,
está el chirrío de los trenes que se van
y quién sabe lo que se llevan
o lo que dejan detrás,
en verdad que está todo lleno de pequeñas poesías,
de gestos cotidianos como la escarcha,
como el hierro oxidado
o las paredes de un baño de cualquier bar de Malasaña
donde alguien, quién sabe quién,
quién sabe cuándo,
un día le dio por pintar:
Mario Benedetti no ha muerto porque los hombres buenos no mueren jamás.
martes, 5 de mayo de 2009
plano general en contrapicado
La caja de música te hacía bailar. El semen te desbordaba la boca.
Decías te quiero y sonaba a pergamino.
A beso, verdad o guillotina.
¿o cómo suenan si no los discos del extraradio?, esas canciones
que saltan cuando conduces por las afueras de la ciudad, rodeado como siempre de putas
y de farolas.
A una por cabeza. O una por coño.
Maldita sea, quién puede responder esas preguntas y mirarte a los ojos.
Me gustaría que solo me hubieras dicho: sigue chupando.
Como ves, así nunca lograré callarme.
Y seguiré arrastrando esta cara de vicio, este hambre innato sin trato alguno.
Y seguirás descontándome de uno en uno los días que todavía nos quedan.
Por favor, las noches no.
Porque sigo creyendo en las luciérnagas como forma instintiva de iluminación.
Sigo creyendo que el amor es como aquel demonio que te comía las orejas: nadie tiene, nadie sabe,
pero todos corren.
unos detrás, otros delante, pero todos corren.
El día que se me jodió la brújula ya me viste: buscando tu mano, perdido con los dedos al aire.
Luego te oí respirar y quise sentir el sonido, tocarlo como en otras veces te tocaba abajo:
sin engaños, inconsciente, atento a cualquier contracción delatora.
Porque nadie controla lo que late o deja de latir. Pero eso se nota.
Hay veces que no, pero veces que sí.
Cuando te conocí la cerveza era el mejor mensaje que podíamos lanzar al mar,
y así hicimos.
Ahora reconozco tu sombra entre mis sábanas, mis ganas constantes de aproxiamarte.
Mis confesiones de disco rayado entre siglas repitiendo una y otra vez
que este barquito de cera alquilado es mi vida, y no importa que se derrita al tocar tu nombre:
tu estabas buscando un náufrago, y yo no quería seguir siendo isla.
ojala supiera hablarte del mar en lugar de usarte como chaleco salvavidas.
O decirte un tranquilo "sin ti no puedo", sin que suene a necesidad.
Todo lo demás, si existe, viene a mayores.
Y lo acepto como un regalo.
Me he buscado un refugio de niño pequeño donde nada me impide sacar la lengua.
Y contarte orgasmos.
Me lo leiste el otro día y desde entonces no me lo puedo sacar de la cabeza: "es como correrse dentro".
claro.
Decías te quiero y sonaba a pergamino.
A beso, verdad o guillotina.
¿o cómo suenan si no los discos del extraradio?, esas canciones
que saltan cuando conduces por las afueras de la ciudad, rodeado como siempre de putas
y de farolas.
A una por cabeza. O una por coño.
Maldita sea, quién puede responder esas preguntas y mirarte a los ojos.
Me gustaría que solo me hubieras dicho: sigue chupando.
Como ves, así nunca lograré callarme.
Y seguiré arrastrando esta cara de vicio, este hambre innato sin trato alguno.
Y seguirás descontándome de uno en uno los días que todavía nos quedan.
Por favor, las noches no.
Porque sigo creyendo en las luciérnagas como forma instintiva de iluminación.
Sigo creyendo que el amor es como aquel demonio que te comía las orejas: nadie tiene, nadie sabe,
pero todos corren.
unos detrás, otros delante, pero todos corren.
El día que se me jodió la brújula ya me viste: buscando tu mano, perdido con los dedos al aire.
Luego te oí respirar y quise sentir el sonido, tocarlo como en otras veces te tocaba abajo:
sin engaños, inconsciente, atento a cualquier contracción delatora.
Porque nadie controla lo que late o deja de latir. Pero eso se nota.
Hay veces que no, pero veces que sí.
Cuando te conocí la cerveza era el mejor mensaje que podíamos lanzar al mar,
y así hicimos.
Ahora reconozco tu sombra entre mis sábanas, mis ganas constantes de aproxiamarte.
Mis confesiones de disco rayado entre siglas repitiendo una y otra vez
que este barquito de cera alquilado es mi vida, y no importa que se derrita al tocar tu nombre:
tu estabas buscando un náufrago, y yo no quería seguir siendo isla.
ojala supiera hablarte del mar en lugar de usarte como chaleco salvavidas.
O decirte un tranquilo "sin ti no puedo", sin que suene a necesidad.
Todo lo demás, si existe, viene a mayores.
Y lo acepto como un regalo.
Me he buscado un refugio de niño pequeño donde nada me impide sacar la lengua.
Y contarte orgasmos.
Me lo leiste el otro día y desde entonces no me lo puedo sacar de la cabeza: "es como correrse dentro".
claro.
martes, 21 de abril de 2009
6 meses, 1200 motivos
6 meses sin humo en la billetera, 200 pavos al mes, quien sabe las borracheras de más,
quien sabe de mi propia debilidad a liarme a garrotazos, 6 meses en la lista de espera de un baño
esperando, voy listo, turno para mear,
y las noches mientras tanto, los amigos, el cine y un próximo verano de arena y brisas con birritta frente al mar,
1200 motivos para mezclarme en 2, 76 gramos de locura al día, quién sabe las multas del cambio
o las ganas de pagar que me quedarán entonces,
bolsillos vacios de una revista a la espera de alguien que se preocupe de verdad por ella,
despertarme un poco más vivo, un poco más serio y completamente equilibrado, va ser esa mi vida?
venga ya, porque nos vamos, a quién sabe si 6 meses de posible incapacidad, 1200 motivos desgranados
en poesías diarias de humo, la inquebrantable oportunidad de demostrarme algo a mí mismo,
pero me niego a pensar que el día a día tenga que ser una batalla, no quiero rezarle a los escrúpulos ni quitarme
los principios de la chistera,
arrodillarme o pagar cuando pagar es otra forma de arrodillarse,
quién sabe si en el fondo esta es una pataleta más de otro chico afortunado, pero en mi cabeza
se enfrentan el vacío de la facilidad contra la cuesta del no tener que demostrar nada a nadie.
en esta jodienda, es tanto cuestión de poder como de querencia, a la mierda por un lado, y un os vais a enterar por el otro,
y en esas lanzo los dados con un interrogante al fondo, puedo luchar pero es que tampoco quiero,
y es tan entendible como que uso estas letras en busca de tranquilidad, desahogo, explicaciones,
hablo conmigo a través de ellas, sin pretender molestar ni entender lo que me digo,
busco ideas en la casualidad de las frases, dibujos tácticos para el camino que elija,
6 meses en el exilio por negarme a apagar el cigarro, 1200 motivos para tirarselo a la cara.
o a la cruz.
quien sabe de mi propia debilidad a liarme a garrotazos, 6 meses en la lista de espera de un baño
esperando, voy listo, turno para mear,
y las noches mientras tanto, los amigos, el cine y un próximo verano de arena y brisas con birritta frente al mar,
1200 motivos para mezclarme en 2, 76 gramos de locura al día, quién sabe las multas del cambio
o las ganas de pagar que me quedarán entonces,
bolsillos vacios de una revista a la espera de alguien que se preocupe de verdad por ella,
despertarme un poco más vivo, un poco más serio y completamente equilibrado, va ser esa mi vida?
venga ya, porque nos vamos, a quién sabe si 6 meses de posible incapacidad, 1200 motivos desgranados
en poesías diarias de humo, la inquebrantable oportunidad de demostrarme algo a mí mismo,
pero me niego a pensar que el día a día tenga que ser una batalla, no quiero rezarle a los escrúpulos ni quitarme
los principios de la chistera,
arrodillarme o pagar cuando pagar es otra forma de arrodillarse,
quién sabe si en el fondo esta es una pataleta más de otro chico afortunado, pero en mi cabeza
se enfrentan el vacío de la facilidad contra la cuesta del no tener que demostrar nada a nadie.
en esta jodienda, es tanto cuestión de poder como de querencia, a la mierda por un lado, y un os vais a enterar por el otro,
y en esas lanzo los dados con un interrogante al fondo, puedo luchar pero es que tampoco quiero,
y es tan entendible como que uso estas letras en busca de tranquilidad, desahogo, explicaciones,
hablo conmigo a través de ellas, sin pretender molestar ni entender lo que me digo,
busco ideas en la casualidad de las frases, dibujos tácticos para el camino que elija,
6 meses en el exilio por negarme a apagar el cigarro, 1200 motivos para tirarselo a la cara.
o a la cruz.
miércoles, 15 de abril de 2009
desordenado
Si las cosas siguen su orden
un día abriré la casa de mis padres y mis padres ya no estarán.
Me da pánico pensar más allá de eso:
el vértigo de mis sentimientos no se atreve acercarse al bordillo de la caída libre
que supone el seguir viviendo,
el seguir vivo
sin la sonata de espuma que es la voz de mi madre
diciéndome “tranquilo, escandar, tranquilo…”
Si las cosas siguen su orden
un día cerraré una caverna vacía con mi sombra dentro.
Y del eco saldrá un réquiem
Y el tiempo ya no será más un reloj
y el horror a caduco se filtrará por las paredes.
Yo, a los miedos, los combato con desorden.
Pero cada noche
sigo rezando
por la inmortalidad de las madres.
un día abriré la casa de mis padres y mis padres ya no estarán.
Me da pánico pensar más allá de eso:
el vértigo de mis sentimientos no se atreve acercarse al bordillo de la caída libre
que supone el seguir viviendo,
el seguir vivo
sin la sonata de espuma que es la voz de mi madre
diciéndome “tranquilo, escandar, tranquilo…”
Si las cosas siguen su orden
un día cerraré una caverna vacía con mi sombra dentro.
Y del eco saldrá un réquiem
Y el tiempo ya no será más un reloj
y el horror a caduco se filtrará por las paredes.
Yo, a los miedos, los combato con desorden.
Pero cada noche
sigo rezando
por la inmortalidad de las madres.
viernes, 27 de marzo de 2009
hermanos de sangre
Me duele este cuento triste de privilegio, me duele bien dentro no saber manejar mejor estos dedos para que puedan estar a vuestra altura, tío, tal vez mis ojos fueron testigo de algo tan ilimitado como las piernas de algunas mujeres, como algunos de nuestros sueños. El rastro de piedras usadas y las marcas de vuestros musculos marcan en gestos vuestra mirada, y yo aquí sigo buscando las palabras inexactas siempre de vuestra vida.
Qué cabrón. Y qué tipo más duro. Nada tiene que perder aquel que no quiere ganar nada. Un poquito de cerveza, algunas mujeres, horas y horas de juego. Tío. En eso es el mejor. Desde pequeño lo fue. Nos conocimos en una guerra de caballos en segundo de egb, plan antiguo, fijate si eramos pequeños. Críos apenas y nos tuvimos que mirar todos estos años cogiendo centímetros a la carrera, apilando libros, enfrentando canciones y alguna que otra vez despidiéndonos más de la cuenta. A Frontela le dio por crecer compartiendo genética y manias. Nunca, nunca, me dejó de lado en ninguna de mis caídas. Y eso que siempre he tendido a caerme. Al principio tenía una chulería innata para desmontar inteligencias a base de humor y pasotismo. Siempre ha ido sobrado en argumentos y ha tenido batallas de más y de menos hasta conseguir no encontrarse porque ni siquiera se busca. Afila los dientes y ataca por donde menos posibilidades de ganar tiene, porque le gusta perder y mantener esa sonrisa que esconde en los ojos y en la retaguardia, porque le da igual todo lo que no sea importante para él, pero como tiene un corazón tan grande como su orgullo y sus huevos el capullo simplemente hace las cosas que hace, punto, y no pidas demasiadas explicaciones. Creo que un día entendió la amistad a través de Dano, y nunca sentí celos de cosas como esta, porque de Dano hablamos los dos mucho, que es lo que tenemos que hacer. Un día montarán el Froda a medias, ese puticlub de primera donde irán la gente del cine a dejarse la pasta en sus bolsillos. Eso está por encima de ideas en una acera de la zona de garitos, llega más dentro que los litros y litros de kalimotxo gastado que han hecho falta para llegar hasta aquí, hasta este cuento de tipos duros y de miradas llenas de gestos. No hay azul más allá de los ojos de guille, inquieto moviendo los labios esperando a ver lo que me dice y cómo, porque el cómo es muy importante. A veces supongo que la brusquedad es cuestión de talento, o de estilo, quien sabe, después de la cuarta cerveza la historia es lo de menos y la complicidad es lo demás. Por eso llevo un dedo levantado en el pecho, y por eso me puedes corregir y decir que no es un dedo, es un pluma “estilográfica”. Asentiré con orgullo cuando lo hagas, tío, y pensaré en las noches detrás de una barra de Javi, tocándose la barba rollo filósofo, pensando en uno de los 17 proyectos que aun tiene para sentirse menor de edad, moviendo la nariz cuando habla y escuchando con un ahh cada vez que da un paso en la evolución de su cabeza. Ese registro diario de tener tanto camino andado que puede volver cuando quiera porque se va a ver completamente distinto, dudando a veces con si querer demasiado puede llegar a doler o lo que en verdad duele es tener que hacer el camino solo. Eso jamás, te lo digo yo. Que conozco la historia del filólogo que hacía poesías en blanco y negro y se atormentaba con música clásica de fondo. A veces se hinchaba de M o de coca, y se reía tartamudeando argumentos y a punto de explotarle en las manos tantas guerras que ha tenido que luchar. Luego tomaba las riendas de nuevo y en un seat Ibiza del 84 me enseñaba que la belleza del paisaje se basa solo en querer mirar. Se metía en un saco toda la arena de su gente, y cargaba con ella hasta el siguiente adoquín, porque “si no está debajo, tendremos que arrojarla por encima”. Eso no me lo contaron. Eso lo cuento yo. En este piano de noche suena Galán mientras Carlos fuma impaciente como si alguien fuese a quitarle el siguiente piti. Mirando para bajo de reojo no sea que alguien se fije en ello. Mirando los rastros de cerveza en la barra y meditando sobre el precio de la tristeza en los buenos momentos. Mirando una vida que no ha sido a palos sino a garrotazos, como el cuadro de goya, pero con humor negro de fondo, y mucho tabaco. Mezcla ideas de las dos próximas novelas mientras decide la camiseta que se pondrá para la jam del miércoles. Él no se da cuenta porque ya lo sabe, pero no puede dejar de pensar en frases que siempre le conducen a personajes con mucho que ganar y muy poco que perder. Me duelen los dedos cada vez que hablo con él, porque parece que fuese a reventar en mil historias incapaz como es de mantenerse a salvo de la literatura. Escribir duele, por eso me río tanto. Es optimista el cabrón. Y en cierto sentido, reteniendo la labia innata de talento que siempre le acompaña como un aura, se queda callado y bebe cerveza con brusquedad, gsus entonces entrecierra los ojos observando las paredes del garito y le entra un orgullo acorde con su humildad, traga saliva despacio, y empieza a tararear una poesía. Se mira las manos y piensa en la tierra de su tierra y en el barro de su barrio y en todas las guerras y frentes que tiene abiertos, “los llevo bien, tengo fuerzas, y la tengo a ella”. Aunque eso nunca se dice. Son tipos duros bien curtidos y con estilo. Eso no se dice. Eso se suelta, y sin pedir otra frase a cambio. A veces veo a varios de ellos juntos y pienso que el mundo está en buenas manos. O les veo dudar porque eso nos pasa a todos, les veo dudar y mirar hacia dentro para buscar la respuesta. Lo vi en mi padre hablando de su familia en siria. Lo vi en Javi cuando dejó el trabajo de soldador y tuvo que tomar decisiones. Y las tomó. A frontela, una vez, le tembló la mano jugando al poker, y perdió por verlo. Pero lo vio. quiero decir, tío, que son como guerreros nocturnos desplegados en esta puta película de humo. Guerreros nocturnos. Con edwallington borracho en el puto centro de latinoamerica, ligando con una camarera inalcanzable a esas alturas de la noche, y pensando en “un tal Mallarmé”, que a saber para quién escribía versos. A saber. Y es inevitable que a veces yo se lo pregunte a Guille escuchando a Rosendo en un futbolín de 2 defensas y 5 medios, con una katxi de motxo o un mini de cali haciendo equilibrismos en el borde del estadio, diciendo ah cada vez que le meten un gol, directo al alma, “ábreme el pecho y registra”, tenemos a “la brutal” de nuestra parte. Dani me preguntó por ti, Dani que ahora está en Frisco reescribiendo su historia que empieza con una rubia de sombrero gris, y no es mal empiece. Me dio un fuerte abrazo antes de largarse, yo estaba con Dano, que en cierto sentido ha decidido ser mi compañero de viaje en las próximas estaciones. Recuerdo que hubo un momento en Palencia, hace ya unos cuantos años, que decidimos ser amigos y desde entonces solo hemos sabido tirar palante hasta llegar al último bar abierto de Lavapiés, a un concierto de litronas y versos en el retiro, a 10000 borracheras conjuntas por cada martes en esta ciudad de putas y chinos en cada esquina. Para hacer un hogar tuve que encontrarle, y ahora que las noches vienen a regalarnos su incertidumbre nosotros nos protegemos juntos, espalda contra espalda, para que nadie pueda clavarle un puñal sin tener que clavármelo a mí primero. Tipos duros. Son mis amigos, y esto lo digo con mucho mucho cuidado. Son mis hermanos hasta donde ellos me dejen, que ojalá sea muy muy lejos. A la altura de los precipicios de Arturo, el azafato surrealista que hablaba deprisa para que le escucharas despacio, leyendo a toda ostia un relato a Silvi en un tiempo en el que la velocidad de la luz se nos antoja corta. Con Edwin descalzo pisando la tierra para sentirse raíz, y el repli/Josep besando la hierba en el mismo momento en el que todo está tan tan claro. Un tiempo en el que Ruiz me da un abrazo aunque pase demasiado tiempo sin vernos, y me pregunte por el ordenador, si está bien entre tanta mierda que le meto. Yo sonrío y le llamo para decirle tío, se me ha quedado colgado, con los escritos dentro y todo eso, él a veces se ríe al otro lado del teléfono y me manda un mensaje cada vez que el Madrid gana una liga. Tipos duros, decía, pero que a veces bajan la guardia si ven que la trinchera es segura y entonces, buf, entonces todo se llena de alma, de caricias, de una forma de vida tan honesta que yo te juro no sé cómo describírtelo, tal vez la magia, o algo que va más allá de la sensaciones y de los sentidos, rozando el abismo de todo aquello que te da fuerzas, Javi es el tio más fuerte que yo conozco, por eso supongo que fue portero de discoteca antes de ser camarero de camisa y elegancia que nos abría el garito a altas horas para llevarnos a ingenuas jovencitas con la única condición de que tirásemos las cenizas al suelo. “no me vais a manchar los ceniceros a estas horas”. Yo me reía por fuera para que se viera bien de lejos lo seguro que estaba si él estaba cerca. Entre todo esa gente que se patea la vida buscando nombres propios a las anonimidades, he tenido el privilegio de conocer a unos cuantos protagonistas de los que ahora poder contar esta historia, la de los hombres que poblaban el planeta a principios de siglo, el ejemplo de una especie perdida que mantiene el tipo por los tipos que la sostienen, los tipos más duros del planeta, los que tienen marcas en las rodillas de tanto caerse y heridas en las manos de tanto volverse a levantar, los que cargan en la espalda dos milenios de tristeza contenida y la filtran en gestos para enseñarla como si fueran poesías, son lo que queda del orgullo de una raza que de otra manera ya habría perdido su razón de ser. Ahí están, desplegándose como personajes literarios en un cuadro de Hopper, bebiendo cerveza o whisky con hielo o ron con coca cola o kalimotxo de litro o vino barato o tónica con ginebra, incluso agua, quién sabe, llenos de marcas y de cuestas y de un sudor seco que se mezcla a veces con lágrimas y otras muchas con saliva. Sé que me quedo muy lejos en este cuento que te narro a modo de testigo: lo he visto con mis propios ojos, ya te he dicho que a mí no me lo contaron. Estaba con ellos, allí, con mis amigos, aprendí a sentirme vivo, y ya no pude quitarme este nudo que entono a modo de canto, este himno por los tipos duros del planeta. Mis hermanos.
Hubo un brindis con dos vasos de vino a 50 céntimos entre Frontela y Dano. En el bar México. Palencia. Chocaron los dos vasos y uno dijo (no recuerdo quien) “porque somos amigos” y se miraron a los ojos y entendiéndose se lo bebieron de un trago.
Yo pagué aquella ronda. Me gusta contarlo.
Qué cabrón. Y qué tipo más duro. Nada tiene que perder aquel que no quiere ganar nada. Un poquito de cerveza, algunas mujeres, horas y horas de juego. Tío. En eso es el mejor. Desde pequeño lo fue. Nos conocimos en una guerra de caballos en segundo de egb, plan antiguo, fijate si eramos pequeños. Críos apenas y nos tuvimos que mirar todos estos años cogiendo centímetros a la carrera, apilando libros, enfrentando canciones y alguna que otra vez despidiéndonos más de la cuenta. A Frontela le dio por crecer compartiendo genética y manias. Nunca, nunca, me dejó de lado en ninguna de mis caídas. Y eso que siempre he tendido a caerme. Al principio tenía una chulería innata para desmontar inteligencias a base de humor y pasotismo. Siempre ha ido sobrado en argumentos y ha tenido batallas de más y de menos hasta conseguir no encontrarse porque ni siquiera se busca. Afila los dientes y ataca por donde menos posibilidades de ganar tiene, porque le gusta perder y mantener esa sonrisa que esconde en los ojos y en la retaguardia, porque le da igual todo lo que no sea importante para él, pero como tiene un corazón tan grande como su orgullo y sus huevos el capullo simplemente hace las cosas que hace, punto, y no pidas demasiadas explicaciones. Creo que un día entendió la amistad a través de Dano, y nunca sentí celos de cosas como esta, porque de Dano hablamos los dos mucho, que es lo que tenemos que hacer. Un día montarán el Froda a medias, ese puticlub de primera donde irán la gente del cine a dejarse la pasta en sus bolsillos. Eso está por encima de ideas en una acera de la zona de garitos, llega más dentro que los litros y litros de kalimotxo gastado que han hecho falta para llegar hasta aquí, hasta este cuento de tipos duros y de miradas llenas de gestos. No hay azul más allá de los ojos de guille, inquieto moviendo los labios esperando a ver lo que me dice y cómo, porque el cómo es muy importante. A veces supongo que la brusquedad es cuestión de talento, o de estilo, quien sabe, después de la cuarta cerveza la historia es lo de menos y la complicidad es lo demás. Por eso llevo un dedo levantado en el pecho, y por eso me puedes corregir y decir que no es un dedo, es un pluma “estilográfica”. Asentiré con orgullo cuando lo hagas, tío, y pensaré en las noches detrás de una barra de Javi, tocándose la barba rollo filósofo, pensando en uno de los 17 proyectos que aun tiene para sentirse menor de edad, moviendo la nariz cuando habla y escuchando con un ahh cada vez que da un paso en la evolución de su cabeza. Ese registro diario de tener tanto camino andado que puede volver cuando quiera porque se va a ver completamente distinto, dudando a veces con si querer demasiado puede llegar a doler o lo que en verdad duele es tener que hacer el camino solo. Eso jamás, te lo digo yo. Que conozco la historia del filólogo que hacía poesías en blanco y negro y se atormentaba con música clásica de fondo. A veces se hinchaba de M o de coca, y se reía tartamudeando argumentos y a punto de explotarle en las manos tantas guerras que ha tenido que luchar. Luego tomaba las riendas de nuevo y en un seat Ibiza del 84 me enseñaba que la belleza del paisaje se basa solo en querer mirar. Se metía en un saco toda la arena de su gente, y cargaba con ella hasta el siguiente adoquín, porque “si no está debajo, tendremos que arrojarla por encima”. Eso no me lo contaron. Eso lo cuento yo. En este piano de noche suena Galán mientras Carlos fuma impaciente como si alguien fuese a quitarle el siguiente piti. Mirando para bajo de reojo no sea que alguien se fije en ello. Mirando los rastros de cerveza en la barra y meditando sobre el precio de la tristeza en los buenos momentos. Mirando una vida que no ha sido a palos sino a garrotazos, como el cuadro de goya, pero con humor negro de fondo, y mucho tabaco. Mezcla ideas de las dos próximas novelas mientras decide la camiseta que se pondrá para la jam del miércoles. Él no se da cuenta porque ya lo sabe, pero no puede dejar de pensar en frases que siempre le conducen a personajes con mucho que ganar y muy poco que perder. Me duelen los dedos cada vez que hablo con él, porque parece que fuese a reventar en mil historias incapaz como es de mantenerse a salvo de la literatura. Escribir duele, por eso me río tanto. Es optimista el cabrón. Y en cierto sentido, reteniendo la labia innata de talento que siempre le acompaña como un aura, se queda callado y bebe cerveza con brusquedad, gsus entonces entrecierra los ojos observando las paredes del garito y le entra un orgullo acorde con su humildad, traga saliva despacio, y empieza a tararear una poesía. Se mira las manos y piensa en la tierra de su tierra y en el barro de su barrio y en todas las guerras y frentes que tiene abiertos, “los llevo bien, tengo fuerzas, y la tengo a ella”. Aunque eso nunca se dice. Son tipos duros bien curtidos y con estilo. Eso no se dice. Eso se suelta, y sin pedir otra frase a cambio. A veces veo a varios de ellos juntos y pienso que el mundo está en buenas manos. O les veo dudar porque eso nos pasa a todos, les veo dudar y mirar hacia dentro para buscar la respuesta. Lo vi en mi padre hablando de su familia en siria. Lo vi en Javi cuando dejó el trabajo de soldador y tuvo que tomar decisiones. Y las tomó. A frontela, una vez, le tembló la mano jugando al poker, y perdió por verlo. Pero lo vio. quiero decir, tío, que son como guerreros nocturnos desplegados en esta puta película de humo. Guerreros nocturnos. Con edwallington borracho en el puto centro de latinoamerica, ligando con una camarera inalcanzable a esas alturas de la noche, y pensando en “un tal Mallarmé”, que a saber para quién escribía versos. A saber. Y es inevitable que a veces yo se lo pregunte a Guille escuchando a Rosendo en un futbolín de 2 defensas y 5 medios, con una katxi de motxo o un mini de cali haciendo equilibrismos en el borde del estadio, diciendo ah cada vez que le meten un gol, directo al alma, “ábreme el pecho y registra”, tenemos a “la brutal” de nuestra parte. Dani me preguntó por ti, Dani que ahora está en Frisco reescribiendo su historia que empieza con una rubia de sombrero gris, y no es mal empiece. Me dio un fuerte abrazo antes de largarse, yo estaba con Dano, que en cierto sentido ha decidido ser mi compañero de viaje en las próximas estaciones. Recuerdo que hubo un momento en Palencia, hace ya unos cuantos años, que decidimos ser amigos y desde entonces solo hemos sabido tirar palante hasta llegar al último bar abierto de Lavapiés, a un concierto de litronas y versos en el retiro, a 10000 borracheras conjuntas por cada martes en esta ciudad de putas y chinos en cada esquina. Para hacer un hogar tuve que encontrarle, y ahora que las noches vienen a regalarnos su incertidumbre nosotros nos protegemos juntos, espalda contra espalda, para que nadie pueda clavarle un puñal sin tener que clavármelo a mí primero. Tipos duros. Son mis amigos, y esto lo digo con mucho mucho cuidado. Son mis hermanos hasta donde ellos me dejen, que ojalá sea muy muy lejos. A la altura de los precipicios de Arturo, el azafato surrealista que hablaba deprisa para que le escucharas despacio, leyendo a toda ostia un relato a Silvi en un tiempo en el que la velocidad de la luz se nos antoja corta. Con Edwin descalzo pisando la tierra para sentirse raíz, y el repli/Josep besando la hierba en el mismo momento en el que todo está tan tan claro. Un tiempo en el que Ruiz me da un abrazo aunque pase demasiado tiempo sin vernos, y me pregunte por el ordenador, si está bien entre tanta mierda que le meto. Yo sonrío y le llamo para decirle tío, se me ha quedado colgado, con los escritos dentro y todo eso, él a veces se ríe al otro lado del teléfono y me manda un mensaje cada vez que el Madrid gana una liga. Tipos duros, decía, pero que a veces bajan la guardia si ven que la trinchera es segura y entonces, buf, entonces todo se llena de alma, de caricias, de una forma de vida tan honesta que yo te juro no sé cómo describírtelo, tal vez la magia, o algo que va más allá de la sensaciones y de los sentidos, rozando el abismo de todo aquello que te da fuerzas, Javi es el tio más fuerte que yo conozco, por eso supongo que fue portero de discoteca antes de ser camarero de camisa y elegancia que nos abría el garito a altas horas para llevarnos a ingenuas jovencitas con la única condición de que tirásemos las cenizas al suelo. “no me vais a manchar los ceniceros a estas horas”. Yo me reía por fuera para que se viera bien de lejos lo seguro que estaba si él estaba cerca. Entre todo esa gente que se patea la vida buscando nombres propios a las anonimidades, he tenido el privilegio de conocer a unos cuantos protagonistas de los que ahora poder contar esta historia, la de los hombres que poblaban el planeta a principios de siglo, el ejemplo de una especie perdida que mantiene el tipo por los tipos que la sostienen, los tipos más duros del planeta, los que tienen marcas en las rodillas de tanto caerse y heridas en las manos de tanto volverse a levantar, los que cargan en la espalda dos milenios de tristeza contenida y la filtran en gestos para enseñarla como si fueran poesías, son lo que queda del orgullo de una raza que de otra manera ya habría perdido su razón de ser. Ahí están, desplegándose como personajes literarios en un cuadro de Hopper, bebiendo cerveza o whisky con hielo o ron con coca cola o kalimotxo de litro o vino barato o tónica con ginebra, incluso agua, quién sabe, llenos de marcas y de cuestas y de un sudor seco que se mezcla a veces con lágrimas y otras muchas con saliva. Sé que me quedo muy lejos en este cuento que te narro a modo de testigo: lo he visto con mis propios ojos, ya te he dicho que a mí no me lo contaron. Estaba con ellos, allí, con mis amigos, aprendí a sentirme vivo, y ya no pude quitarme este nudo que entono a modo de canto, este himno por los tipos duros del planeta. Mis hermanos.
Hubo un brindis con dos vasos de vino a 50 céntimos entre Frontela y Dano. En el bar México. Palencia. Chocaron los dos vasos y uno dijo (no recuerdo quien) “porque somos amigos” y se miraron a los ojos y entendiéndose se lo bebieron de un trago.
Yo pagué aquella ronda. Me gusta contarlo.
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