Tengo una especie de impulso por decirle no a algo
y un deseo de decirle sí a todo,
una asumible nostalgia de bar que se cierra
como los paraguas, dejando caer
la lluvia
sobre los ojos,
metiéndosete por la ropa
como unas cosquillas sin perfume,
haciéndote daño en silencio y despacio,
avanzando por el pecho que apenas late
y subiendo por la garganta de los vómitos
y las afonías,
se te apagan la luz y los gritos,
sientes el peso de 26 años dándote la espalda,
exigiendo su vez y sus alegatos,
sin nadie a quien puedas aferrarte
excepto a ti mismo,
aquel viejo trato de que siempre serías
lo que querías ser
ves de a poco que no se cumple
por no saber lo que quieres
y miras las calles
como otra orilla del mismo lado,
la esperanza es una hoja caída sin esfuerzo,
el retrato fósil de los charcos en las aceras
y el andar grisáceo de las sombras
en su hábitat natural de paredes y suelos.
Todo se derrite al zumbido de las letras, incluso los monstruos,
y en la siguiente puerta una nueva encrucijada de llaves
te dirá que elegir conlleva una perdida
y que la libertad es eso, perder por goleada
a cambio de meter unos 4 o 5 goles
que merezcan las penas.
Quizá ahí, sea mañana cuando vuelva a creer en los desayunos
y en la feria salvaje de los sin sentidos,
y me quite las ofensas y los cabizbajos
apostando sólo a la siguiente huella,
el paso que ahora doy entre un día y otro
es solo un amanacer entre las nubes
de todos los que me quedan.
Intentaré disfrutarlo.
Pero si en algún momento me veis dar el brazo a torcer
o agachar la cabeza noqueado, solo le pido paciencia a los soportales.
Pues nunca hubo derrotas definitivas
sino solo
falta de oportunidades.