Cada día veo cómo se hace de noche, y cada noche veo cómo se
hace de día. Quizás es el momento de confesar que ambos momentos han dejado de
impresionarme. Hubo un tiempo en que mandaba un sms para compartirlo con
alguien a la que no le importaba las molestias ni las horas. En plan “he visto
cómo la luz entraba por la calle y me he asomado a ver si pasabas. Y de paso
mirarte el culo”. O me hacía un canuto para ponerle humo al paisaje de las idas
y avenidas de la luz, y me lo fumaba sin pensar que mañana ya nada sería igual
o que esa noche iba a ser la misma de siempre. Supongo que uno termina por
acostumbrarse porque ahora, bueno, ahora simplemente bajo y subo la persiana
cuando toca. Y lo único que pienso es que otra vez se me ha hecho tarde. “no
tengo ni idea de adónde voy, sólo sé que llego tarde”. Ese es el sms que ahora
mandaría.
Si tuviera a quién.
Perdón por la soledad, es elegida. No tanto como una
elección sino más bien como un pacto, algo que implica y concede, un pozo de
ambición y tristeza que trato de no mostrar en el día a día, ni en el paso a
paso, ni en el toco a fondo. La sonrisa
no es fingida, ni la resignación impuesta. Este es el baile tras el que me
escombro. La chinesca ilusión de una sombra, la partritura de anhelos que he
compuesto con trazos rotos y notas caídas. Pero es mi música, y no tengo mucho
más que cantarte. Si no.
Es el silenció después de la fiesta a lo que no me
acostumbro. A cerrar los ojos, trabajar el cansancio y consumir la desgana. No
es la derrota lo que me asusta, si no perderme el partido. Verlo por la tele. Quedarme
solo y hacerme una paja soñando que soy otro.
Ciego de envidia y absuelto de borrachera, pongo mis dudas
en esta mesa para su delirio o gula, para que jueguen con ellas a los naipes
como castillos venidos abajo por la leve brisa de un oír cortante de niños y
pelotas.
“Desafinando al destino con tus ojos de música. Así amanece.
Desde mi calle.
Hasta tus párpados, todo es grito”. Te habría dicho.
Nunca me gustaron las certezas ni la puta verdad absoluta en
la punta de cada lengua que no hablé. Odié su tamaño de templo, su oficio de
test, su fronteriza imparcialidad. Gente que siempre está de vuelta y ni
siquiera saben adónde van. Si la vida llueve, no me seas impermeable y mójate.
Esa fue mi defensa al hombre en suciedad.
Pero luego ves las humedades en las paredes, los gestos de
cisterna, la inundada valentía de proteger una casa vacía de caricias no dadas,
y bueno.
Quizá no escriba mensajes, pero sigo tirando botellas:
“Estate grieta, te dije antes de echar a correr. Quiébrate
aquí, te insistí. Y tú, que creías en mí como un puente que había que cruzar,
te quedaste allí viéndome huir, arrastrándome como corriente destino mar, pero
al otro lado de todo. Quiero decir: de ti. Que cerrabas los ojos, y te echabas
a llorar.”
“Busco náufrago”. Eso ponía el cartel aquel con el que una
vez viniste a por mí.
Si, como dijo Elvira, “huir significa ir a buscarte”,
supongo entonces que perderse se podría definir como asumir que no te voy a
encontrar.
Por eso quizá ya no te envío ningún mensaje.