miércoles, 30 de octubre de 2013

La perpetuidad de un sueño al vacío

El teclado es infinitesimal con las risas de fondo,
el salto al vacío sujeta las huellas,
los alfileres son prendas osadas con las que trato de entrentenderte,
el rimel de labios te recuerda,
las paredes me hablan de ti
y yo asiento con mi cabeza gacha de siempre,
afirmo en silencio que te empiezo a echar de menos
desde aquel momento en que tuviste que irte
porque yo te lo pedí.
Admítelo.
A veces hago rayuelas con los pasos en falso
y el lugar de ir de frente miro de lado
y me enfrasco en billetes de lotería y tacones de aquiles
sin darme cuenta siquiera de mis propios fracasos.

Maldita sea, maldito soy,
Qué rabia da cagarse en dios por cada borrachera
en la que no te cojo de la mano.

Porque en mis malas jugadas soy el peor jugador: un irresponsable idiota que no acierta a quitarse la venda de sus tristes ojos. 
No reconozco el sabor a alpiste que han dejado tus labios
y el cartel publicitario esta vez reza: no me compres ni al por mayor.

Perdón.
Quizá este triple de última hora no llegue a tiempo, claro,
suelo ser de esos que se pelean
por vomitar en diferido las cobardías que no aceptan en directo,
así que me callo lo que debería decirte
a la espera de encontrar
una respuesta de arrecifes en profundidad que te humedezca
y te haga libre,
que te permita nadar en desnudez y calma,
que mis palabras sirvan para mecerte sin querer
enjaular de heridas este indomesticable amor de tigre
con el que amabas.
Sin compasión.

Bebo más de lo que cuentan.
Me temo.
Cada vez que tú no estás.

Y luego tus gestos en mi recuerdo
diciéndome sin acentos ni espacios
"cuídame cabrón, soy lo que nunca te va a volver a pasar en la vida".

Ser consciente de una inconsciencia no te convierte en mejor actor.
Me temo.
Cada vez que subo a un escenario o me caigo tras su telón.

Me he hecho un hueco, sí.
Es decir: he cavado mi propia tumba.
Y la he cubierto de tierra y de nada,
la he llenado de adredes
y réplicas,
la he cercado de alambres
y moscas,
de rabia gritándome hasta la jauría.  

Me he clavado hasta la última astilla
de andenes en retirada
intentando olvidarte.

Y a veces
todavía
ese sueño
en el que yo me despertaba
y tú seguías
dormida

abrazándome.

lunes, 21 de octubre de 2013

Un invierno sin sol, versión vídeo.


Yo amé, con perdón.

Amé por encima de todas las cosas, que es,
permítanme que les diga,
de la única forma en que se puede amar.

Yo viví
en un cálido regazo del amor,
protegido bajo su techo,
comiendo de su misma mano,
aprendiendo el fuego hasta verlo arder,
hasta quemarnos.
Compartí su sudor
y ascendí en su alegría de peldaño en peldaño.
Es decir: de dos en dos.

¿Sabéis qué?
Yo tampoco creía en la magia hasta que la vi.
A ella.
Irradiándola, desprendiéndola,
 descontrolando el tiempo
y cargándose con un gesto cualquier rutina impuesta,
criando una primavera en cada estación.

Solo querría decirles eso.
Decirles: yo tuve un reino y lo llamé hogar.
Y fue tan inmenso como el más pequeño de los detalles.
Una puta barbaridad.
Así debía de ser mi cuento.

Sin embargo, escribo desde el dolor aquel
en que solíamos gritar que todo acaba mal
porque si no, no acabaría.

Así fue
que todo se llenó de distancia
y de sangre,
todo se ensució de grietas y pudriéndo-
se pasó como una enfermedad
por delante nuestro,
un olvido por encima de nosotros
paseándose
jodiéndonos,
diciéndonos adiós,
a dios reclamadle.

Estas son mis ruinas y esta es mi voz.
Un paseo con vistas a los escombros.
Si veis al amor por ahí, solo decidle que lo siento.
Que el frío se ha hecho ciudad
y yo, solo, he aprendido a quemarme.
Que la poesía pague los destrozos
y su recuerdo sea mi única migaja de calor.
Esta es la historia de un derrumbamiento.
El infierno hecho paisaje.
Mi baile nupcial sobre el lodo.
Un invierno sin sol.

jueves, 10 de octubre de 2013

Dile a tu libertad que me devuelva mis cadenas, ya nos veremos en invierno.

 La rueda hundida en el barrizal y solo se te ocurre acelerar para salir adelante.
Qué podemos hacer sino embestir contra el barro como prisioneros que, una vez olvidada la libertad, han decidido extender su encierro, contagiarlo, hacernos partícipes de él. Con ellos. Con nosotros, es decir. En esa agonía de arenas movedizas hay un tiempo de descomposición, la muerte lenta, la plaga cotidiana del olvido. Me explico: una vez cedes al silencio, hasta la música te molesta. Mierda, cállate y ponte a gritar.
O como ya te dije una vez: acelera.

Yo tenía que haber  sembrado aire, creado refugios y cumplido sueños, tenía que haber inventado algo que no fueran palabras, haber apostado con fe por la piel ajena, haber disparado alguna vez contra mí mismo. Yo debería haber sabido destilar con sudor el talento y el fuego con carbón. Debería haberme manchado las manos, molido los ojos y partido la cara. Y tenía que haber aprendido a bailar, ese acto mágico de la naturaleza.
Yo tenía que haber criado poesías de amor que dieran su fruto, pero me quedé ensimismado regando su muerte. Dejándola participar y herirme. Es la fiesta de la sangre y tú también estás invitado, sólo tienes que perderte para llegar hasta aquí. Todos estamos borrachos. Tú también lo estarás. Un voto de confianza y millones de asco.
Calculemos el índice de putrefacción de nuestras ideas. Multiplicadlo por un olvido en cada error. Y comparadlo con la dignidad que todavía nos quede después. A la diferencia de todo eso yo lo llamo vergüenza, pero puedes llamarlo como quieras, si quieres. Incluso gritarlo, también. Pero no te lo calles. Por favor.

Porque de verdad que no tiene ningún sentido. Llevar la misma cara de cansancio al salir de casa que al volver. Y sin embargo lo veo tanto. En tantos. ¿De dónde esa fatiga diaria? ¿Desde cuándo ese odio gratuito de contrabando? ¿En qué momento se pasó del “un día más” al “un día menos” sin que nadie dijera que eso era como ir hacia atrás?

Quizá podríamos dejar de pagar por la fe y empezar a creer, de gratis, en nosotros mismos.
Quizá podríamos dejar de mendigar el pan y exigirlo como si no pudiera tener un precio. Como si nadie pudiera ponérselo. Como si ese derecho ni siquiera existiera.
Quizá podríamos dejar en cero el ayer para, por una vez, ponernos a sumar mañanas hasta el infinito. Luchar por las tostadas y el café. Quemar las banderas con que tapamos la desnudez vergonzosa de sabernos frágiles humanos temerosos de la sed y el hambre.  

Quizá podríamos, incluso, perdonarnos todo aquello que no pudo ser por eso de que el pasado es eso: pasado. Y de que en esta vida solo tenemos eso: esta vida.  
Lo triste es que hemos dejado de mirar hacia atrás para, simplemente, mirar hacia otro lado.
Lo malo es que seguimos asustados de poder perder lo que no tenemos.
Lo terrible es querer querer, y sentirte despiadado al hacerlo

No sé qué es peor, no tener nada o tener que pelear para quitarle una migaja a otro.
La soledad en cadena o condenada, un refugio donde posar la cabeza y los años, la sonrisa cansada de simular, el sucedáneo de libertades impuestas que aceptamos atados, y ya no hablo de manos.
Hablo de ideas.
De cómo fusilan el absurdo con su lógica de balas. De cómo disparan los disparates hasta matarlos. Hablo de que nos han prohibido darle cuerda a los locos y así estamos, completamente parados e incompletos de humanidad.
Hablo del qué dirán, del hasta aquí hemos llegado, del ni lo intentes con que han sembrado nuestro día a día.
Como si no habitáramos la noche.
Como si no pudiéramos crecer entre sus rendijas y hacerles daño, joderles bien, desangrar su impunidad y corrernos sobre ese asfalto de sentimientos baratos en bisutería, “todo a cien”, tú impídeme volar y veremos quién termina haciéndolo. Por los aires.
Pardiez, mandar a la mierda toda esta mierda no deja de ser una redundancia inmovilista. Pero cuánta delicadeza en el matadero. Pasábamos por turnos dándonos ánimos, diciendo “quién sabe” a los otros. Olvidando. Olvidándonos.
De que este baile de disfraces siempre ha sido así de raro. Una música de taladros nos inunda. Y las máscaras las llevamos en el pecho. “Por si acaso”.

Sólo digo que la risa de un niño es lo más grande que jamás he visto.
Que quizá ese sea el único camino.
“Seguir al niño” dijo una vez no sé quién.
Y nadie le hizo ni puto caso.
Así que, la verdad: no sé qué clase de clase queremos imponerles ahora
a ellos
cuando fuimos nosotros los primeros
que nos impusimos no hablar de amor hasta después de la guerra
y perdimos la única razón por la que luchar.


Ahí empezó nuestra derrota.

------------------------------------------------
Y mañana. Presentación de "Un invierno sin sol". Sesión doble.
Una en librería. Alberti. A las 19:00. 
La otra de bar. Los diablos azules. A las 21:30.
En los 2 protegido por la cálida voz de Isabel García Mellado.
Yo pondré el frío.
Y luego nos emborrachamos.
Muchísimas gracias a todos por esta suerte de lujo que es mi vida en vuestros brazos.
Aquí dejo el cartel que se han marcao los Casimiros.