Hasta aquí los calendarios pausados de la decepción
haciendo cola en los portales
para un trozo de desnudez furtiva,
pidiendo la comida y el calor a este punto de miserabilidad
que no he logrado limpiarme,
a esta sombra de cuartito de prisión
amueblado sin intimidad,
hasta aquí el fiambre flotando por el río,
y la sangre, por favor, que la gente cuente lo de la sangre,
que el agua era rojo y la muerte negra,
que todos bebimos como molinos tan borrachos de viento
que nos creímos gigantes.
El sabor del olvido destilado sabe a ti. Y yo lo mezclo con
whisky.
Sobre una base de cerveza.
Había que hundirse y mancharse de mierda
había que dejarse las uñas en el subsuelo de los sin fondo
escarbar la fe con la que derribaríamos inmensidades
cuando vinieran en contra a jodernos bien,
a mutilarnos y bailar su danza de los sacrificios,
a imponernos ese pastiche triturado de libertad
como carne después de la picadora,
había que hundirse y pringarse hasta los huevos
para mirar a los sentimientos y decir: ey chicos, he venido
a por vosotros.
A por vuestro dolor
y vuestra poesía.
Cómo gritaban cuando les arrastré hasta la superficie.
Parecían cerdos en matanza.
Pero mucho más sucios.
Están goteando y yo borroso,
he perdido la luz fundido de tanto darme vueltas,
herido mientras ellos gotean
y yo ni siquiera lloro, ni siquiera tirito,
ni siquiera quiero,
están goteando y mi piel seca,
mi mirada perdida,
mi cabeza que vuela a través de los muros
estrellándose contra ellos una y otra vez,
es la niebla que elegiste para tu paisaje idílico de
desorden
y caos,
“como una peli de tarkowski”, no te jode.
El dolor no es una premisa cualquiera,
reconócelo anda.
Puedo jugar al escondite para no encontrarte. Pero en quién
me miraré cuando me aburra del juego.
Y dónde estarás tú, buscándote.