Tengo el silencio en paz y por una vez
no juega a la crueldad con mis culpas,
no pide que arrodille mis palabras ante él,
sólo la ira y la verdad,
sólo que demuestre el amor
sagrado de la pagana cotidianidad,
que no olfatee en las basuras
como un rastro de rostros cabizbajos,
que despliegue este manto de dudas bajo el cobijo,
que le dé al play
y me abra de oídos
ante la orquesta de miedos que me tocan,
los deseos de alquimia a los que recé,
la fatiga de no poder cerrar los párpados
y soñar, ese mínimo acto de los humanos
que inventaron los monstruos
y la publicidad,
que anestesiaron el placer hasta vaciarlo de inmensidades,
hasta prostituirlo de fe
para venderlo como imposible a precio de saldo,
ese es el valor que le pusimos a nuestra derrota,
ese es el mercado en el que nos vendimos
para tener algo que comprar,
las migajas de un camino equivocado,
la triste honestidad del que llega al final como a cualquier
sitio
sólo para entender
que el frío lo llevaba dentro, cargado, como un alma
a punto de apretar el gatillo,
contra la pared,
arrodillado ante este botellón de fusilamentos,
quería declarar el sentimiento como único regazo
o como última posibilidad
de perdón?
Decías algo?
He visto cómo el tiempo hacía su trabajo,
cómo doblaba las camisas de los niños
y le cambiaba el carbón a las chimeneas,
cómo se iba agrietando de arrugas
y cojeando, rindiéndose
como quien ya sólo busca poder dejarse caer
entre las guerras de quien no pudo luchar
por lo quería
y le obligaron a dejarse la vida en lo que no,
no sé si es el amanecer o sólo un día de terror más
que pasará la página del calendario
mientras pasea su disfraz negro de rutina
ante el rojo sagrado de la sangre,
los muertos que traías te darán de comer
dicen en este parvulario
donde sólo los locos se podían beber su propias lágrimas
de naufragio,
su soledad de mar en calma,
su cólera de amor encerrado:
a un lado la venganza
y al otro
la huída,
tan tristes fuimos
como la lejanía,
el canto rodado de los cisnes
suplicando la risa ajena en su disfraz de payaso,
nos quitamos la alegría y el abrazo
y nos hicimos de mentiras hasta el egoísmo,
que firme delante mío quien no me crea,
que ponga en su tristeza mi alegato
y me diga si no era un paraíso la utopía inmolada de la
libertad,
si no es el rencor un motor cualquiera
que me diga qué clase de fuerza podrá mover
a este ejército de cabizbajos que ya han quemado todas las
papeletas
y sólo les quedan por romper las urnas
y la máscara,
quitarse el precio y enseñar la nuca,
abrirse el pecho en disparos
para que nunca vuelvan a decir que no fueron los esclavos
que les prometisteis.
Este es el mapa de tu tesoro,
entiérralo y cavarás tu propia tumba,
aprende del dolor y vive con él,
aíslate con tus fantasmas
hasta darles de comer en tu propia mesa,
con tus propias manos,
con tus putas palabras,
acostúmbrate a su presencia de cánticos pasados
y futuros deshechos,
carga con ellos adonde vallas, protégeles
de quien quiera olvidarlos
y te ofrezca el látigo con el que domesticarles
cuando venga el huracán, acuérdate de izar velas
cuando venga la tormenta, no tengas miedo de bailar,
tendremos el paladar descalzo para besar la hierba
y los pelos de punta apuntando
hacia este único e inabarcable mundo
que al parecer
nunca nos fue suficiente,
¿qué cielo puede haber que no sea igual que este?
¿por qué queremos más que querernos más?
Es la necesidad lo que no entiendo,
ese más allá lejano que no cabe en los bolsillos
trae el brillo de los ojos de la gente
como si hubieran aprendido a odiar como un trabajo,
como si hubieran aceptado la soledad de lo diferente
por contrato
para no tener que sudar
defendiéndose,
¿Y tú crees que mis fantasmas son los malos?
Quizás.
Pero hoy era navidad
y me he ofrecido este exilio de infancias
como regalo.
Aquí tienes mi sonrisa, puedes quedártela.