jueves, 20 de octubre de 2016

Llevo su nombre y su apellido, heredados de un país que no diré siento propio, pero sí cercano. Soy el hijo que ve a su padre ser hijo por última vez. Refugiado en la mirada de una distancia inabarcable, entiendo el dolor hasta sentirlo. También es mío. Me pregunto hasta qué punto de ebullición puede compartirse el dolor. Hasta qué punto de sutura puede unirnos. Hasta que punto suspensivo resiste el amor al vacío, la ausencia lejana que llega hasta aquí para decirnos que no está, que no estará cuando vaya. 

Llevo su nombre y su apellido, la tierra seca de los dos sitios donde se criaron los que me criaron, la mirada triste del que siempre mira lejos o hacia abajo, el silencio de llorar por cansancio y distancia, la pregunta del en qué fallé, la respuesta del abrazo y esta sensación de que tanta juventud se me está yendo de las manos, se me están llenando de fantasmas los recuerdos, de personas a las que no puedo ver para recordarlos. 

Llevo su nombre y su apellido, y sus 93 años en los ojos del hijo que tuvo a los veinticinco. Mi padre. Que coge el teléfono para contarme que está en la tierra y que qué puede hacer. Que qué puede hacer, dice mi padre. Que qué puede hacer. Si ya vino a construir la casa, curar el hambre y hacer la familia. Si ya tragó en toneladas la distancia y cuando parecía el oasis vino la guerra. Si se mira las manos encalladas de tanto azadón, pico y pala, y el sudor le gotea de tanto sueño a cuestas y callado. Si por no tener no tiene ni lágrimas y aun así insiste en la risa, en el no os preocupéis, en el no pasa nada. 

Llevo su nombre y su apellido. Soy fruto de su raíz. Hijo del hijo. Doy gracias. Por ese tejido que unieron madre y hermana, camino hecho, a medias, y por hacer, jersey de lana, cuna de sueño, doy gracias por este presente, regalo y tiempo, el aire respirado de soplar juntos y crear el viento, la huella, el presagio. 

 Llevo su nombre y su apellido. Es 20 de octubre del 2016. Me llamo Escandar Algeet. Y estoy vivo.