I
Tendréis que prohibir la música
para callar los tambores de guerra.
Y la risa.
Y tendréis que suprimir el derecho a la combustión,
privatizar las cenizas,
y a-pagar lo que quede de nosotros
en nuestras hogueras.
Siempre fue más sencillo recoger los destrozos
que planificar el atraco,
así que dudo que eso pueda suponeros ningún problema.
Pero aviso, por si acaso.
Luego, en los libros, podréis escribir
que éramos sucios como la libertad
esa ramera
que caminábamos mirando hacia el suelo
como si los sueños se nos cayeran de los bolsillos
que apestábamos a poesía
esa puta palabra
podréis decirlo.
Y que bebíamos cerveza
fumábamos porros
y no éramos, por supuesto, vuestros hijos.
Aunque en el fondo seamos los mismos
o no hayamos cambiado tanto. En el fondo.
Claro.
Pero la forma…
II
Somos esa miseria enjaulada que tan bien huele
en vuestras recepciones oficiales,
vuestros esclavitos minusculizados que os votan
cada 4 años
por la misma mierda,
un réquiem ae eternam que se apaga como un cigarrillo
al que nadie le va a dar su última calada.
Se nos reconoce porque no se puede esconder la rutina
y porque todavía nos queda
un poquito
de vergüenza a la que aferrarnos,
no mucha, es verdad,
y porque aun sabemos lo que es vomitar por sobredosis
o por la falta de ella,
aunque nos cueste reconocerlo
por nuestra ciega fe en los epitafios.
No pasamos del nadie sabe
y el que sabe no contesta,
las dos formas de un mismo miedo:
la ignorancia de un lado
y del otro
el silencio.
Otorgando.
Vale.
Creo que ahora es cuando nos escupimos en la mano.
Y la estrechamos.
III
En Madrid, cuando llueve,
huele a polución mojada.
Solo puedo decir que me encanta.
Tendréis que prohibir la música
para callar los tambores de guerra.
Y la risa.
Y tendréis que suprimir el derecho a la combustión,
privatizar las cenizas,
y a-pagar lo que quede de nosotros
en nuestras hogueras.
Siempre fue más sencillo recoger los destrozos
que planificar el atraco,
así que dudo que eso pueda suponeros ningún problema.
Pero aviso, por si acaso.
Luego, en los libros, podréis escribir
que éramos sucios como la libertad
esa ramera
que caminábamos mirando hacia el suelo
como si los sueños se nos cayeran de los bolsillos
que apestábamos a poesía
esa puta palabra
podréis decirlo.
Y que bebíamos cerveza
fumábamos porros
y no éramos, por supuesto, vuestros hijos.
Aunque en el fondo seamos los mismos
o no hayamos cambiado tanto. En el fondo.
Claro.
Pero la forma…
II
Somos esa miseria enjaulada que tan bien huele
en vuestras recepciones oficiales,
vuestros esclavitos minusculizados que os votan
cada 4 años
por la misma mierda,
un réquiem ae eternam que se apaga como un cigarrillo
al que nadie le va a dar su última calada.
Se nos reconoce porque no se puede esconder la rutina
y porque todavía nos queda
un poquito
de vergüenza a la que aferrarnos,
no mucha, es verdad,
y porque aun sabemos lo que es vomitar por sobredosis
o por la falta de ella,
aunque nos cueste reconocerlo
por nuestra ciega fe en los epitafios.
No pasamos del nadie sabe
y el que sabe no contesta,
las dos formas de un mismo miedo:
la ignorancia de un lado
y del otro
el silencio.
Otorgando.
Vale.
Creo que ahora es cuando nos escupimos en la mano.
Y la estrechamos.
III
En Madrid, cuando llueve,
huele a polución mojada.
Solo puedo decir que me encanta.