viernes, 28 de junio de 2013

Que la inspiración no te pille pillando. O sí.


Sentarme a escribir lo que siento. sin miedo ni prisas, qué chorrada. Pero el caso es que se me lía la vida y creo que no le concedo la importancia que tiene (que quiero que tenga), y me voy distrayendo con esas cosas de la calle, ya sabes, drogas y sexo, noche y furia, ¿Dejarse llevar o dejarse caer? ¿suena demasiado bien o solamente suena muy alto?

Lo de la pasta de dientes puede que sea una buena forma de explicarlo. En mi casa, la de mis padres, quiero decir, el tubo de la pasta de dientes siempre se iba enrollando cuidadosamente desde la parte de abajo de la misma, así según se iba acabando no tenías que estar retorciéndola con cabriolas imposibles o apretar desde abajo porque no quedaba más pasta arriba. De dientes. A todos nos ha pasado. A todos los que no usamos el método de enrollarlo según lo vas consumiendo. Yo soy incapaz. En mi casa, en mi piso alquilado junto a Dano, nunca consigo poner en marcha esa chorrada de rutina. Ni siquiera sé si es que se me olvida o que simplemente paso. Pero no lo hago. Y encima Dano también se olvida de poner el tapón para cerrarlo. El tubo de la pasta dentrífica. Imagínate qué desperdicio.

El caso es que yo creo que tampoco es miedo, ¿pero entonces? Tiene que serlo. Porque vale que un desastre bien desorganizado pueda justificar más de un agujero en las velas. ¿pero el rumbo? Si las estrellas siguen allí al fondo, no tienen pérdida. Por qué demonios te has puesto a comer pipas distraído como si en la comodidad alguna vez te hubieras sentido cómodo. A santo de qué lujo vas a permitirte horas muertas, ligereza en las promesas y atajos que no empiezan en tus principios. A qué viene la condolencia contigo mismo si no tienes la calma ni la necesidad, si siempre te aburrió ser espectador o peor aún: solo un sueño.

En la caverna las sombras siguen pasando de una en una. Y nosotros nos seguimos mirando en ellas. ¿De verdad crees que la realidad es mucho mejor que todo esto? Yo de verdad que no tengo ni puta idea, no sé si es mejor mal que menos, ni le pido cartas al diablo ni le rezo monedas dios. Es solo una sucesión de sucedáneos con los que distraerse, pasear de puntillas como si pudieran no vernos, acechar con el confeti preparado para cuando seamos nosotros los que nos doblemos en cada campanada.

Te voy a contar un chiste:
            -¿Qué le dice un náufrago a otro náufrago?
-Nada.
Pues eso.

Tu defensa hace aguas como castillos de arena antes de la ola. Se puede perder en un segundo, pero primero que te pillen luchando. Que nadie y mucho menos tú mismo te cambie la imperfección de las palabras por el impoluto molde del silencio. El silencio. Creo que es eso que les gusta a todos los que doblan el tubo de la pasta por la parte de abajo.
En la caratula de un disco de Fito una vez leí: “Tanto silencio no entiende por qué canto”.
Y digamos que lo me raya es su fixed: “tanta música no entiende por qué nos callamos”.

Pero en fin. Soy un hijo de puta testarudo al que es muy difícil convencer para cambiar de vida.


Si no es un domingo, claro.

miércoles, 19 de junio de 2013

la imprudencia de mancharse las manos acortando distancias

¿Sabes cuando se rompe un vaso y alguien te dice “cuidado, no lo recojas con las manos, no vayas a cortarte”? pues algo así soy yo.
Si me ves roto, no trates de recogerme, por favor,
para este cuadro de errores tu sangre es solo más dolor. En serio.

Un mensaje en el que te digo que te echo de menos. Lo tengo guardado en el móvil. Entre los borradores de versos que ya ni corrijo porque apenas escribo.
Puede que lo apuntara pensando que se me había ocurrido un genial juego de palabras en mitad de alguna borrachera de esas en las que no te apetece sonreír.
¿A quién escribes? Preguntaban los colegas.
A nadie, les contestaba.
Pero era mentira.
Tengo un mensaje sin destinatario escrito entre los borradores del teléfono que dice:
Te echo de menos.
Y es a ti.

 Creo que a este nudo aun se le puede dar otra vuelta.
Rock&roll en la garganta, decía el cartel publicitario.
Letras de neón, y una soga de 6 cuerdas.
Dale otra vuelta, anda, que el horror aun no está desnudo del todo y no pienso recordarle con ropa.
Cuando le mate.
Unos dirán que se ahorcó gritando. Y otros que dejó su voz.
En lo que a mí respecta no tengo ni puta idea,
pero me gusta escucharlo.

La suciedad del paisaje es solo la nave industrial, una ciénaga de cegueras acumuladas, la falsa pretensión de lo imposible como si el deseo fuese una premisa de la existencia y no al revés.
Lo que quiero decir es que “querer vivir” tiene la tristeza de quien necesita los ánimos, la hinchada y un punto de apoyo para poder hacerlo.
“Querer vivir”.
Que esos 2 verbos unidos suenen a intento es un más por más igual a menos literario. No me hagas mucho caso, soy experto en decir gilipolleces.

Hay 2 maneras de compartir tu vida con otra persona. Una es en paralelo, y la otra cruzándose a volantazos todo el rato.
Te vas acercando, y en un punto tienes que virar para no alejarte, volver, encontrarse, y así otra vez de nuevo.
Todo el rato.
Una vida en paralelo es impoluta, aburrida e imposible.
Vivir rectificando en torno a otra persona es un mareo que suele terminar estrellándose
en cualquier cruce de penas.

Me cuesta menos tomar 20 cervezas que una sola.
No soy bueno en los ya basta, en los nada más, en los hasta aquí hemos llegado.
No sé largarme antes tiempo, 
ni conformarme con, 
ni limitarme a.
Tiendo a los demasiado con demasiada frecuencia.
Dicho esto, ¿Demasiado tarde no es igual que demasiado lejos?

El dinero y las oportunidades se pierden.
Los trabajos se pierden.
Y las personas.
El amor se estropea.
Y todo lo demás simplemente se olvida.

Disculpa que no deje que te acerques a mi tristeza.
Contagia.
Y tu estás guapísima
así sonriendo,
mi vida.

lunes, 10 de junio de 2013

esperanza

Sólo había un pozo de mierda. Y hombres y mujeres que cargaban con todo un pasado hacia él. Y al llegar lo volcaban antes de taparse la nariz y salir corriendo. Llegaban de rodillas, arrastrándose, pidiendo perdón. Era su vergüenza. Su vida unida por errores, caminos raros como la rutina, tiempo perdido, impasibles y sin pasión. Detrás sólo había una salida, con un cartel que decía: huir. Y una flecha en dirección a cualquier parte.

Estábamos apoyados en la barra. Bueno, él parecía sostenerla más bien, yo al contrario reclinaba la cabeza como si me estuviera hundiendo. Ese dramatismo que tienen algunas borracheras. Escuchaba de lejos lo que él me decía tan de cerca. Y yo asentía como si pudiera entenderle. O como si quisiera. Arreglar el mundo cuando eres tú el que está estropeado es algo innegablemente estúpido. Una rubia me dijo: “buscas a alguien que no eres tú y te equivocas”. He tenido una visión en el silencio: todos gritábamos, pero no decíamos nada. Él seguía hablando y casi me dejo caer si no llego a apoyarme. En el vaso. Que se me escapa de las manos, pringa todo de cerveza, y se resbala barra abajo hasta estrellarse contra el suelo. Los cristales salen disparados, el vaso se convierte en millones de pedazos inconexos, un puzzle imposible de vidrio: los dos lo miramos. Sin decir nada. Él se acerca hasta el grifo y me pone otra. “Seguro que de ahí ya no se cae” me dice. Y yo miro el vaso roto y me miro a mí. Miro el vaso roto y me miro a mí. Miro el vaso roto y me miro a mí.

Soltaste todas las cuerdas porque decías que te ataban. Asumiste el precipicio y te hiciste el valiente en la caída. Bien que viviste sin frenos, cargado de culpas, aferrado al error de cometerlo. Y en la inconsciencia, puliste cada acto como búsqueda, te justificaste ante todos mintiéndote ante ti, tenías las palabras, los ejemplos, y la seguridad de las dudas de tu parte. Nadie podría pensar que no sabías lo que hacías, y tu fingías fingir para que nadie preguntara por tu sonrisa, esa mueca. Eras, digamos, como el actor que olvidó que estaba actuando, y cuando dijeron acción se quedó en blanco. Ahora la máscara empieza a pesar, y piensas en una llamada: la de Javi. Va a ser padre. Ha habido problemas con no sé qué y ayer les dijeron que habría que inducir el parto. Hoy. Al parecer el niño viene antes y con prisas. A este mundo. Qué ganas. En cualquier momento supongo que llamará para decir que ya está, que ya le ha tenido en sus brazos y ya le ha visto llorar. ¿Cuándo tiene un niño su primera risa? Javi y todo un mundo a sus espaldas. Siempre cargándose de responsabilidad a pesar de su miedo al compromiso. Y. Por eso precisamente, enfrentándose a sus miedos de frente y dispuesto a partirse la cara aunque salga cruz. Tener un hijo. Creo que ese es el único compromiso que te puede unir a alguien para siempre. Para siempre. Qué miedo. Acelera.

Era como en sueños. Trataban de correr y no podían. Se habían arrastrado tanto que las rodillas hacían un ruido oxidado en su anhelo de huida. Daban ganas de engrasarlos, de empujarles, de ayudarles aunque solo fuera por un impulso. Como esos ciclistas exhaustos que hacen eses con tal de no bajarse en plena cuesta. Asfixiados e impotentes, huían como histriónicos corredores sin fondo. Sin pasado. Hacia cualquier parte.

Lo cierto es que hay caídas que no terminan de terminar nunca. Siempre hay algo a lo que aferrarse, pero hacen falta fuerzas para hacerlo. Te pasas media vida construyendo andamios y un día disfrutas viendo cómo se destruyen. Salivas, y te entra un cosquilleo que cuesta detener una vez te has manchado las manos. Así que me puso una nueva cerveza mientras yo seguía mirando hacia el suelo. Hacia aquel vaso. “Mañana lo limpiaré, cuando friegue” me dijo como si a mí me importara. De la barra goteaba la cerveza y estaba formándose un riachuelo que pronto llegaría hasta mi taburete. Le miré haciendo equilibrios sobre mi asiento. “Sabes lo que es el pus de las heridas?” le pregunté. “Una infección” me dijo todo tranquilo. “Son células blancas del cuerpo que han luchado y muerto por detenerla, la infección” le dije. “Y qué” se encogía de hombros como si no entendiera. “Y nada, simplemente eso, es el principio del final de la infección, o algo así” levanté la birra todo lo que pude y la tiré con todas mis fuerzas contra el suelo. De nuevo cristales rotos y cerveza salpicandolo todo. “¿qué coño haces?” me gritó. “Pus” le contesté, antes de dejarme caer yo también contra el suelo.

Así que todas esas cuerdas que te ataban eran también las que te sujetaban. Y de toda esta prisa de andenes solo has conseguido viajeros que se cruzaban en tu camino durante unas pocas paradas antes de marcharse. Así que ahora no sabes bajarte si no es marcha, no sabes parar la sangría ni los golpes, achicas agua en tu bote a la deriva, a lo lejos las islas y la vida creciente de todo aquello que no te corresponde. Ha sido niña. Han tenido que sacarla por cesárea y cuando todo ha terminado hemos ido con unas cervezas a ver la cara posacojone de Javi. Estaba cansado, en chandal, y nos hemos tomado un par de latas y 4 o 5 cigarros en una parada de autobús. Celebrándolo. Javi, no ha sabido describir la sensación al verla. A la niña. Creo que no le han dejado cogerla pero ha podido verla llorar. De verdad, ¿Cuándo tiene un niño su primera risa? ¿Y una niña? Deberíamos habernos ido de fiesta, pero Javi tenía que volver al hospital, y Dano y yo trabajamos mañana. Aun así, ha sido bonito poder brindar por algo recién nacido. Y ver esa seguridad de quien tiene por qué luchar. Por quién. Esperanza, se llama. La cría. ¿Cómo no voy a ver poesía por todas partes?


Poco a poco se van convirtiendo en puntos lejanos. Titubeantes y perdidos, siluetas negras que se van alejando en su huida. Libres, radiantes y sin un pasado. No saben a dónde van. Tampoco lo necesitan.