Y tú de espaldas
remando a la contra,
quemando tus fuerzas en busca de una isla desierta
(“y desierta quiere decir sin ti, el mundo nunca me ha hecho
compañía, recuerdas?”)
donde puedas sobrevivir a base de invierno
sin ocultarte,
sin tener que ceder tu potestad de utopías a los sueños de
otro
ni nadie que te diga que su pared
es tú única opción de horizonte,
sin nadie que te tapie las laderas donde me besabas
cada vez que eras feliz,
quizá yo ya no tenga la impunidad de decir que estábamos
equivocados
cuando el único error que cometí
fue no aceptar la culpabilidad de mis dudas,
esas hijas de puta,
hasta que crecieron y anidaron como un cáncer,
hasta que el amor se fue derritiendo como un gris en la
materia.
Esa mierda
que solo podía ser humana.
Miro de lejos las llamas
mientras hago de la velocidad una forma de vida.
Ya pararemos cuando la gasolina se acabe, de momento sigue
pisándole.
A fondo.
A ver si lo tocas.
Me produce ternura la ingenuidad de las señales de stop.
Aunque puede que sea peor lo mío:
confundí estrellas fugaces con semáforos en ambar
y claro, los deseos se me pusieron en rojo.
Y yo creyendo que era por tus labios…
La ansiedad llega cuando cruzas la tercera fila de infelicidad
en un baño.
Decías que en un trocito de bolsa quemado
no podía caber toda
mi tristeza.
Pero sí la necesidad, te respondí.
Y toda tu ausencia.
Me cabe una vida de pérdidas por la nariz.
Tengo el sudor reseco y los dientes pestañeándote
en modo
Fast-trip, non stop destruction.
Y el semen, al parecer a veces, me sabe a cocaína.
En el ditirambo el alcohol se mezclaba con lágrimas
para emborrachar a la tristeza,
había un sufragio universal de heridas
que se ponían hasta el culo de olvido,
y en cada regazo se buscaba una orgía donde poder prostituir
los principios y la fe.
En la procesión, una inquietud de bolsillos vacíos
agitaba sus caderas al futuro
y se les oía gritar: “más madera joder
queremos más madera”.
En una pancarta habían escrito:
“construido el mundo, solo nos queda destruirlo”.
Y en otra
“Talado el bosque, quién pagará nuestra necesidad de leña”
Cuando el naufragio llegó, los restos entendieron rápido
el precio solitario de la inmortalidad.
La borrachera podía disimular la tristeza
pero no el cansancio.
Y todos, como por inercia, siguieron bailando.
Pero ni siquiera la libertad, tan escuálida,
tan débil y desnuda
como una top model recién violada,
tenía fuerzas ya
para mover el culo.
-----------------------------------
Tengo un cuarto lleno de desordenes porque nunca se me dio
demasiado bien
lo de la obediencia.
En esta resaca, he aprendido a mojarme los pies sin tener
que cruzar el río,
ahora lo corriente pasa pero yo me quedo,
con mi par de guijarros y mis vaqueros sucios
y una afónica de traviesos en la sonrisa
y mis pintas de cigarro consumido
sentado al borde de esta alcantarilla.
En el palacio de invierno la mascarada sigue llorando
su difunta ilusión de refugio.
Cómo pesa la levedad de unos labios
cuando se estrella contra otros.
Labios.
Libremos a la luna de nuestra mierda,
y a las putas de nuestro precio.
La tristeza tiene un punto, sí.
De sutura.
Y también de ebullición
si la sacas a bailar sobre el fuego.