martes, 26 de abril de 2011
no lo entiendo
en los buenos días del mercado de Tribu
o los ingenieros que bostezan en el metro
mirando las caras de las azafatas
sin sonrisa
todavía a esas horas,
y miro a los mozos de mudanza que aparcan en doble fila
y se toman el café corriendo
y mirando la hora,
a los risueños oficinistas
que decoran su fondo de pantalla
como si fuera la habitación de toda una vida
y a los camareros de la noche
que regresan a casa
molidos como el café después de la guerra.
los miro.
a todos.
y no me entiendo.
ellos han construido todo
y sin embargo
todo esto se está derrumbando sin contar con ellos
y con ellos
mirando hacia otro lado.
en qué punto, qué momento,
qué tiempo quizamente impreciso
la balanza dijo hasta aquí hemos llegado
y los otros
que habían empeñado su presente por un futuro
y que habían creado escuelas
matado miedos
y liberado libertades
en qué punto de qué momento
de qué tiempo mortalmente preciso
dijeron ese maldito y lleno de polvo
hasta aquí hemos llegado
resignándose a las cómodas pautas
del olvido y su merchandising.
los miro.
a todos ellos.
y a mí mismo en su reflejo.
y me pregunto: de verdad estamos luchando
por algo
que no sea la supervivencia?
entonces...por qué estamos
tan cansados?
me pregunto
y no lo entiendo.
esfuerzo
con el motor caliente a mil revoluciones
sin hacer
por minuto, no puedes tener este odio
de adentro
ante tanta y tanta gente
no puedes
ceder a los fusiles
el papel de los claveles
por mucha mierda burbujeante
e hirviendo
saltando y ensuciandolo todo
no dejes
que el olor llegue a tus ideas
aunque te digan: eres un soñador
y los soñadores siempre pierden
aunque digan "utopía" son 6 letras
y una tilde
y se rían con su risa burlona
de 8 horas-lunes-viernes
no dejes
que el calor de la sangre
te nuble los buenos días
por mucha injusticia
por mucha idiotez
por todo ese silencio de tristes hombres
otorgando
no dejes
que esta mala leche te consuma
con su aliento de brick caducado
pero
si pese a todo
no puedes
evitar el cerrojo animal del odio
el aliento humano de la ira
recuerda
mejor cabreado
que muerto de risa.
miércoles, 13 de abril de 2011
lunes, 4 de abril de 2011
lo que falta
Ahora que todavía no peso un cuarto de siglo
y que gasto camisetas de antes de graduarme
y ahora que entre otras cosas distingo las leyendas urbanas de los cuentos callejeros
puede que sea un buen momento para hacer balance de deudas.
No tanto por lo que deba a nadie, sino más bien por un ajuste de cuentas contra mí mismo.
Echo un vistazo por encima de mis fraudes
y pienso en algunos granos que dejé tirados por cunetas donde pensé
que no podría crecer vida, y ahora que hago estadística de daños
veo que el pasado pesa
y el futuro pasa
y nada se queda parado más allá de un pitillo, la magia por un instante,
ciertas miradas ante ciertas piernas,
el agrio sabor de las pupilas cuando se empañan una mañana de otoño.
Supongo que habría que distinguir entre las cosas que todavía no tengo
y las que no tendré jamás,
diferenciar que a veces lo que falta es ausencia de
y otras no llegar hasta.
Para empezar, lo que falta es lo que no está, el espacio vacío
que los recuerdos no llenan, que la nostalgia acentúa,
echarte cuentas pasadas en lugares donde dejaste trocitos de alma por construir,
historias que no llegaron a ninguna parte,
que no pasaron de la primera estación,
anillos que miraste desde el otro lado del escaparate justo antes de salir corriendo,
-Dilo: de huir…
…a donde no pudieran cazarme, y ahora que presumo de ser animal salvaje
hay veces que me faltan las caricias de mi madre al irme a la cama,
esa mirada que ponía sostuvo mi mundo durante tantos años
que aun sigo buscándola cuando me cago de miedo.
En verdad me he hecho áspero, intuyo,
porque lloro poco y sin ganas, así que supongo que me falta
la ilusión de enamorarme a los 14 años
y soñar con quedarme encerrado en el cole con la chica de los pupitres de atrás,
o disfrutar de un viernes por la tarde como se merece: sentado en un portal
mirando de reojo a las chicas
y de frente a los amigos.
Me faltan kilómetros de horas en la plazita donde Sergio
cambiaba de novia cada semana,
el camino del cole a casa volviendo con Irene y Marta
y aquel cruce de la calle Mayor con san Bernardo
donde nos encontrábamos con los de maristas,
donde tantas noches me despedí de Dano,
donde vi vomitar a Frontela mientras decía: estoy bien, solo un poco borracho,
y se reía el capullo antes de volver a vomitar.
¿Dónde están?
¿Por qué escribo lo que falta en forma de pasado?
Escandar, anda, ¿a quién pretendes engañar?
Lo cierto es que me cargué un futuro a la espalda
y me fui caminando de aquella Palencia a Ponferrada primero,
y después a un Madrid que me tiene enganchado.
De todos esos trastos que traía me quedan los libros no más, algunas poesías,
mucho cine
y ciertas heridas que me reabro yo solo para que no cicatricen.
El resto no pesa porque lo fui dejando,
y a veces sí es verdad que me faltan peldaños de los que tirar
cuando me vengo abajo,
me faltan escombros de una vida/ruina que mantengo lo más honestamente limpia que puedo,
me falta el gusano en el estómago por cada beso que doy
y supongo que es duro recordar
“que dejé de creer en el amor cuando descubrí que todos los besos
tenían el sabor de mi propia saliva”,
claro que es duro verme aguantando sin apenas soñar,
sin apenas querer,
y aun así, estoy seguro, me faltan muchas piernas por liar,
me faltan bolsillos para tanta arena, para tanta playa, para tantos labios.
He buscado las mañanas de entre la luz de la habitación
y pulsando la tecla de intro he olvidado los estribillos para centrarme en las estrofas.
Honestidad.
Si la fui perdiendo de vista en los últimos años
es porque se me escurrió de los dedos según crecía.
Fui sincero, soñador y borracho, y ahora mantengo el tipo como puedo
gracias a esto último no más.
Así que me falta un posado desnudo con los brazos abiertos
y un muro de fondo contra el que golpearme.
Me falta querer marcar los goles decisivos en los partidos importantes,
y me faltan viajes al corazón del planeta, donde la tierra misma hace bum bum
igual que los ojos de las personas que cambian el mundo.
Si doy un pasito más, si empiezo a vomitar desgarros de los sabores
que no he podido probar o que ya no probaré,
debería empezar tal vez por decir
que nunca fui la primera vez de nadie,
que es muy posible que tampoco sea el último
y por supuesto, no creo que sea el mejor.
Así queda mi posición: en un papel intermedio
y luchando contra lo secundario del personaje:
en el vértice a medias de los besos que he dado
y en el extremo opuesto de los que no doy,
a estas alturas no me importa confesarte
que me faltan unas cuantas fantasías por cumplir:
un bis a bis lleno de sogas, flujos y direcciones prohibidas
o tratarte como un trozo de carne en excitación, un todo vale de una vez por todas,
me falta respirar en el oído de la incertidumbre y lamerle el miedo a las dudas,
hacer aquel road trip a través de la lengua
y me falta echar cuentas de todo esto con tus pupilas.
¿Qué puede faltarme aparte de un par de tríos, de un trío de ases,
de una baraja de infartos?
De tantas vidas que no viví ahora entiendo el tono de simulacro
con el que pulso estas teclas, al fin y al cabo
he soñado tantos disparates que a la hora del disparo
me entró miedo de no estar a la altura.
Por eso cuando en mi cabeza viajo a todos esos lugares que no he podido pisar
y digo las frases que en voz alta me callo
y vuelvo a ser ese intento de algo que pide protección para testigos.
Cuando imagino el podría ser de mi vida
miro sin querer mi mochila de viaje, mis libros y las llaves del piso
donde vuelvo a dormir cada noche
y recuerdo a Rocío escribiendo: “por qué no haces lo que no haces si en verdad es lo que quieres hacer”,
y me sale un “no sé” tan personal y cobarde
que empiezo de nuevo a correr cuando no encuentro respuestas.
Me falta esa novela que siempre envidio,
esas promesas que me hice en las noches de 15 años y tardes de estudio,
un montón de carretera con el dedo levantado hacia el horizonte,
me falta saber navegar sobre el mar y las resacas, un te quiero tan honesto
que olvide el “perder” de detrás.
No da igual, pero al menos no he traicionado el pacto
de no traicionarme a mí mismo
aunque sí es verdad que me falta silencio acostumbrado como estoy al ruido,
a la exclamación gratuita, al hecho de saberme caduco y fugaz,
inestable, falto de tiempo para casi todo.
Puede que sea eso.
Puede que lo único que me falte sea tiempo.
Entre todos estos ladrillos no he olvidado los palacios que quería construir,
pero me falta mi abuelo,
Malik y Mariana,
toda la inalcanzable familia de mi padre y mi padre, a veces, también.
Me faltan tardes enteras de cartas escritas a mi hermana Nur
y asumo el hecho de ser consciente de que lo que falta,
lo que me falta,
es el impulso de fuerza en mis dedos
para dejarse llevar hasta sentir el calor del fuego quemando mis deudas.
Así, me podrán juzgar por cenizas
y yo podré envejecer alejado del miedo al insomnio, alejado
de una lista de faltas y ausencias justificadas por un “no pudo ser”
tan cobarde como silencioso.
Estoy aquí, de pie, en el borde de las letras
y mirando hasta dónde me llega el abismo
para poder emborracharme tranquilo si alguna vez llego a viejo.
Dispuesto a todo, y sobre todo dispuesto a no parar.
Si al pasar me ves agazapado en la trinchera
o con los puños afuera me ves desfallecer dando ese salto adelante,
ese paso más,
ten en cuenta que traté de luchar contra el tiempo
de la única forma que sabía:
con la risa
de un niño pequeño
como telón de fondo.