"La guerra ha terminado, y hemos perdido"
(frase que dicen en la película "Carlos")
Ayer teníamos todo el tiempo del mundo
y hoy se nos han vaciado las manos de segundos.
(Elvira Sastre)
Que se relama el sudor los pecados por nuestra ilimitada
capacidad de reincidencia,
que nos pida por favor el acto, la mancha, que nos brinde
las dudas
en preguntas a fuego lento como un cigarro que fumas después
de haber terminado el trabajo, recogida la ropa en el suelo,
los años felices en tiempos difíciles para el amor y el
verso,
riéndole a dios sus desgracias,
pidamos fuego y rock & roll
pero no confundamos la culpabilidad con el arrepentimiento,
porque no.
Me gustaría soñar con portazos para así despertarme de golpe
cada vez que te vas en mis sueños. Pero nunca lo haces, en ellos nunca das un
portazo sino que dejas la puerta abierta y soy yo el que tiene que cerrarla. Lo
hago despacio, como tratando de no hacer ruido. Tú bajas la escalera y yo trato
de no pisar tus pisadas alejándose. Trato de escucharte por última vez. Luego
me quedo en el suelo llorando, me cuesta respirar y hay como un ejército de
látigos golpeándome la garganta. Qué he hecho. Me digo. En voz alta. Una y otra
vez. Qué he hecho. Qué he hecho. Qué he…
Hasta que poco a poco me voy despertando. En la cama.
Sudado. Empapado por una tristeza que es como una derrota sostenida en el
tiempo, perenne y asumida. Calado hasta la última calada del primer piti que me
suelo hacer y encender todavía en la cama. Respiro el humo mientras te echo de
menos por un portazo de distancia. El que no diste.
No se me pasa hasta que tomo un café. Sí. Tanto alcohol de
noche, y al final uno aprende que en la rehabilitación no hay nada mejor que
despertarte sin resaca, pegarte un chute de cafeína caliente, y dejar en la
ducha el olor solitario de la almohada.
Y aun así, cada noche otra vez, y van pasando las mañanas.
Ni siquiera sabes lo que fumas cuando vuelves a casa,
vas con ese trago en el que asimilas los nudos
y te los aprietas a modo de corbata
mientras sueñas con sogas y arneses.
Hay cosas que dijiste que no harías,
hay tratos en tu pasado por los que brindaste dándolos por
supuesto,
muchacho, no vuelvas la mirada, anda, los dos sabemos que
una vez que abres la mano…
El miedo viene después.
Cuando entiendes
que no tienes ni puta idea
de lo que puedes ser capaz de hacer
con las excusas adecuadas.
Y sin querer.
Así que imagíname queriendo…
Caminas rápido, mucho, subes andando las escaleras mecánicas
y coges un metro, y simplemente buscas
la puerta del vagón más cercana a tu salida, y echas carreras con los otros a
ver quién huye primero de los túneles, y ya fuera cruzas los semáforos en rojo,
bordeas las plazas, y vas por la carretera intentando no tropezar con nadie no
sea que llegues tarde. O que te vean. Rápido, cómo si huyeras, como si te
esperaran, como si tuvieras que llegar a antes de. Como si el hombre de una
mujer te persiguiera para robarte los motivos. Como si tu vida dependiera de ello.
De la velocidad del viaje. Rápido, joder.
No sea que se den cuenta de que vas a ninguna parte sin
tener ni puta idea.
¿Te imaginas?
Pues mírate. Y corre.
Podría empezar a mirar las cosas con cierta distancia y a las
personas un poco más de cerca, y así, quizá, ir también poco a poco quitándome
la coraza a las caricias que me he creado. Es decir: si vives en el centro de
los huracanes tienes que aprender a protegerte un poco del viento. La otra
opción es salir de allí y en otra parte, disfrutar del mar en calma y la brisa.
Yo qué sé, a mí es que me gusta más lo primero. Pero con tanta subida y bajada
en algún momento tendré que probar nuevas tácticas. Estoy fallando con todas. Y
esto de llevar un escudo es tan pesado como parece. Y yo soy delgaducho tirando
a débil. Aunque sé sudar llegado el momento. Y cargar con mis maletas. Pero no
funciona y quizá me falte darle enfoque con un poco de distancia en lugar de
tirar todo el rato del macro.
Quizá si salgo, sea más sencillo desnudarse. Esa preciosa
palabra.
Que casi nadie cumple.
Hubo un te quiero que soñó con retiradas mientras anhelaba
lo que no podría tener, hubo un jamás que te esperaba a cada salida del baño
riéndose de tu falta de fe en ti mismo, y hubo resacas que bailaban como un por
qué manchándose los pies con las cenizas del después de cada mañana.
No había nada en nuestros rostros que mostrara lo imposible
de aquel nosotros que hicimos entre tu risa y mis payasadas, ni fueron las
quemaduras las que enfriaron la piel, y no faltaron preguntas a la hora de los
interrogatorios y las guillotinas.
Señor juez, tengo la paz que robé escondida en el lado más
cruel de mis poesías. Hablo de naufragios como desahogo. Un matiz de cortinas y
persianas bajadas me mira desde el otro lado de las ventanas, la realidad es solo
un puñado de latas vacías que te recuerdan la maravillosa historia de cada
borrachera. Todavía hay anarquías que por las noches se despiertan soñando con
cárceles. Y la dictadura ha llegado, bienvenida. A veces me siento un soldado
de ella, alguien capaz de llorar por cualquier final sin beso. El timo del
romanticismo era como buscarle los tres trucos a un mago. Nunca quisiste creer
en la magia, y ahora te extrañas de que haya toda esta tierra de por medio,
después de que cavases tumbas y disparos sordos en los que gritabas por una
ayuda que no te merecías, después de mutilar el amor, de despedazarlo y hacerle
papilla, de estrangularlo hasta que el viento con el que izábamos velas fuera
solo el rencor a estos remos, y un billete de vuelta de todo, precisamente yo,
que nunca fui a ningún sitio, preciosamente tú, que me llevaste a todos.
La bandera blanca se ha manchado de sangre, así que voy a
coger esa toalla que está sobre la lona, en mitad de un ring sin fuerzas, y te
voy a curar las heridas con ella, te voy a lamer y a rezar, voy a llenarte de
vida. El precio de la cobardía se mide en promesas, tengo tantos ojalás a los
que aferrarme que los trato como puertas abiertas que no se pueden cerrar. Es tal
mi ingenuidad que hay atardeceres para los que todavía compro palomitas. Unos tacones
se acercan cada noche a besarme las nostalgias, pero cuando miro ya se han ido
a otro sitio donde tú no estás, y yo no te necesito.
Pasan como extraños que rellenan el vacío de tu vida. Como instantes
que van rulando fotograma a fotogramo. Pasajeros del mismo vagón, pacientes en
la misma cola, parados que te piden otra caña mientras cuentan las monedas. Son
los protagonistas de nadie y menos de ti, que sueltan su frase y se largan de
tu película ¿quién da la vez? Es todo lo que poseo y cuanto amo: un segundo. Puesto.
Como si el clavo ardiendo en el que nos sujetamos dependiera de un momento de
felicidad ajena, de lágrima que cae en otras mejillas. Mis únicos compañeros de
viaje son aquellos que van en dirección contraria. Un cruce de miradas, un
choque de manos, ¿porqué no echamos un polvo y después te largas y me largo? Me
da miedo la posesión, retener y exigir exclusivas. Creo en el ahora por encima
de cualquier para siempre, así que le pongo fecha de fugacidad a las personas, y
me las trago como el recuerdo caducado de un vienes o qué?
Así, colgado, he de decir que el mundo es un vaivén. A mi
juego del ahorcado le sobraron letras. Pero no entiendo por qué no me partí el
cuello en la caída. Sigo vivo, y a veces es algo que ni siquiera entiendo. O que
se me olvida.
Han llegado disparos desde la azotea, hay neblina en el
trozo de calle que se ve desde la ventana. Algunos sueltan sus armas y se
encienden un cigarro. Otros cierran los ojos y rezan a sus familiares y
recuerdos, no hay ningún dios a la vista, solo el miedo y la ceniza de los
humanos. Polvo eres, parece decir el paisaje. Por lo que a mí respecta: la
guerra ha terminado.