Siempre hay un bye detrás de cada good
y el corazón pisa el freno
después del primer infarto.
Tendría que resistir las losas,
los transeúntes
y no verte.
Pero mi pequeña revolución
se postra ante ti
como un esclavo que echa de menos
sus cadenas.
Como un perro sin bozal ni ladridos.
Deshabitándose como una ciudad abriéndose en comisarías,
mirándome como tratando de decir: ¿no ves que ya te
desprecio?
Una marabunta de rugidos agónicos clama
tu presencia entre butacas
para esta función de desánimos.
Perdona por utilizarte,
pero sigues siendo mucho más que poesía
en mi plegaria de bares para solo de sexo.
No sé si te habrás fijado, pero en Madrid
las ansias han dejado paso
a las dietas como si ya no tuvieran nada que hacer.
Como si todo lo que queda por ocurrir
nos considerara innecesarios.
He comprado una vida normal a precio de saldo
y trato de hacer las cosas bien:
he cambiado el vaso de agua aquel
en que decías que me ahogaba
por un océano lleno de peces
y ninguna sirena.
Sé que la noche me es infiel porque trae el olor de otros
cada mañana.
Porque uso el despertador y tiro de café con prisas.
Porque tu risa sigue removiéndose en mi estómago
cada vez que hago repaso de mis destrozos por tu vida.
Hay huelga de reponedores en mi almacén de fuerzas.
Los contenedores ya no contienen
y las ganas ya no ganan al final de la partida.
Todos pierden.
Y en nuestros dientes se van acumulando los mordiscos
una vez te has tragado hasta el último sueño.
Es que solo veo manos que se separan en cada boca.
Y un negro muerte en cada ojo.
Y peña que solo habla de otros países,
que te cuentan los idiomas que van a aprender.
Las cosas que harán
más allá de nosotros.
Sentimientos que cotizan en el paraiso fiscal
de las soledades anónimas, suciedad limitada.
Y yo puedo mirar el silencio como una pequeña orgía de
ausencias,
que se lleva los ruidos a algún otro lado que no me
pertenece,
como si midiéramos los gemidos en decibelios
en lugar de en arañazos.
Supongo que la resignación es aprender a sonreír mientras esperas.
Y así voy, con el cinturón de seguridad desabrochado,
seguro del a todo riesgo,
acelerando.
No hay curvas peligrosas después de haberte caminado con la
lengua.
Solo un muro a lo lejos que me mira con sus ojos
de futuro insatisfecho
mientras susurra: ¿a dónde te crees que vas, tipo duro?
Y siempre es la misma mi respuesta:
a la guerra.
Aunque ahora que no voy contigo
no es tan divertido ir contra el mundo.
Ni sé si merece la pena.