jueves, 27 de septiembre de 2012

hará falta la lluvia

el 11 de marzo del 2011 escribí esto. y hoy me he acordado:


hará falta la lluvia
para que todo sea incomodidad
y se llene de atascos la jauría,
para que nos mojemos de verdad
y hasta a la policía
se les llene de goteras la vergüenza
y el alma
y hará falta para que se lleve
en su discurso torrencial
el lujo y los privilegios
de los que sí tienen mucho que perder
y se empapen de riego los miedos
de los que, ya derrotados, solos les queda ganar,
hará falta la lluvia
de cada viernes
empañando esta ciudad
que se retuerce entre andamios
para limpiar el vómito inapelable
de rostros caminando cabizbajos,
hará falta
la lluvia que venga a mojarnos
para que no olvidemos
que nunca existió aquel milagro
de los panes y los peces: los que quisieron lograr algo
tuvieron que pringarse hasta el cuello
y remar entre el lodo y el barro,
y nadar en contra de una corriente
que gritaba: nunca lo lograrás
nunca nunca
y será que esta lluvia
vendrá como un huracán
irritado de hielo
con los puños cerrados
a inundar con su aliento salado
el podrido muro de cristal
desde donde la realidad
era solo un programa de la tele.
hará falta esta lluvia
y las que aun quedan por llegar
para juzgar a los que reían las injusticias
de los de siempre
y dejar al fin limpias
las retinas de los que vieron
arder en llamas
y caer de escombros
la dignidad de los valientes.
hará falta esta lluvia
porque es la de nuestros ojos
llenos de ira
y de odio
llorando porque este mundo de mierda
nos duele
y no tenemos más armas que nuestras palabras
y esta lluvia de lágrimas
incandescentes.

lunes, 24 de septiembre de 2012

cosquillas en la mirada


Él se había terminado el mojito pero a ella todavía le quedaba la mitad de un gyntonic al que ya se le habían derretido los hielos. Estaban al final de la barra, él con un codo apoyado mirando hacia ella y dándome la espalda a mí. Ella de frente, como mirando a las camareras por no mirarle a él. Supongo. A mí me quedaba media cerveza y estaba casi convencido de que me tomaría otra. Así que los miraba distraído, al principio, y después como un espectador que reconstruye la trama y algo se le revuelve por dentro. Ella era delgada, muy delgada, y cuando entró me pareció una chica preciosa, con su punto de fragilidad, natural y con estilo. Él parecía el malo de la peli y me recordaba a mí. Jugaba con el vaso de mojito y apenas balbuceaba monosílabos que la iban destrozando, a ella, que era quien más hablaba. No sé lo que decía, imposible oír a distancia en un bar de sábado a las 3 AM. No paraba de hablar, se veía que la estaba costando decir lo que estaba diciéndole, que lo estaba sacando de dentro como con necesidad o justicia, una especie de “no puedo más” que logró estremecerme. A mitad de una frase, entornó los ojos, y dejó de luchar contra las apariencias. Como si se rindiera, rompió a llorar. Pero siguió hablando. Con una mano se quitaba las lágrimas de los ojos, y miraba a las camareras que ponían cócteles, a las botellas que estaban en la pared, a su copa de hielos derretidos. Él la miraba, o eso creo, porque me daba la espalda y no lograba verle. Apenas decía un par de frases cortas y ella volvía a tomar la iniciativa, pero ya sin preocuparse de las lágrimas, asumiendo la caída y los sentimientos, respirando para coger aire y seguir de nuevo sacándose las astillas de la garganta como puñales de palabras rotas. Supongo que hasta en la derrota el amor es precioso y sobrecogedor. Tan triste que solo puede ser bonito. Todo continuó así. Ella sin ocultar los destrozos, golpeándose. Él con la cabeza gacha, escondiéndose del terremoto. A mí se me estaba terminando la cerveza, pero ya no tenía tan claro que fuera a tomarme otra. No me gusta llorar cuando bebo. Ella, en un momento, dejó su copa sin hielos sobre la barra, se arregló el estropicio de lágrimas que tenía en cada gesto, y se fue al baño pasando detrás de mí.  Me pareció un buen momento para largarme. Hay que saber cerrar las historias, sobre todo en el mundo real. Mientras sacaba la cartera me fijé en el tío. Me recordaba tanto a mí, que me caía mal. Intentó beber lo que no quedaba en el mojito hasta que desistió, después se giró para coger la copa de ella y pegó un buen trago, como si tuviera una bola de silencios por tragar. Luego la dejó, la copa, y sin levantar la cabeza se volvió a girar, esta vez hacia mí, dejándome ver al fin su cara. Una cosa es estar solo y otra estar perdido. Parecía decir. Por la mejilla, como si se le hubiera posado un mosquito que le molestara, empezó a deslizarse una lágrima. Creo que le hizo cosquillas durante un segundo y ésta fue cogiendo velocidad, indiscreta y traviesa, hasta que él la espantó disimulando que se rascaba un ojo. Entonces ella volvió del baño. Y yo me pedí otra cerveza, pero sin ganas de sonreír.

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así que haces de tu vida un ring,
y te tiras contra las cuerdas a esperar los golpes.

Es muy fácil: cuando no puedes hacerte más daño
buscas a alguien que te lo haga.


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Me cuesta reconstruir los hechos,
como si caminara por un palacio de escombros
y no pudiera dejar de ver tu jardín
de pétalos desnudos,
guiñándome un ojo,
sonriéndome con pasión y tacones.

Como si cada recuerdo
llevara una marca de agua con tus labios.
A modo de saliva.
O de sudor, ya me entiendes.

Y no hubiera un desierto
de incómodos silencios estropeándonos la sonrisa
en las fotografías.

Cuando estás ciego es muy difícil saber
si quieres ver.

Olvido todo lo malo.

No sé por qué,
pero tu recuerdo hace lo que le da la gana.

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Ya van 3 veces que inconscientemente
te he estado a punto de llamar
mientras fumaba el piti de cerrar el “este o este”.
O alguna más.

Lo hago sin querer, pero me duele
como si fuese queriendo.
Y me da tal bajón que tardo en reaccionar
durante un buen rato.
Me quedo mirando minifaldas
y contenedores
hasta que se me pasa un poco.

Y así con casi todo
y casi todos los días.
Tranquila, no voy a hablar de las noches.

Entiendo que me estoy descubriendo
y que está bien, no pasa nada.

Pero echo muchísimo de menos tu risa,
tus pies descalzos,
y tus mamadas.

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Qué normal es atocha sin esperarte.
Qué inverosímil cotidianidad es ésta..
Dónde está el redactor de esquelas cuando se le necesita.
Qué vulgar el beso, qué insípida la caricia.
Para qué la risa fértil si todo es asfalto.
Qué azul de mierda es este.
Hasta cuándo estará la lluvia para ocultarnos.
Por qué el otoño, precisamente.
Qué más dará y qué poco queda.
Cuánta tierra para cuántos gusanos.
Con qué sed agachan los animales la cabeza.
Cada cuanto un a quién.
Y a quién cuánto de cuánto.

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No sé qué hacer con la pantalla del movil,
con el fondo del ordenador,
con las fotos de las paredes.
Y con nuestras canciones.

 He dejado tus llaves
donde las dejaste: encima del libro de peter pan.

Y me dolió que te llevaras el cepillo de dientes.
Era el último rastro de tu sonrisa.

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Fui yo.
Me alejé incapaz de hacer all in en nuestra apuesta.
Lo estropeé y luego dije: no quiero un amor estropeado.
La fuerza se me fue por las letras
e hice daño, que es lo que he hecho toda mi vida.

Te cambié por miles.
Que valían millones.
Menos que tú.

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Hay dos tipos de cosas:
las que se tienen
y las que no se tienen.

Y solo hay un tipo de personas.

jueves, 20 de septiembre de 2012

¿tienes fuego?


He dejado de buscar un mundo
y ya solo me busco a mí.
Qué difícil es decirlo en voz alta
y no confundir
un pestañeo con cerrar los ojos.

Respirar la neblina y el griterío,
abrirte al gentío de cánticos
con todo su ruido de arcadas
e infelicidades,

y pedir una sonrisa
como quien pide fuego.

Los perros que olfatean la humanidad
en sus basuras
han dejado de ladrar y de mover sus rabos
desde que el mundo les mira con sus ojos de correas y pinchos.

Desde que muerden a las cosas por su nombre.

Me siento como un buscador que ha tirado su tesoro
solo
para poder seguir buscándolo.

Aquello de que lo peor de los sueños
es cuando se cumplen es algo que intuyes desde el primer soplido.

Luego pasa la resaca
y te quedas mirando la arena
que te queda en los bolsillos

mientras buscas un mar abierto,

en esta ciudad,

a estas horas,

en este puto momento…

miércoles, 5 de septiembre de 2012




tuve el amor en mi mano, lo acaricié, lo arropé de noche
y de buenos días,
me dio de comer en sus brazos
y en sus pechos me abanicó los latidos
y quitó miedos,
nos besamos como con osadía y refugios,
haciendo una bóveda de deseos en cada equipaje,
construyendo desde la piel el hogar y el orgasmo,
bebiendo a morro la saliva de sueños tras el calor
y los alambiques.

Eso es todo, y no hay mucho más que decir.

Ser feliz estuvo de puta madre.

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Los días serán un cortijo de sombras bailando su danza de tristezas
alrededor del fuego con el que jugamos,
y prohibirán la sed gratuita,
el grito sordo a la intemperie
y escuchar a  Nacho Vegas, sobre todo si es de noche.

Dejarán de pasar hasta que hayan pasado todos,
como el amor y el cansancio: vendrán de golpe.
Los días tendrán que morir a pesar de ti
porque habrá un funeral por cada vez que cierre los ojos
y ni siquiera me beses
o porque el dolor irá pasando con el pasado al fondo
como un puñetazo en el estómago después de haber digerido todos los cristales.

Ya no queda rock&roll en el paraíso 

Y estos son mis escombros,
voy a quedarme aquí masticandolos
hasta que me los trague.
Todos.

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Cuando me preguntan qué pasó con los cimientos, cómo fue para tal terremoto, hablo  de ciclismo.
Fue el giro del 98. Pantani llegaba primero a la última etapa con final en alto, le sacaba 27 segundos a Pavel tonkov, insuficientes para mantener el liderato tras la contrarreloj que todavía quedaba para el último día. Dos jornadas antes el italiano ya había dinamitado la carrera y se había cargado a Zulle, que había dominado la prueba desde la primera semana (creo recordar, hablo de memoria), pero el ruso le estaba aguantando el pulso en esas ultimas jornadas de montaña y solo le quedaba está ultima oportunidad con final en alto (Plan di Montecampione, esto sí lo he mirado) para despegarse de un Tonkov que se sabía favorito. Y no decepcionó. El pirata atacó desde el principio del puerto, y tonkov se pegó a su rueda sin la menor fisura de debilidad, frío como son los rusos. Durante 18 de los 20 kilómetros que tiene el puerto, la imagen fue pedalada a pedalada parecida, Marco tirando y Tonkov resistiendo. Fue al pasar la pancarta de los 2Km a meta cuando el ruso cedió un metro. Después otro. Y otro más en cada giro de rueda. Había resistido intratable todos y cada uno de los kilómetros de aquel giro y solo le quedaba poco más de uno para llegar a la contrarreloj donde había planeado su victoria. Pero no pudo. Se quedó. Se hundió en mil interminables metros hasta ceder 57 segundos, casi un minuto, que sumados a los 27 que ya tenía de ventaja el italiano le daban 1:24 de margen para la última etapa. Tonkov vio cómo el giro se le escapaba mientras seguía, destrozado, dando pedales.  
Quiero decir. A veces nos hundimos en el último momento,
y lo que nos queda es eso. Seguir dando pedales.

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Es como si el dolor fuera palpable
y tuviera densidad,
como si pudiera pesarse en toneladas.
Pero lo prefiero.
El dolor.
Es mucho mejor que la nada.

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Había una vez, y otra, y otra, y otra...
hasta que dejó de haberlas.

Y el mundo entonces se volvió más peligroso,
poco habitable,
como refugiado tras una gran guerra.
Mundial.

Y el rincón donde solías reír se quedó con la forma de tus labios.
Y yo los pinté de rojo,
para besarlos.
Sólo.

Todo en desorden, sir future,
pero me duele tanto el haberte hecho llorar.

Nunca he podido con tus ojos.

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Ni libre ni tranquilo,
solo me siento destrozado
como si todas mis ruinas
ardieran ante esta mierda de final no feliz.

El pasaporte falso de la honestidad
paga peaje en cada aduana que sello
para alejarme de ti.
De todo.

Podríamos haber intentado aquelarres, es cierto,
pero lo que nos sobraba
precisamente
eran fantasmas.

Y sueños, claro.
De esos también íbamos sobrados.

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Quisimos la seda y el manantial
con un puente de madera y ningún equilibrio,
y pusimos ventanas y balcones
que disimulaban los muros que no tiramos
y pedimos la sed y los niños
como una apuesta en el aire
y los ojos cerrados.

Estábamos tan seguros de nosotros mismos.

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¿Quién puede decir que está listo para saltar al vacío?

Y una vez que has saltado

¿De qué sirve llorar
por el final de los precipicios?

Qué claro tuvimos siempre lo de equivocarnos, eh?

Por favor,
dile al amor que me rindo.

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¿De qué sirve este rastro de heridas hasta ti
que he dejado en el porsiacaso de mis otras vidas?

Al menos, no quedan prisioneros en esta matanza,
y al menos puedo jugar a los miedos sin tener que asustarme tanto de mí.

gracias por los fantasmas, empezaba a pensar que te habías llevado todo.

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Sigues doliendo más que tu belleza*.
Pesando, es decir.

Y a mí me costaba menos andar
cuando te llevaba en brazos.

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He limpiado el olvido, ten cuidado no te resbales
al salir.




*Guillermo Castillo